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«Para conservación, la ciencia es necesaria pero también gente que se la juegue»

El conservacionista de pingüinos, Pablo García Borboroglu, dice que en materia de conservación se requiere gente valiente para promover la conservación de especies de pingüinos del planeta a través de la ciencia, la protección de hábitat y la educación porque hay que luchar contra intereses espurios
Celina Abud*

Conocido en el ambiente como «Popi», el conservacionista de pingüinos Pablo García Borboroglu –quien se convirtió este año en el primer latinoamericano en ganar el Premio Indianápolis (un «Nobel» de la conservación) y también recibirá un diploma de Honor por el Senado de la Nación– aseguró que «la ciencia es necesaria», pero también «gente que se la juegue» para poder cumplir con esta labor.

Su lugar de trabajo es el Centro Nacional Patagónico, precisamente en el instituto CECIMAR, pero a la vez fundó y dirige la ONG Global Penguin Society, que promueve la conservación de las 18 especies de pingüinos del planeta a través de la ciencia, la protección de hábitat y la educación.

Desde ahí, utiliza distintas tecnologías como el GPS para estudiar el comportamiento de los pingüinos y también organiza capacitaciones comunitarias.

El también cofundador y codirector del grupo especialista de pingüinos para la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza, y profesor asociado a la Universidad de Washington, con sede en Seattle contó que su fuente de inspiración fue su abuela Melania y desde chico, no paró de defender a los pingüinos, a los que considera mágicos.

Sobre qué significó haber sido el primer latinoamericano en recibir el premio Indianápolis, el conservacionista dijo: «Es un tremendo honor, porque también fui el primero en ganarlo por fuera de Estados Unidos, Canadá o Inglaterra. Más allá de que el reconocimiento me llena de orgullo, creo que es una forma de empoderar a todos los colegas que no viven en países desarrollados, porque a pesar de nuestros obstáculos y dificultades, podemos hacer grandes cosas a nivel de la agenda global y competir. Este premio, el mayor en conservación animal, de alguna forma legitima el trabajo que hacemos desde hace más de 35 años y abre muchísimas puertas políticas para acelerar proyectos a los que se les prestará más atención tras este reconocimiento otorgado por Estados Unidos».

¿Cómo afecta el cambio climático a los pingüinos? García Borboroglu confió que «los afecta de distinta manera de acuerdo al área del planeta que habitan. En la Antártida, altera el patrón de formación y derretimiento de hielo, lo que repercute en la disponibilidad y la calidad del hábitat que necesitan. Fuera de ella, cambia la disponibilidad de comida, que queda más lejos de las colonias y los pingüinos tienen que nadar mucho para alimentar a sus pichones, por lo que tardan en llegar, los alimentan menos y hasta a veces están muertos para cuando llegan.

Otro factor a tener en cuenta es la frecuencia, la duración y la intensidad de las olas de calor. En Chubut tuvimos una tarde de 44 grados, con unos 300 pingüinos muertos. Además, como están cubiertos de plumas, estos animales no transpiran como nosotros; no pueden disipar el calor más que jadeando o irrigando sangre en las aletas o en las patas.

Por último, las olas de calor se asocian a los incendios forestales y por desgracia, los pingüinos no detectan las llamas como una amenaza. Durante sus 62 millones de años de evolución, el fuego no estuvo presente en sus hábitats, entonces no huyen. He visto imágenes de Australia en la que los pingüinos están acicalándose tranquilos detrás de las llamas.

También en la década de 1980, sólo en la provincia de Chubut morían 40 mil pingüinos de Magallanes a causa de los llamados «derrames crónicos» de petróleo que por chicos y muy frecuentes, nadie los reportaba. Ya de niño, solía recogerlos de la playa y llevarlos a un centro de rehabilitación para después liberarlos en las colonias.

En 1991, hubo un derrame muy grande frente a las costas de Península Valdés y murieron 17.000 pingüinos, yo era estudiante universitario y estaba en contacto con conservacionistas. Logramos hacer un convenio con la provincia de Chubut para visibilizar el problema, que en esa época no era reconocido por los gobiernos. El tema tomó trascendencia mediática, lo que ayudó a que se alejaran las rutas de los buques petroleros de la costa. Medidas como éstas llevaron a reducir las muertes de 40 mil pingüinos por año a 20 como mucho, lo que fue una historia exitosa de conservación.

El problema estaba bastante solucionado hasta ahora, que Argentina planea un desarrollo de petróleo a gran escala, en el que hay al menos 18 áreas donde va a haber exploración y explotación offshore. Esto no se alinea con ninguna agenda ambiental en el mundo. En un momento en que se busca transitar de los combustibles fósiles a las energías alternativas, es un despropósito desarrollar petróleo a este nivel, cuando se están quemando los bosques en la Patagonia y vemos los efectos del cambio climático. Además, con la explotación aumenta el daño de derrames masivos y podríamos volver al problema de la década de 1980″.

Asignaturas pendientes en materia de conservación

Acerca de lo que falta, el investigador explicó: «Argentina no tiene una ley de biodiversidad que contemple el daño a la fauna o al ambiente, entonces hay diferencias entre provincias.

Por otra parte, el Código Penal no tipifica los daños ambientales, por lo que es muy difícil llegar a un castigo ejemplificador para evitar futuros daños. Sumado a esto, hay provincias muy ricas en biodiversidad que no tienen fiscalías ambientales y los daños son atendidos por el fuero penal: los mismos fiscales o jueces asignados a asesinatos se ocupan de ambiente, quizá sin tener la formación o perspectiva para interpretar de qué tipo de delito se trata, llevar adelante la causa o dictar una sentencia.

La ciencia es muy necesaria, pero no es suficiente para proteger los recursos naturales. Se necesita trabajar para que esta ciencia esté disponible en un lenguaje que llegue a las comunidades y a los tomadores de decisiones, a los legisladores. El sistema científico te exige que publiques en inglés, en revistas internacionales, pero esa información tiene que llegar a la gente que no lee en ese idioma, en un formato más amigable. Porque si la ciencia no llega a la realidad, no la cambia.

Y otra cosa que se necesita en materia de conservación es gente valiente, que se la juegue y que ponga el pecho a las balas, porque muchas veces los investigadores vemos cosas, y por temor o porque no conviene, no decimos nada. Son imprescindibles aquellos que se planten y levanten la voz para luchar por lo importante».

*Red Argentina de Periodismo Científico

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