Por Ricardo Ragendorfer. www.somostelam.com.ar
En paralelo a la movilización del 24 de marzo, tal vez la más multitudinaria de la historia argentina, el Gobierno difundía por X (antes, Twitter) un spot para celebrar (sí, este es el verbo correcto) el cuatrigésimo octavo aniversario del último golpe de Estado. ¿Una provocación? Desde luego.
Pero sus hacedores pasaron por alto que tal registro audiovisual será, seguramente, un documento de época para enseñar a las futuras generaciones la brutal Weltanschauung de quienes, el 10 de diciembre de 2023, llegaron a la Casa Rosada para erigirse en una (tardía) continuidad civil de esa vieja dictadura.
A tal efecto, en apenas trece minutos no escatimaron un puñetazo en el bajo vientre de la conciencia democrática (el testimonio de la hija del capitán Humberto Viola y hermana de María, muertos durante un ataque del ERP), ni el humor involuntario (la palabra de Luis Labraña, un ex montonero quebrado que se hizo amigo de la “gorra”), ni el eco de homilía laica (la declamación de Juan Bautista “Tata” Yofre, un dinosaurio de pura cepa).
Dicho sea de paso, la presencia de estos dos últimos le confiere al video un valor periodístico excepcional. Porque, ya se sabe que la estrategia de los apologistas del terrorismo de Estado consiste en escamotear la cifra de 30 mil desaparecidos. Y en su “bolo”, el bueno de Labraña se adjudica, sin ninguna prueba ni pudor, la invención de esa cifra, cuando en realidad es un número estimativo, y convertido en consigna por todos los organismos de Derechos Humanos.
Pero no de un modo arbitrario, ya que tal cálculo es fruto de un conjunto de variables fehacientes, cuando el balance exacto de aquella suma se encuentra únicamente en poder de los asesinos. Y el albacea de semejante lista –junto con todo el archivo no desclasificado del Batallón 601 de Inteligencia del Ejército – sería nada menos que Yofre.
Pero vayamos por partes.
Perfume de mujer
Ya en la biografía oficial de este individuo de 77 años se desliza su origen, diríase, cívico-castrense (o a la inversa). Porque, tras no concluir sus estudios en el Colegio Militar de la Nación, cambió el uniforme por la boina blanca del radicalismo, acompañando a su hermano mayor, Ricardo, quien pertenecía al ala desarrollista de dicho espacio.
Su biografía oficial también dirá que, en 1976, empezó su carrera periodística en Radio Municipal y en el diario Clarín, aunque omitiendo un segundo empleo: agente del Batallón 601 de Inteligencia del Ejército, a donde ingresó con una recomendación inobjetable, la del subsecretario general de la Presidencia, ya con el general Jorge Rafael Videla en el Sillón de Rivadavia. Éste no era otro que Ricardo.
Allí, Juan Bautista hizo buenas migas con el general Carlos Alberto Martínez (a) “Pelusa”. Se trataba del mismísimo jefe del Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE) –bajo cuya órbita estaba el Batallón 601, y a quien se le atribuía la arquitectura del plan sistemático de exterminio.
Concluida la dictadura, Yofre retomó el oficio periodístico, recalando en el diario Ámbito Financiero.
Su salto a la gloria se inició, con la cadencia de un road movie, en 1989 a bordo del Menemóvil, cuando cubría la campaña de Carlos Menem, quien, subyugado por él, al llegar a la Casa Rosada lo nombró director de la SIDE.
Permaneció apenas unos meses en ese puesto, pero los suficientes como para poner a “Pelusa” al frente de la Escuela Nacional de Inteligencia (ENI), además de contratar a otros insignes represores.
De esa gestión se habría “llevado” un souvenir: los archivos del Batallón 601, con todos sus secretos del terrorismo de Estado.
Es notable como sus incursiones en el mundillo del espionaje, y aquella cuestión en particular (que, entre otros beneficios, le había permitido escribir quince libros para embellecer las atrocidades de lo que él denomina “guerra sucia”), se entrelazan con ciertas encrucijadas de su vida privada, signada por líos de polleras.
Tal fue el caso de su escandalosa separación de la periodista de Clarín, María Laura Avignolo. Una ruptura tan ríspida, al punto de verse obligado a ordenar un seguimiento sobre ella. Y recurrió para tal fin a un experto en la materia: el represor del Ejército, Pascual Guerrieri, asimilado por él a la SIDE.
Su siguiente matrimonio con la actriz Adriana Brodsky parecía muy venturoso. Pero tampoco tuvo un final feliz. Él mismo detalló la razón en una entrevista radial: “¡Hubo dolo! –le confió a un sorprendido Chiche Gelblung– Porque ella me dijo que no podía tener chicos. Y los tuvo. Después me explicó como hizo para tener un chico mío. ¡Eso es dolo!”. Un caballero.
Pero nada fue comparable con el disgusto que le deparó su siguiente ex pareja, la productora de modas Andrea Luz Sanguinetti de Ridder.
