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Javier Martínez, el generador de grandes himnos sonoros del blues y el rock argento

El compositor y baterista de Manal, cifró la escena social de una época con su poética descarnada y feroz tomada del tango y el lunfardo y escanciada en su voz aguardentosa. El primer disco de la banda fue una verdadera "bomba" con temas hoy legendarios como "Jugo de tomate" y "Avellaneda blues"

Como muchos otros de su estirpe, es decir, rockeros o bluseros de alma, Javier Martínez, el batero de Manal, el primer power trío argentino, arrancó su trayecto en la mítica La Cueva, el reducto que nucleó, a mediados de los 60,  a todos los que luego serían los grandes nombres del rock nacional, entre ellos Moris, con quien formaría Los Beatniks junto al violero Pajarito Zaguri; al bajista Antonio Pérez Estévez y al tecladista Jorge Navarro. Moris cantaba y tocaba segunda guitarra y Martínez ya le daba a los parches con suficiencia, tal vez más rítmicamente que su antecesor Alberto Fernández Martín, quien había integrado el grupo desde el comienzo.

En 1966 Los Beatniks grabaron el single “Rebelde”, tema que a posteriori fue considerado como el primero de autor del rock argentino. La banda también sería una de las primeras en girar por el interior del país con una propuesta basada en la ejecución de blues, rock y algo de rockabilly y fueron furor en las animadas noches de las ciudades de la costa durante la temporada. Ya Javier Martínez buscaba afanosamente escuchar otros bateros contemporáneos, sobre todo aquellos que propusieran otras lecturas a los compases del blues-rock y que más tarde lo harían poseedor de un aceitado poderío instrumental. En esa época, entre otros, pero principalmente, Martínez se había declarado devoto de dos bateristas ingleses, Aynsley Dunbar (en esos años tocaba en John Mayall & the Bluesbreakers) y Ginger Baker (en Cream en ese momento y un poco después en Blind Faith) y de la Paul Butterfield Blues Band y Electric Flag, del guitarrista Mike Bloomfield y el baterista y cantante Buddy Miles, cuyos discos importados comenzaban a poblar las bateas argentas.

Poco después, Martínez dejó Los Beatniks e integró Gaston’s Group, otro grupo de no tanto predicamento pero en el que se sentía cómodo y tocaba mucho en el ámbito de salas y boliches. “Yo solo quería tocar por aquella época y además en vivo, que era como probarte ante el público y tener una idea de cómo sonaba. Eso sí, siempre me interesaron las escenas menos comerciales, no era ir a tocar a cualquier lugar, sino a aquellos donde la identidad de cada grupo era lo que contaba más allá de poses o de estar al lado de impresentables”, expresó el baterista en una entrevista en el Expreso Imaginario en 1980. En 1967, en el otro espacio mítico conocido como “el Di Tella”, el instituto que albergó casi la totalidad de las expresiones artísticas de los 70, armó un evento conocido como Beat Beat Beatles, un show para homenajear a la banda de Liverpool y allí coincidieron Gaston’s Group y Bubblin’ Awe, otra formación que contaba entre sus filas con un guitarrista que se las traía y que además de blues y rock hacía alardes de conocer el universo del jazz y que se llamaba Claudio Gabis. Ese encuentro, donde Martínez y Gabis socializaron durante buena parte de la noche luego de haber tocado, parece haber sido el germen de lo que se llamaría Manal.

Pero todavía faltaba para eso y entretanto ambos músicos coincidieron en armar una banda para hacer blues en castellano, lo cual resultaba disruptivo para ese tiempo. Lo mismo ocurría con Los Gatos Salvajes, donde Ciro Fogliatta y Litto Nebbia habían lanzado el álbum homónimo cantando rock en castellano y defendían esta postura ante las grabadoras, que al principio dudaban de que perdiera buena parte del ritmo al que lo habían llevado los compositores sajones. Martínez y Gabis, junto al bajista Rocky Rodríguez y al tecladista Emilio Kauderer grabaron un tema titulado “Estoy en el infierno”, que más tarde integraría el repertorio de Manal y fue usado para los créditos del film de culto Tiro de gracia (1969), que dirigió Ricardo Becher. Para esa grabación, al trío se agregó Roberto “Fanacoa” de Vita, que tocaba el órgano Hammond. Pero antes, el actor, guionista y director de cine y teatro Jorge Goldenberg, a quien le había gustado mucho el tema, convocó a Gabis para musicalizar la puesta teatral Viet-Rock, que era una versión de una obra antibélica norteamericana contra la guerra de Vietnam.

