El ingreso de caballos domésticos a la vida de las poblaciones indígenas de la llanura argentina dio lugar al surgimiento de culturas ecuestres en todo el Cono Sur, cuyos jinetes llamaron la atención de criollos y europeos. Sin embargo, no existen demasiados registros acerca de cuándo y cómo se produjo la incorporación de estos animales en aquellas comunidades.
En este sentido, una investigación internacional protagonizada por científicos del Conicet, recientemente publicada en la revista Science Advances, afirma que las poblaciones cazadoras-recolectoras de la Patagonia comenzaron a explotar el uso de caballos, para alimentación y pastoreo, mucho antes de que se formaran asentamientos permanentes europeos y criollos en el extremo sur de Sudamérica durante el siglo XIX, según se informó en la página del Conicet.
Los investigadores llegaron a esta conclusión a partir del análisis y datación radio-carbónica de restos óseos de caballos hallados en lo que ha sido interpretado como un antiguo campamento Tehuelche, ubicado sobre un gran cañadón en la orilla norte del Río Gallegos, provincia de Santa Cruz. En el sitio, denominado Chorrillo Grande 1, también se encontraron restos de guanacos, así como artefactos metálicos o confeccionados sobre vidrio o rocas correspondientes a distintos siglos. Uno de los cuatro especímenes datados con radiocarbono -de los nueve que se encontraron en total- reveló ser con seguridad anterior a 1800 y otro muy probablemente anterior a 1700. Varias décadas antes del primer registro histórico documentado de la presencia de caballos en la región (1741).
“Algo que hay que tener en cuenta es que la Patagonia existieron pueblos cazadores y recolectores mucho antes de la llegada de las poblaciones criollas y europeas a esta región. Cuando estas comunidades encuentran los caballos provenientes de las Pampas, los adoptan rápidamente”, señala Juan Bautista Belardi, investigador del Conicet en el Centro de Investigación y Transferencia Santa Cruz (CIT-SC, Conicet-UTN-UNPA) y uno de los primeros autores del artículo. Para el investigador, las ventajas aparecieron claramente tan pronto como los cazadores vieron en los caballos la posibilidad de ahorrar energías al montarlos, ampliar el radio de las partidas de caza, disminuir el tiempo para encontrar presas y tener mayor facilidad para transportar cosas.
El trabajo contó con la colaboración de especialistas de distintas universidades y centros de investigación de América del Sur, Estados Unidos y Europa, entre lo que se destaca la figura del otro primer autor del artículo, William Taylor, investigador de la Universidad de Colorado (Estados Unidos). Por parte del Conicet, también participaron la investigadora Flavia Carballo Marina, del CIT-SC, el investigador Ramiro Barberena, del Instituto Interdisciplinario de Ciencias Básicas (ICB, Conicet-UNCU) y el investigador emérito del Consejo Luis Alberto Borrero, de la Universidad de Buenos Aires.
Los análisis de ADN, que se hicieron sobre los restos de caballo para identificar la especie y el sexo de los especímenes, otorgaron indicios de que tanto potros como yeguas fueron usados también para alimento humano. “Además, estudios isotópicos sobre los dientes de los caballos muestran que estos individuos eran de origen patagónico y que se movían entre las cuencas vecinas del Río Coig y el Río Gallegos”, afirma Belardi.
Los análisis arqueo-zoológicos (osteológicos y tafonómicos) y biomoleculares (radiocarbono, ADN, isótopos) de los restos de equinos, en combinación con los estudios que se realizaron sobre los artefactos encontrados en el yacimiento, indicarían que en la Patagonia ya en el siglo XVII las comunidades cazadoras-recolectoras explotaron el uso de caballos jóvenes y reproductores locales, tanto para la caza como para el pastoreo.
“Estos resultados refuerzan, en su conjunto, la idea de una rápida adopción y dispersión del caballo por parte de las poblaciones cazadoras patagónicas, la consecuente transmisión del conocimiento del manejo de estos animales, y cómo los mismos transformaron la forma de vida de las poblaciones humanas, tanto en lo que respecta a su economía como a su movilidad”, señala el investigador.
Historia de los caballos en Sudamérica
Los équidos silvestres (Equidae), incluidas las especies más antiguas del género Equus (al cual pertenecen los asnos, caballos y cebras actuales) florecieron en Sudamérica durante el Pleistoceno -época comenzada 2.7 millones de años atrás y culminada hace unos 11.700 años-. Testimonio de ello son los hallazgos por parte de Darwin de huesos de caballos, durante sus viajes en el HMS Beagle, así como la aparición de restos de équidos salvajes en sitios arqueológicos sudamericanos. No obstante, todo indicaría que estos animales desaparecieron del subcontinente durante algún momento del Pleistoceno tardío, para ser reintroducidos recién en el siglo XVI por los europeos que llegaron a América.
Se estima que, en el área del Río de la Plata, los caballos fueron traídos nuevamente cuando se produjo la primera fundación de la ciudad de Buenos Aires en 1536, a cargo de Pedro de Mendoza. Cuando este proceso de colonización fracasó debido a la hambruna y los conflictos con los indígenas de la región, los españoles se trasladaron hacia Asunción, y tanto los caballos como el ganado quedaron abandonados. Cuando Juan de Garay fundó Buenos Aires por segunda vez en 1580, los caballos asilvestrados formaban parte del paisaje y se habían extendido hacia el sur de los Andes a través de la colonización española de la costa del Pacífico.
Este nuevo estudio permite mejorar el conocimiento acerca de la dinámica de la introducción de los caballos entre las comunidades cazadoras que habitaban la Patagonia. En este sentido, el trabajo destaca que la arqueología sirve como una herramienta importante para acceder al conocimiento de procesos insuficientemente registrados en la documentación que dejaron europeos y criollos.
Otros hallazgos arqueológicos
Aunque el estudio se focaliza en el estudio de los restos huesos de caballos, también se registraron en el sitio restos de guanaco asociados con raspadores y cuentas venecianas de vidrio, ornamentos, clavos y fragmentos de metal.
“A la vez, registramos artefactos líticos -confeccionados sobre rocas-, como núcleos, desechos de talla, artefactos de raspado y corte, y puntas de proyectil manufacturadas con rocas de disponibilidad local o provenientes de diferentes sectores del sur de Patagonia. Este flujo de materias primas europeas o criollo-europeas (como el vidrio y el metal) y rocas de otros puntos de la Patagonia evidencia la circulación de bienes y la conectividad de las poblaciones cazadoras recolectoras. Algo crucial en ambientes de latitudes medias-altas y con baja demografía”, indica Belardi.
El investigador destaca que, más allá de la importancia del sitio para contribuir a la comprensión de la dinámica de la incorporación de las tropas de caballos por parte de las poblaciones patagónicas, está el hecho de que el cañadón muestra ocupaciones cazadoras en toda su extensión y que estas se remontan hasta hace al menos 3.500 años. “Esta continuidad en el uso de un espacio que brinda reparo y agua en un ambiente frío y ventoso nos permite modelar y discutir la forma de uso del cañadón en el marco del paisaje mayor del campo de lava Pali Aike”, concluye Belardi.