Hugo López repasa el accidente con vívidas imágenes, tiene claro lo que sucedió y lo cuenta firme, sólido en su relato. Tal vez lo haya repasado tantas veces o comentado con su gente, que sale natural y no representa un shock a pesar del tinte conmovedor, de los pantallazos del horror y de ese instante o detalle que convierte una tragedia en un milagro.
Sin embargo, cuando ingresa sin querer en el rincón de su vida que es el básquet, lo invade la duda, lo carcome la ansiedad, el dolor de nada más pensar en no volver a jugar. Y ahí se quiebra un rato, se refugia en el llanto, en el hombro amigo que comprende.
Ese es Hugo López hoy, el tremendo muchacho que salió de una camioneta destrozada y en llamas para escapar de la tragedia, el que lleva en sus huesos diez operaciones en seis meses desde que el pasado julio una mala maniobra lo dejó atrapado en un desafío mucho más importante que ganar un partido o un campeonato, que pasa por volver a incorporarse, a caminar por sus propios medios.
“Salir vivo de lo que me pasó me permite ver cada avance como algo positivo, fue horrendo, imaginá que hasta se me prendieron fuego el pelo y la barba, ver cómo quedó el vehículo o cómo me sacaron me hace tomar la recuperación con calma, primero porque otra no me queda, pero también porque me doy cuenta que si me quedaba un minuto más en la camioneta me moría”, explica el ala pivot que se lució en Central, Temperley, Unión de Arroyo Seco, entre otros.
“No me desmayé, me acuerdo de todo lo que pasó. Fue en la ruta entre El Trébol y Carlos Pellegrini y todo el lado izquierdo de la camioneta tomó una huella con agua, porque cuando quise reincorporarme a la ruta se generó un movimiento brusco y choqué contra un camión”, recuerda el goleador canalla, quien empezó a luchar por salir de una trampa mortal: “Pude romper un vidrio y tratar de salir, pero no podía abrir la puerta porque la tapaban unos pastizales y además tenía la pierna rota. Pero la gente que me socorrió me ayudó y después llegaron los bomberos y el traslado al Samco”.
Hoy López pasó diez veces por el quirófano entre operaciones y limpiezas para reparar brazo y pierna. Se rompió hasta el fémur, el hueso más duro del cuerpo humano. Pero salvo cuando habla de básquet, Hugo es más duro todavía y sigue firme en el proceso de recuperación.
“Yo estaba medio dopado, pero los médicos que me atendieron me contaron que en ese momento corrí riesgo de vida por la sangre que había perdido, que la imagen fue de terror en el hospital”, cuenta con entereza ahora que, cree con optimismo y esfuerzo, estar a mitad del camino hacia poder caminar con normalidad.
Se refugió unos meses en el oeste de la ciudad con el viejo, allá donde empezó todo cerca de su querido club Río Negro antes de la aventura en el básquet de Buenos Aires. Después llegó la silla de ruedas y ahora las muletas. “Todo lleva su proceso, pero se siente mucho mejor poder estar con las muletas y moverme con libertad”, dice y de golpe la charla frena, las palabras no salen, porque el básquet aparece y se lleva sus pensamientos, hacia alguno que se animó a deslizar que no le apunte a jugar, que hay cosas más importantes. Y Hugo intuye que el panorama de relevancia hoy es así, pero no quiere ni pensarlo. ¿Para qué? ¿Para qué ahora? Esa ilusión es la que genera las lágrimas, pero también la que infla el corazón de rebeldía para seguir en cada cita con los kinesiólogos.
“Es que a mí me vuelve loco la pelotita. Pero sé que lo importante ahora es otra cosa y sé que voy a poder. Por lo pronto voy a estar acompañando a los chicos de la reserva de Servando Bayo y quizás hasta los dirija con mi hermano”, se recompone y proyecta ver a su amigo Pedro Ludolini jugar en Fisherton, pero eso sí, “de visitante porque de local hay que subir muchas escaleras”.
La lista de afectos y agradecimientos es larga. Su novia Pamela, su viejo, su hermana, sus amigos, con Pedro a la cabeza, estuvieron firmes en la incertidumbre, en el dolor, en el apoyo y en el día a día de necesidades y lucha.
Resalta a Guillermo, quien dice que le salvó la vida en aquel momento y con quien aún habla de tanto en tanto; los médicos del Samco, luego los del hospital en Rosario, las enfermeras, los bomberos, todos los que donaron sangre, los kinesiólogos y los que estuvieron pendientes.
Esa mañana de julio el milagro le ganó la pulseada a la tragedia en medio de los pastizales incendiados y Hugo empezó un partido complicado, de esos que no sólo necesitan de su capacidad de gol, sino que obligan a defender cada pelota para ganar. Pero hay tiempo, todavía falta para que suene la bocina, hay partido.