La inconfundible tonada cordobesa, el aspecto de tipo simple pero recto, cercano pero a su vez capaz de infundir respeto con su sola presencia. Rubén Magnano fue el entrenador ideal para conjugar un grupo de jóvenes realidades despegando de su etapa de promesas para moldear un equipo formidable, destinado a hacer historia y que finalmente logró tallarse como una de las selecciones más magníficas de todo el amplio y exitoso espectro del deporte argentino.
Magnano reunió en ese momento clave la dosis justa de liderazgo, ascendencia, autoridad y conocimientos para guiar, acompañar, enseñar, pero también aprender y darle riendas a los mejores jugadores de básquet que hayan nacido juntos en estas tierras, y que tiempo después el mundo bautizó como la Generación Dorada.
Y claro, Magnano se fue de la actividad de la manera en la que vive y dirigió, charlando con todos, y confiando la novedad a un periodista del interior, en la búsqueda de la amabilidad, del talento, del esfuerzo y de la simpleza, sin guiarse por luces, humos o resplandores: “No dirijo más. Estoy en un momento en el que no pretendo tener distracciones que me saquen el valioso tiempo que hoy tengo para mi familia. Por eso cuelgo los botines», sorprendió el estratega de 69 años en una entrevista con Super Deportivo Radio, en charla con Emiliano Nunia.
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Magnano era Magnano antes del oro olímpico, antes del subcampeonato mundial, antes de la selección argentina incluso. Era un constructor de equipos ganadores a nivel nacional y fue luego un seleccionador respetado y buscado en diversos países. No pudo repetir un rotundo éxito mundial como el logrado con Argentina, cosa que seguramente supo apenas vio la bandera albiceleste en lo más alto del podio en Atenas.
Simplemente porque hay situaciones cercanas a lo utópico, repletas de épica, en la que cada pieza es única y cada momento irrepetible para que el engranaje funcione a pleno para concretar lo que podría parecer inesperado. Magnano y compañía se ocuparon desde su talento y sacrificio de que parezca normal lo impensado. Por eso, el agradecimiento eterno y la esperanza de que incluso fuera del rectángulo pueda seguir brindando su capacidad.