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No es la crecida, es el hombre: hay cientos de vacunos y equinos condenados a muerte en las islas

Grandes productores, uno de ellos con varias plantas frigoríficas, trasladan hacienda al humedal y ante la emergencia hídrica anunciada no quieren asumir el costo de volver su totalidad a tierras continentales. Sufrimiento de los animales y focos infecciosos por los cadáveres en descomposición

Recurrente, como las quemas: en época de sequía o de creciente del Paraná, las explotaciones productivas insustentables terminan con daños a la flora y fauna en el humedal. En el último caso, lo que sobresale es el abandono a su suerte de animales trasladados masivamente a las islas, porque la ecuación económica de ponerlos a resguardo en terreno firme no les conviene a los responsables de esos movimientos. Cientos de vacunos y equinos están ahora librados a su suerte en medio del agua, con el pronóstico cierto de sufrimiento y muerte. Es el panorama que atestiguan desde hace días conocedores del río y ambientalistas.

No se trata de los pequeños productores ganaderos con pocos animales, quienes aunque sea por salvar su inversión los trasladan a zonas altas. Son empresas más grandes, que cruzan hacienda para engordar y después, si la naturaleza le complica el negocio en un ambiente no apto para la escala de sus explotaciones, se desentienden porque no quieren asumir el costo de contratar barcazas para regresarla a territorio continental.

El resultado de ese manejo insustentable, muchas veces ejercido ilegalmente en tierras fiscales del delta, se puede ver en El Charigüé, La Invernada, a los costados del corredor vial Rosario-Victoria. Es generalizado. La ausencia de control estatal –es jurisdicción entrerriana– lo permite.

En particular, se pueden observar grupos de entre 10 y 15 novillos en terrenos inundados. Son parte del ganado de un conocido frigorífico santafesino, que posee varias plantas de faena y procesamiento. Apenas trasladan a los animales más grandes. A los otros, que se dispersan ante el avance del agua, los dejan. Lo que prima es la ganancia: ni siquiera contratan el número suficiente de puesteros para cuidarlos. Por eso se escapan. Y nos los buscan.

 

El cuadro es desolador: animales embistiendo los alambrados para buscar terrenos aún no inundados y pasturas para alimentarse. Es en todas las islas, la mayor parte en zonas hoy inaccesibles del interior del humedal. Pero también se puede observar a la vera de la ruta 174 de la conexión vial a Victoria, a la altura del puente sobre el arroyo Paranacito. Muchos son los que mueren. Otros terminarán atropellados al cruzar con desesperación el asfalto. Los cadáveres se descomponen. En ocasiones, cerca de los ranchos de los pescadores, atravesados por el olor de la putrefacción. Trabajadores del río expuestos a un alto riesgo sanitario por esos focos infecciosos a metros de sus viviendas.

A los novillos que permanecen varios días con las patas en el agua, la humedad constante les hace desprender las pezuñas. Después llega la consiguiente infección de las patas. También los caballos, cuyos vasos soportan menos esas circunstancias. Una muerte masiva con sufrimiento injustificable incluso cuando, si se los rescata, su destino final sea el matadero.

Según el relevamiento de la Fundación de Lucha contra Fiebre Aftosa (Fucofa), hay en las islas entrerrianas un total de 590.000 cabezas de ganado bovino, que pertenecen a 26.947 productores. La cifra real puede ser sensiblemente mayor por la irregularidad con la que se manejan las explotaciones ganaderas. Las referencias continuas de animales sin marcas lo ponen en evidencia. Al humedal no llega el Estado. Ni el de Entre Ríos ni el nacional con la Afip o el Senasa, o con los ministerios o secretarías que tienen incumbencia sobre el manejo y preservación de los recursos o el cuidado del ambiente.

No hay sorpresas, porque la creciente estaba anunciada. El Instituto de Promoción de la Carne Vacuna había advertido en los primeros meses del año que 5,8 millones de bovinos (11,5% del stock nacional) estarían expuestos a las consecuencias de la emergencia hídrica. De ellos, 2,43 millones son vacas y 1,31 millones son terneros y terneras, la categoría más expuesta. Son los animales criados en el valle de inundación del sistema Paraná/Paraguay.

El humedal no soporta tamaña escala de ganadería. Muchos productores lo tratan de «pampeanizar» con la construcción de terraplenes para secar terrenos y mover vehículos. El resultado es devastador: transformación de los patrones de escurrimiento del agua, cortes de arroyos y golpe de gracia a la fauna ictícola ya depredada, entre otras afectaciones. Se agrega la quema sin precauciones de pastizales para el rebrote, que en épocas de sequía se tornan incontrolables y arrasan con vegetación y animales autóctonos, como ocurrió desde 2020 hasta la agonía del fenómeno La Niña. Ahora, con el pronóstico inverso de altas lluvias, las consecuencias del manejo productivo irresponsable se hacen notar de nuevo.

 

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