Allí mismo, Gabis convocó a Alejandro Medina, a quien conocía por haberse presentado en escenarios junto a la banda del bajista, llamada The Seasons. Aunque la participación en la puesta teatral no prosperó por desacuerdos económicos, Medina se incorporó  al proyecto que alimentaban Martínez y Gabis y desde ahí comenzó a brillar ese faro a puro blues, rock, a los que se incorporaría algún tinte de soul y unas fructíferas notas de jazz, para alumbrar un sublime camino en la escena del rock nativo. “De esos momentos recuerdo que eran muy vertiginosos, ensayábamos un montón, buscábamos un sonido que fuera incontrastable, que más allá de las influencias, fuera solamente nuestro”, confiaba Martínez algunas décadas después.

“Un ritmo de caminador”

Los ensayos se hacían en la casa de Medina, en un garaje acondicionado como sala con una buena cantidad de equipos, puesto que allí también se reunían otros grupos y había una gran movida de músicos y de lo que se conocía como bohemia porteña, que integraban escritores, artistas plásticos, cineastas under. Por lo que no era difícil encontrar a Jorge Pinchevsky, a Billy Bond, al mismo Flaco Spinetta; a David José Kohon y al citado Becher entre los realizadores; a Marta Minujín y a Federico Peralta Ramos, entre los ligados a las bellas artes. Además había lugares ubicados en la llamada Manzana Loca, donde estaban el Di Tella y el Bar Moderno, pero también los bares emplazados sobre Corrientes como La Paz, el Suárez, el Ramos, La Giralda, donde el gesto artístico en general estaba en movimiento. Hacia fines de 1968, el trío cayó en la casa de la periodista y escritora Piri Lugones, que había organizado una fiesta a la que asistió buena parte de la comunidad vernácula y artística del momento, entre ellos el editor Jorge Álvarez, que ya tenía en su catálogo títulos como Operación masacre, de Rodolfo Walsh, e Invasión, el primer libro de relatos de Ricardo Piglia, quien también estuvo esa noche y hace una referencia sobre la conversación entre Álvarez y Martínez y Gabis en sus diarios (Los diarios de Emilio Renzi, 2015).

Los músicos le hicieron escuchar al editor “Avellaneda Blues”, y Álvarez quedó encantado con la letra y por cómo sonaba el trío, tanto que convenció a un socio de la editorial para armar un sello propio, el luego tan mentado Mandioca, en donde no pocas formaciones de la época grabaron sus primeros discos. Fue también allí donde el trío comienza a llamarse Manal, porque antes habían adoptado el menos ganchero Ricota, adoptado por sugerencia de la vehemente e iconoclasta Marta Minujín. De este modo, a través de Mandioca, Manal sacó su primer simple que contenía dos temazos que darían que hablar y hasta halagaría el mismo David Viñas, quien comentó a Piglia luego de su escucha: “Yo vengo del tango más orillero y estos tipos, desde otro lugar, me traen imágenes parecidas a las que tengo cuando escucho un tango con versos de Evaristo Carriego, creo que son los existencialistas del rock, ya quisiera Sartre escuchar estas visiones”, dijo el escritor y polemista encarnizado después de escuchar “Qué pena me das” y “Para ser un hombre más”, los dos temas del simple.