Fue durante el invierno de 2006, cuando ella se presentó en el juzgado federal a cargo de Jorge Urso para denunciar un delito de acción pública con la siguiente prueba: una lista volcada en 19 hojas con el índice completo del archivo del Batallón 601, diciendo que los jackets con el preciado contenido estaban en la baulera del elegante edificio de Recoleta, habitado por Yofre.
La policía allanó aquel domicilio unos días después, pero se fue con las manos vacías: alguien, en el interín, había puesto los rollos a buen resguardo.
La pobre Andrea Luz no la sacó barata. Ocurre que, al poco tiempo, alguien ingresó al registro de la Dirección Nacional de Migraciones una prohibición apócrifa de salida del país a nombre de aquella mujer. Ese alguien resultó ser un amigote de Yofre, el oficial de la Policía de Seguridad Aeroportuaria, Iván Vázquez.
Por entonces, este sujeto era parte –junto con otros dos colegas de esa fuerza y tres periodistas– de una banda de espías dirigida por Yofre, la cual se dedicaba al hackeo de mails para su uso y comercialización. Por ello, él sería procesado –y sobreseído– por la jueza federal Sandra Arroyo Salgado.
En tanto, el asunto del archivo del Batallón 601 aún palpitaba en silencio.
El señor de los archivos
En aquellos días, tuve un encuentro periodístico con el ex oficial del Batallón 601, Carlos Antonio Españadero (ahora preso por delitos de lesa humanidad), con motivo de un artículo para la revista Caras y Caretas.
En esa oportunidad, le pregunté por el secuestro, en 1977, del director del diario El Cronista Comercial, Rafael Perrota.
Entonces extraje de una carpeta algunas fotocopias saturadas en tinta de un texto mecanografiado. Al pie de las hojas se leía: “Estrictamente secreto y confidencial”. Era un acta del Batallón 601 que contenía la transcripción del interrogatorio a Perrota.
Españadero, sorprendido por el hecho de que aquel documento estuviera en mi poder, me miró por el rabillo del ojo, antes de preguntar:
– ¿Vos lo conocés al “Tata” Yofre?
– No personalmente, ¿por qué?
Su respuesta fue: –Porque estos papeles los maneja él.
Aquella fotocopia había caído en mis manos en marzo de 2000, junto con otros documentos de idéntica procedencia. A saber: la trascripción de un interrogatorio a Julio Gallego Soto (un antiguo operador de Juan Domingo Perón en el exilio, que también fue secuestrado bajo la sospecha de ser informante del ERP); una evaluación de sus contestaciones (su remate es sobrecogedor: “Se recomienda la disposición final del causante”, con todo lo que ellos significa); un informe de inteligencia sobre todos los integrantes del staff de la revista Confirmado (su director, Horacio Agulla, fue asesinado en 1978 por la Armada en medio de una interna con el Ejército); también había fichas de personas secuestradas, listas parciales de desaparecidos y el ya mencionado interrogatorio a Perrota.
Dicho material me había llegado por medio del periodista Fernando Carnota, quien, a su vez, lo obtuvo de Fabián Doman.
Ya en aquellos días corría el rumor de que el archivo del Batallón 601 estaba en venta por medio millón de dólares. Mientras tanto, el represor Vergéz –a quien Yofre supo conchabar en la SIDE– me recibía por otra entrevista en un austero departamento de la calle Rodríguez Peña 279. El tipo estaba económicamente quebrado, a punto de ser detenido y ofrecía documentos no desclasificados a cambo de dinero. Esto último lo expresó frotándose la yema del pulgar con la del dedo índice.
Hay quienes lo señalan como socio de Yofre en el asunto. Tanto es así que aquella posible vinculación fue tratada durante el juicio oral que se le hizo en 2013. Esa vez también declaró “Tata” de muy mala gana.
Y cuando la fiscal Gabriela Sosti quiso saber dónde obtenía los datos de inteligencia para sus libros, le respondió: “Me caen del cielo, doctora”. Vergéz, en ese instante, lanzó una solitaria carcajada.
Poco después, ya condenado a 23 años en ese juicio, el represor dijo que los archivos habían sido vendidos. a fines de la década del ’90, al presidente Carlos Menem a cambio de 250 mil dólares. Obviamente su palabra no vale ni un centavo.
Tal vez, ahora, al reverdecer la polémica sobre el número de víctimas del terrorismo de Estado, Yofre guarde bajo siete llaves algo que voltearía de un plumazo los argumentos negacionistas: un paper, enviado desde Buenos Aires al cuartel general de la Dirección Nacional de Inteligencia (DINA), por su delegado en Argentina, Enrique Arancibia Clavel (quien lo rubrica con su nombre de cobertura, “Luis Felipe Alamparte Díaz”). Aquella hoja, escrita el 4 de julio de 1978, informa: “Se tienen computados 22.000, entre muertos y desaparecidos, desde 1975 a la fecha”. Era el saldo, calculado por el Ejército, cuando aún faltaban cinco años y medio para el fin del ciclo militar. De hecho, en otro párrafo quedó asentado que tal dato “se pudo conseguir en el Batallón 601 de Inteligencia”.
¿Acaso esta trama no es parte de la historia completa?