Por Dolores Pruneda Paz / Télam
La relevancia cultural y económica de las políticas de dominio público, evidenciada tras la liberación de los derechos de autor sobre un Mickey y una Minnie Mouse creadas en 1928 por Disney, un imperio que se construyó a partir de la reversión de películas sobre clásicos infantiles -todos ellos del dominio público-, reavivó un debate acompasado por las primeras apariciones de videojuegos, películas y NFT’s que reconstruyen en clave hater y paródica al ratón más monopólico de las infancias.
A días de que los primeros Mickey y Minnie Mouse creados por Disney hayan pasado a domino público -una versión vintage de lo dos ratones, animados en blanco y negro sin las señas ni los nombres que hoy los caracterizan-, se actualizaron los debates en torno a los alcances de la libertad de derechos y la libertad de expresión, las atribuciones creativas y la reconfiguración colectiva de íconos del imaginario popular.
¿Puede haber ahora un Mickey porno o una Minnie feminista? Los especialistas dicen que sí. ¿Cómo impacta esta apertura de derechos en Argentina, el único país del mundo junto a Uruguay donde el dominio público es pagante, es decir, no se pide permiso pero sí se paga un canon, justamente, al Fondo Nacional de las Artes, un de los organismos culturales que plantea eliminar el mega DNU presidencial 70/2023? De estas y otras cuestiones dialogaron con Télam la abogada Agustina Laboureau, especialista en propiedad intelectual e innovación; y Beatriz Busaniche, Magister en Propiedad Intelectual y directora de la Fundación Vía Libre.
«Desde el punto de vista legal del copyright lo que no se puede hacer es confundir o atribuirle a Disney, por ejemplo, una versión extremadamente violenta, racista u odiadora de Mickey o de Minnie; solamente tiene que quedar claro quién lo hizo, puede incluso ser anónimo mientras no se le atribuya la autoría a una empresa que no tiene nada que ver», explica Busaniche a Télam.
El 1° de enero de cada año, una batería de obras registradas bajo el nombre de quien las creó deja de pertenecer a sus herederos y pasa a ser dominio del público: cualquiera puede copiarlas, compartirlas, reutilizarlas o adaptarlas. El dominio público permite trabajar con una obra como si fuera la materia prima. Ese momento llegó con el 2024 para Mickey y Minnie, íconos hace décadas del imaginario de las infancias de todo el mundo, cuya reputación fue rigurosamente custodiada por la firma, al menos, hasta hoy.
Los Mickey y Minnie que desde ahora se pueden reversionar y comercializar libremente no son los clásicos que pasaron del celuloide a las pantallas de plataformas globales de la mano de personajes como el Pato Donald, Daisy o Pluto. Son una precuela de ese mundo a todo color que distingue hoy a la factoría Disney: los que aparecen en los cortos «Steamboat Willie» (El barco de vapor de Willie), «Plane Crazy» (El avión loco) y «The gallopin’ gaucho» (El gaucho galopante) de 1928.
En cuestión de horas aparecieron películas, juegos, memes y parodias, algunas que no agradarán a Disney, la compañía que alguna vez exigió a una guardería de Florida retirar un mural no oficial de Minnie o sentenció que tallar a Winnie Pooh en una lápida infantil violaba sus derechos de autor. En este lapso tan breve que se dio desde que entró en vigencia la liberación aparecieron NFT’s que fueron tendencia en OpenSea, mercado digital millonario de arte; películas y videojuegos donde Mickey mata, insulta, rompe. Y el trailer de «Mickey’s Mouse Trap», protagonizado por un asesino caracterizado como Mickey que ataca a jóvenes, película aún sin distribuidor que sin embargo apunta a estrenarse en marzo según el Hollywood Reporter.
“El revuelo generado en la comunidad académica, artística y creativa tras la caída en dominio público de estas obras tiene que ver con se trata del personaje más característico de la megacorporación norteamericana, que pertenece a uno de los países que mayor explotación económica de derechos de propiedad intelectual hace”, señala Agustina Laboreau.
Disney participó activamente a favor de la extensión de la protección de derechos de autor sobre obras creativas en las modificaciones de la Copyright Act norteamericana y eso hizo que se extendiera por 95 años los derechos de autor, algo que para muchos críticos lo único que hace es perjudicar el acervo creativo. «Retrasa la posibilidad de uso de ciertas obras favoreciendo únicamente a grandes empresarios con capacidad de explotar económicamente esas obras y de protegerlas con equipos legales que constantemente auditan y solicitan el cese de uso por parte de pequeños y medianos emprendedores que no gestionaron las licencias», indica Laboreau.
Con la llegada del nuevo año, el desarrollador de videojuegos Nightmare Forge publicó el trailer de «Infestation 88», donde un ratón caza a los jugadores en un almacén oscuro. Semanas antes otra productora, Fumi, había lanzado el trailer «Mouse», en el que roedores muy parecidos al Mickey de 1928 se eliminan a tiros para avanzar.