El artista conceptual Roberto Jacoby, otro habitué de esas tertulias artísticas-musicales, también se fascinaba con algunas letras escritas por Javier Martínez y, en sintonía con Viñas, dijo a la revista Panorama, en referencia a las bandas que escuchaba hacia fines de los 60: “La poesía de Martínez chorrea vivencias, es un existencialismo puro y duro, si no escuchen «Informe de un día» o «Para ser un hombre más»”.  Evidentemente señalaba cómo el autor y baterista de Manal tallaba la cotidianidad con una transparencia implacable en versos como estos: “…Esto lo esperé tanto / Que casi no sé que hoy llegó / Trampas de vivir siempre / Sin ninguna explicación / No miro el techo para ver más que yeso / Y la ventana me sirve para mirar / Un edificio con gente que desayuna / Se peina o fuma en la rutina de continuar…”. Y en el lado B de ese simple, el igual de demoledor “Para ser un hombre más”,  desbroza los perniciosos hábitos de una clase media insustancial que se abraza a lo material en escenas como esta: “…Gente que habla mucho, reparte por ahí / Vieja sabiduría que nunca podrá vivir / Pálidos de cultura, cerveza van a tomar / Para ser un hombre más…”, y después: “…Chicas muy arregladas pasean por ahí / Pasan por la cortina de un miedo que va a venir / Bajo la ventanilla, van a poderlas ver / Para ser un hombre más…”. “Muchas de mis canciones vienen desde la calle, hasta en el ritmo creo que se siente eso; tienen un ritmo de caminador, un walking”, señaló Martínez sobre los temas de ese primer disco.

El año 1969 sería consagratorio para Manal y sus presentaciones en el mencionado Di Tella, el Teatro Coliseo, la Facultad de Ciencias Exactas y el Festival Pinap de la Música Beat & Pop ’69, donde tocaron las formaciones emblemáticos de fines de esa década, lo puso en un sitial preferencial en la escucha de un par de generaciones.

“Había muchos que cantaban boludeces”

Es cierto que Manal no fue solo la precisa y sutil poética de Javier Martínez y los aluvionales arrebatos de su batería, porque la refinada e incisiva guitarra de Gabis y los enérgicos e  inmersivos compases de Medina generaron su parte en los verdaderos himnos sonoros del blues argento, maridados siempre con el desasosiego y las ilusiones rotas de una época en efervescencia, pronta a entrar en otra década infame. Pero no es menos cierto que Martínez imprimió una intensa emoción en esas letras con atmósferas desesperanzadas (confesó su admiración por Roberto Arlt y por compositores de tango como Enrique Santos Discépolo y Enrique Cadícamo), consolidando un estilo para un power trío que fue poniéndose cada vez más afilado en su decir y sonar con un estándar de calidad que sigue resultando sorprendente. El video grabado en la re-unión de Manal en 2014, en los estudios Red House, es una prueba cabal de la dimensión que tuvo y tenía el trío.

En 1970 salió el primer larga duración del grupo, con una tapa collage con la imagen de los músicos dentro de una bomba que va a explotar (al álbum comenzó a llamárselo “la bomba”) y conteniendo algunos de los temas que pegarían fuerte en la historia del rock nacional, tales como “Porque hoy nací”, “Todo el día me pregunto”, “Jugo de tomate frío” (considerada por la crítica especializada como una de las mejores canciones del rock argentino), “Avellaneda blues” (de autoría conjunta de la dupla Martínez-Gabis), “Avenida Rivadavia”. Martínez recordó en una entrevista de Clarín que la esencia de ese disco fue todo lo que a él lo fascinaba durante parte de su adolescencia –empezó a componer a los 16 años– y siguió escuchando hasta los 21, cuando se formó Manal. “En esos años yo estaba muy abocado a escuchar a Ray Charles, Art Blakey y los Messengers, soul y R&B. Esas fueron grandes influencias que me hacían escribir todo el tiempo. Hoy me doy cuenta que cuando terminamos con el primer álbum ya teníamos el material para el segundo”, contó en esa entrevista de 2020.

