Pablo Stefanoni@PabloAStefanoni
En 2016, el veterano periodista israelí Gideon Levy escribió un artículo en el diario Haaretz con el sorprendente título: “De repente, está bien ser proisraelí y antisemita”. Allí se dice: “De repente no es tan terrible ser antisemita. De repente es excusable siempre y cuando odies a los musulmanes y árabes y «ames a Israel». La derecha judía e israelí ha emitido una amplia amnistía para los amantes antisemitas de Israel –sí, existe tal cosa, y están en camino de tomar el poder en Estados Unidos”.
Eran los días en los que Donald Trump estaba por mudarse a la Casa Blanca. Luego vendría la violenta y desafiante manifestación Unite the Right, en Charlottesville, una de las más masivas expresiones de la ultraderecha supremacista de los últimos años.
El New York Times comentó poco después la reacción de Trump: “El presidente Trump animó el martes al movimiento nacionalista blanco como no lo había hecho ningún presidente en generaciones: equiparando a los activistas que protestan contra el racismo con los neonazis y supremacistas blancos que arrasaron Charlottesville (Virginia) el fin de semana”.
David Duke, antiguo líder del Ku Klux Klan, le agradeció al presidente en un mensaje de Twitter: “Gracias Presidente Trump por su honestidad y valentía al decir la verdad”.
En ese entonces, esta historia no hacía más que comenzar. Hace unos días, en Francia, se organizó una gran “manifestación contra el antisemitismo”. La líder de la extrema derecha, Marine Le Pen, fue una de las más activas participantes.
El dato no es menor: Marine hace rato que viene liderando una exitosa estrategia para “desdiabolizar” a la extrema derecha francesa, con orígenes impuros en la colaboración durante la Segunda Guerra Mundial. Si todos en Francia recuerdan que su papá y fundador del Frente Nacional, Jean-Marie Le Pen, declaró públicamente que las cámaras de gas “fueron un detalle de la Segunda Guerra Mundial”, ella buscó dejar atrás el antisemitismo enquistado en el partido. Por eso, su presencia en la marcha fue leída como la etapa final de ese proceso.
Un artículo reciente en el diario británico The Guardian se enfocaba en esta nueva realidad: la extrema derecha no solo se presenta como campeona del anti-antisemitismo sino que acusa a la izquierda de ser antisemita, con bastante impunidad política y mediática.
El periodista Sam Wolfson escribe: “Quizás el espectáculo más extraño del último mes ha sido ver a algunos de los antisemitas más despreciables del mundo alinearse para dar su apoyo incondicional a Israel. Aún más chocante ha sido su aceptación por parte de quienes se supone que abogan por la seguridad de los judíos”. Prosigue: “Entre estas personas se encuentra el pastor radical texano John Hagee, que una vez afirmó que Adolf Hitler […] había sido enviado por Dios para ayudar a los judíos a alcanzar la tierra prometida. (En 2008, pidió disculpas por sus afirmaciones). El martes pasado fue invitado a hablar ante miles de personas en la Marcha por Israel en Washington, organizada por la Conference of Presidents of Major American Jewish Organizations, para ayudar a «condenar la creciente tendencia a la violencia antisemita»».
Hagee también ha sido un ferviente enemigo de los derechos de los homosexuales y afirmó que el huracán Katrina era un castigo de Dios contra Nueva Orleans por celebrar un desfile del orgullo gay. Habla de una futura yihad global contra Israel; una yihad que incluirá a Rusia, la Unión Europea, China y Egipto. Dice también que la paz entre Israel y los palestinos sería obra del Anticristo.
J Street, una organización liberal judía estadounidense, declaró: “Un intolerante peligroso como Hagee no debería ser bienvenido en ninguna parte de nuestra comunidad. Punto”. Pero el pastor no solo habla, es una voz autorizada.