Laboreau descarta que satirizar o agregar componentes terroríficos o sangrientos a esos personajes pueda perjudicar la reputación de las corporaciones o de esos personajes, emblemas de la tierna infancia que terminan funcionando como marcas. «Es demasiado evidente que creaciones como Infection 88 no surgen de la Disney debido a un componente particular, completamente desvirtuado, que no transmite nada de lo que propone Mickey Mouse como figura emblemática de esa corporación», dice.
Aunque “habrá que ver -advierte Busaniche- porque la Disney es una empresa que nunca se ha quedado atrás en su litigiosidad en los tribunales, con lo cual puede pasar que si algún uso de estos personajes la inquieta, use una demanda de marcas. Porque el ratón es una marca registrada de Disney y las marcas no prescriben como el copyright, las marcas pueden ser, si se renuevan cada 10 años, siempre vigentes».
De todos modos, agrega la activista, como esto ocurre en la legislación y el contexto jurídico estadounidense, “hay que aclarar que Estados Unidos tiene en su Constitución la Primera Enmienda, que es una defensa acérrima de la libertad de expresión, por eso es muy difícil llevar un juicio contra algo que puede ser claramente interpretado como libertad de expresión. Por dar un ejemplo, en Estados Unidos el discurso nazi o el discurso racista no son prohibidos, son discursos habilitados por el marco constitucional de la libertad de expresión”.
Pocos antecedentes y futuro incierto
Si bien “uno podría imaginar un pleito interesante entre el derecho de marcas de la Disney y la libertad de expresión de quien haga estas obras nuevas a partir de que estos personajes están en el dominio público”, dice Busaniche, «la realidad es que estos casos no se habían presentado antes en el marco de un conflicto con Disney y considerando que la firma ofició activamente de propulsor de la modificación de la ley de derechos de autor norteamericana, tendríamos que ver cómo se solucionaría un posible caso jurídico al respecto», agrega Laboreau.
Aunque hay un antecedente. El artista callejero Banksy y el mural donde pintó una nena desnuda, a partir de una foto icónica de la guerra de Vietnam, escoltada por la figura de Mickey Mouse y de Ronald McDonald.
En ese caso, explica Laboreau, «la jurisprudencia interpretó que debía priorizarse la libertad artística y de expresión artística sobre la reputación marcaria que de ninguna manera se veía afectada porque el mural no refería a productos o servicios que Mickey Mouse o Disney y que McDonald’s o Ronald podían ofrecer, sino que lo que se estaba haciendo era criticar a la cultura norteamericana utilizando dos referentes de esa cultura».
«Los sistemas de propiedad intelectual tienen como objetivo promover las artes y las ciencias útiles -aporta Busaniche-. En la Constitución estadounidense existe la ‘cláusula del progreso’ que establece como objetivo para promover las artes y las ciencias útiles la posibilidad de que el Congreso otorgue monopolios limitados en el tiempo a autores e inventores”.
Es decir, “el copyright en los Estados Unidos tiene una finalidad estrictamente utilitarista: nutrir un dominio público para que el resto de los creadores e industrias puedan abrevar en busca de obras y otros tipos de producciones a fin de mantener andando la rueda de la creatividad”, señala la activista.
Pero, ¿cómo podrán utilizarse esos Mickey, Minnie, incluso ese gaucho que galopa por la pampa argentina, cuando en Argentina, precisamente la cuestión de la liberación de derechos es distinta?
Su legislación establece el dominio público pagante, que supone que no se debe pedir permiso para usar una obra pero sí se debe tributar un gravamen al Fondo Nacional de las Artes, una entidad de gestión colectiva, para fomentar el trabajo de artistas y autores mediante becas, subsidios y premios.
«Vaya cuestión que tenemos en este momento -dice Busaniche-, cuando el proyecto del gobierno nacional es eliminar el Fondo Nacional de las Artes pero no he leído en las muchas páginas de la ley ómnibus ni en las del DNU la derogación del dominio público pagante, que en Argentina se justifica solamente para financiar arte futuro y artistas. Al menos yo no lo encontré”.
El dominio público pagante, dice, “es una figura muy rara que sólo existe en Argentina y Uruguay y que los estudiosos del copyright internacional no terminan de entender, pero bueno, derogado el Fondo Nacional de las Artes debería inmediatamente derogarse el dominio público pagante y ser libre como es en Estados Unidos y prácticamente el resto del mundo”.
Aunque, concluye, “es interesante pensar que la obra que está en dominio público es una obra que está liberada a la creatividad de los demás y que por eso va a cobrar una nueva vida, sobre todo cuando son obras tan emblemáticas de la cultura popular como en este caso.