Luego de ese primer álbum Manal grabaría otro simple con los igualmente contundentes “Doña Laura” y “Elena”, y seguidamente llegaría El león, el segundo larga duración grabado para RCA que, como el primero, tendría otras reediciones, y que contaba con temas como “Blues de la amenaza nocturna”, “Si no hablo de mí”, “Mujer sin nombre”, “No hay tiempo de más”. El disco fue editado en 1971 y poco después la banda se disolvería sin que nunca se supiera la razón exacta. Los rumores hablaron de tensiones entre los músicos e incluso hubo quienes apuntaron a que Javier Martínez insistía con tener el dominio absoluto de la banda. En su estructura, el disco suena más rockero que blusero, con la guitarra distorsionada y la sección rítmica marcadamente en primer plano. En relación a las letras, Martínez manifestó que también había abordado otros autores que lo habían “impregnado”. Dijo: “Empecé a leer otras cosas, a Italo Calvino, Cesare Pavese, George Bataille. Tuve una visión del mundo diferente y de ahí salieron mis letras; tenían un tono existencialista muy distinto a lo que se escuchaba; había muchos que cantaban boludeces, esto dicho con todo respeto”. La formación tendría su última actuación en julio de 1971 en el Cine Pueyrredón en el barrio porteño de Flores.

“Insistir hasta conseguir algo”

El periplo de Javier Martínez tras la disolución del trío tuvo innumerables estaciones. Poco tiempo después de Manal se sumó a la banda de Billy Bond, La pesada del rock and roll, donde fue el autor de la frenética “Salgan al sol” y tocó en el disco Buenos Aires Blus, único acreditado por la formación. Más tarde estuvo en México, Estados Unidos y luego recaló en España, donde tocó con un grupo de jazz-rock. Manal tendría un primer regreso, en 1980, en una presentación en el porteño estadio de Obras, donde volvió a afirmar su verdadera prosapia creativa en un concierto que muchos presentes describieron como “emocionante”. También hizo una pequeña gira por las ciudades de Santa Fe, Córdoba, Mendoza y Tucumán, y en 1981 grabaría el disco Reunión, donde además del rock y el blues, el trío despuntaba con aires de jazz y  funk. La composición de los temas estuvo repartida y ya no eran de la autoría exclusiva de Martínez.

Esa “reunión” duraría muy poco y en diciembre de ese mismo año bajarían el telón con un recital en La Plata. Después Martínez grabaría un álbum solista titulado Sol del sur, como el tema homónimo que era parte del repertorio de Manal; otra vez en Europa, batió un récord en Francia, en la ciudad de Toulon, tocando 40 horas y media la batería (dicen que el premio en francos era suculento); de regreso en Argentina formó un quinteto que llamó Manal Javi, que reversionaba temas del trío y en 1993 grabó una nueva placa titulada Corrientes, que tuvo elogiosas crítica y estaba a la altura de lo que había hecho con el legendario trío. Luego vendrían Swing (1998), disco en el que sobresalía “Basta de boludos”, donde parecía señalar a un sector a un sector claramente evidenciado en el tan mentado “pizza con champagne” que caracterizó el saqueo menemista; en 2015 puso a rodar Pensá positivo, otro registro con relecturas de temas memorables; en 2020 sería el turno  de Concierto en el estudio, y en 2021 de Darse cuenta, que serían sus últimos discos.

Antes, en 2014, participó de un impresionante concierto con Manal organizado por el empresario Jorge “Corcho” Rodríguez para unos pocos invitados en un club de su propiedad llamado Red House, nombre con el que se conoce esa presentación antes mencionada. Se trata de un  show formidable donde pueden escucharse casi  todos los temas que perfilaron la personalidad de la banda y el despliegue abrumador de las experiencias personales cuando ejecutan los instrumentos, como si tocaran en cierto estado de gracia. En 2016, esta versión –veterana pero lujosa– de Manal anunció el disco y el DVD de ese recital y un libro con imágenes alusivas.

Hasta ahí entonces llegaría el power trío con más identidad en el rock y el blues cuya magnitud dejó un legado relevante y sustancial con su hacha de guerra sonora. Javier Martínez fue uno de sus artífices –si fue el principal es discutible– y quien cifró la escena social de una época con su lírica descarnada y feroz tomada del “tango y el lunfa”, justo para el “sincopa y el fraseo”, como explicó alguna vez, y su tremenda rítmica en los parches. Y eso no se olvidará así nomás. Martínez, el artesano que además de tener inspiración para las canciones decía que había que “fabricarlas, insistir hasta conseguir algo” dejó este mundo el último sábado 4 de mayo a los 78 años.

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