El artículo de The Guardian prosigue con un hecho sabido pero no del todo ponderado por estos días: los partidos políticos europeos de extrema derecha tienen un largo historial de promoción del antisemitismo. Sin embargo, Rassemblement national de Marine Le Pen en Francia, Alternativa para Alemania (AfD) y el partido Fidesz de Viktor Orbán en Hungría han dado un apoyo inequívoco al gobierno de Benjamin Netanyahu.
De hecho, Netanyahu considera a Orbán un estrecho aliado y a menudo lo apoya en Twitter, aunque Orbán se haya sumado a la difusión de tropos antisemitas contra el magnate de origen húngaro George Soros. Un exembajador israelí en Estados Unidos sugirió de manera directa que Israel debe dar prioridad al apoyo de los evangélicos frente a los judíos estadounidenses, que son menos en número y demasiado críticos. A la lista de The Guardian se podía sumar al posfranquista Vox en España.
La crítica a Israel se vuelve cada vez más el “marcador” privilegiado de antisemitismo, a menudo en una versión radical de la cultura de la cancelación
Que en el país del Caso Dreyfus, Le Pen hija se haya alejado del antisemitismo declarado de su padre, y que en otros países las extremas derechas sean supuestamente anti-antisemitas, podría parecer un buen augurio civilizatorio. Pero lamentablemente es dudoso que lo sea.
En realidad, la lucha contra el antisemitismo en estos términos es ilusoria y operativizada a menudo contra un sector de la población: los musulmanes o de origen musulmán. La crítica a Israel se vuelve cada vez más el “marcador” privilegiado de antisemitismo, a menudo en una versión radical de la “cultura de la cancelación”; así, no se busca indagar en el antisemitismo realmente existente en las sociedades, ahí la extrema derecha no saldría bien parada.
El antisemitismo histórico atacaba a los judíos por su cosmopolitismo. Los nacionalistas de derecha veían en cualquier judío un potencial traidor (también el estalinismo, otra forma de gran nacionalismo). El capitán Alfred Dreyfus fue uno de esos “traidores” fabricados con pruebas falsas. Pero hoy la situación es muy diferente: las extremas derechas siguen siendo anticosmopolitas pero Israel es uno de los países más nacionalistas; el libro La virtud del nacionalismo es leído por los nacional-conservadores radicalizados y su autor, Yoram Hazony, es invitado a sus cónclaves.
Además, Israel es dirigido por fuerzas de ultraderecha cuya conducta –y declaraciones supremacistas– serían condenadas a viva voz por la comunidad internacional si gobernaran cualquier otro país. Al mismo tiempo, los enemigos de la extrema derecha son los árabes-musulmanes, lo que permite establecer, casi automáticamente, un “otro” común. Win-win situation.
El doble hecho de que el antisemitismo se reduzca, cada vez más, al posicionamiento crítico frente a Israel, y de que la extrema derecha “iliberal” haya crecido allí, con más fuerza que en cualquier país europeo, es lo que permite, de manera perversa, que el anti-antisemitismo sea la gran vía de normalización –desdiabilización– de las extremas derechas. La revista alemana Spiegel tituló sobre la marcha parisina: “El día en que Marine Le Pen se hizo elegible para los judíos”. Quizás en el futuro, alguien escriba, “la época en que demócratas y liberales terminaron de normalizar a los ultras”.
La conclusión del editorialista de The Guardian es muy sensata; nos habla del juego de espejos locos en el que se desarrolla el mundo ante nuestros ojos: “Se supone que Israel es una patria para los judíos frente a los horrores de los pogromos, el Holocausto y el antisemitismo. Sin embargo, ahora estamos llegando a una conclusión ilógica en la que las organizaciones que supuestamente protegen los derechos de los judíos hacen la vista gorda ante la aversión hacia los judíos siempre que se apoye a Israel. Esto no hace que los judíos estén más seguros. Ni siquiera tiene sentido”. En efecto, no tiene sentido. Pero es cada día más normal.