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7 de junio, Día del Periodista: reivindicación de Bernardo Monteagudo, patriota y periodista emancipador

El 7 de junio, como todos los años, se celebra en Argentina el Día del Periodista, fecha instaurada en 1938 en ocasión del Primer Congreso Nacional de Periodistas con el noble propósito de homenajear el nacimiento del periódico "La Gaceta de Buenos Aires"

Por Rubén Galassi

Diputado Provincial del Partido Socialista de Santa Fe

El 7 de junio, como todos los años, se celebra en Argentina el Día del Periodista, fecha instaurada en 1938 en ocasión del Primer Congreso Nacional de Periodistas con el noble propósito de homenajear el nacimiento del periódico «La Gaceta de Buenos Aires», primer órgano de prensa del gobierno autónomo surgido de la Revolución de Mayo de 1810.

Como es sabido, el Secretario de la Primera Junta de Gobierno, Dr. Mariano Moreno, es reconocido como el fundador y principal redactor de este periódico desde su aparición, aunque es importante señalar que otros patriotas fueron partícipes fundacionales y de vital relevancia en este emprendimiento emancipador. Entre ellos, podemos mencionar a Manuel Belgrano, Juan José Castelli y Manuel Alberti, este último reconocido por los historiadores como el primer redactor oficial del periódico desde el 7 de junio hasta diciembre de 1810.

La Gaceta de Buenos Aires se publicó hasta el 12 de septiembre de 1821 momento en el cual Bernardino Rivadavia, siendo funcionario del entonces gobernador Martín Rodríguez, decide sustituirla por el «Registro Oficial».

Pero nuestra intención en este relato es traer a la memoria histórica a otro protagonista del periodismo emancipador, alguien pocas veces mencionado en las conmemoraciones patrias y que ha jugado un rol trascendente en las revoluciones independentistas acontecidas en toda América a partir del lejano 1810. Nos referimos a Bernardo Monteagudo, abogado, periodista y militar que a pesar de su vida breve, puso de manifiesto que el espíritu y la inteligencia revolucionarios no se doblegan ni en los momentos más adversos.

«¿Debe seguirse la suerte de España o resistir en América? Las Indias son un dominio personal del rey de España; el rey está impedido de reinar; luego las Indias deben gobernarse a sí mismas».

Con este razonamiento, que con más o menos palabras y una sintaxis mucho más sencilla venimos escuchando desde la escuela primaria, Bernardo Monteagudo, con tan solo 18 años de edad, formuló el famoso Silogismo de Chuquisaca en 1808. Lo que no ha sido tan frecuente de escuchar en nuestros años de formación escolar es el nombre de este humilde abogado nacido en Tucumán el 20 de agosto de 1789, que participó activamente e inspiró intelectualmente todos los movimientos independentistas de la América hispana.

Nuestros maestros, a la hora de enseñarnos los ideales que movilizaron a los patriotas a llevar adelante la Gesta de Mayo de 1810, nos hablaron de Rousseau y la Revolución Francesa, de la independencia norteamericana y su Constitución de vanguardia, de los pensadores del iluminismo europeo y de la decadencia del mercantilismo español. En muy pocas ocasiones nos nombraron a Bernardo José Monteagudo.

Monteagudo estudió en la Universidad de Chuquisaca, al igual que Mariano Moreno y Juan José Castelli, y a los 18 años se graduó como abogado en los tiempos en que Napoleón Bonaparte invadía España apartando del trono a Fernando VII. Fue en ese momento que a este joven de origen humilde, se le ocurrió escribir un texto que denominó «Diálogo entre Atahualpa y Fernando VII en los Campos Elíseos», conversación hipotética entre estos dos personajes de la historia;  el primero, emperador Inca destronado y ejecutado por Francisco Pizarro y el segundo, monarca español destituido por Napoleón Bonaparte.

En un fragmento de aquella conversación, el español Fernando VII le dice al inca Atahualpa: «el más infame de todos los hombres vivientes, es decir, el ambicioso Napoleón, el usurpador Bonaparte, con engaños, me arrancó del dulce regazo de la patria y de mi reino, imputándome delitos falsos y ficticios, prisionero me condujo al centro de Francia.» Atahualpa le responde «Tus desdichas me lastiman, tanto más cuanto por propia experiencia sé que es inmenso el dolor de quien se ve injustamente privado de su cetro y su corona«. El atinado silogismo, que forma parte de este texto, circuló de forma clandestina entre los jóvenes rebeldes del Virreinato inspirando las sublevaciones independentistas de Chuquisaca el 25 de mayo de 1809, de La Paz el 16 de julio del mismo año y de Buenos Aires, exactamente un año después de la primera.

A partir de ese momento, la figura de Monteagudo se encamina a protagonizar los hechos más relevantes de la emancipación americana hasta que la muerte lo encontró con apenas 35 años, en las calles de Lima y de manos de un sicario que cobardemente lo asesinó por encargo de un antiguo rival político del Perú.

Entre 1809 y 1825, año en el murió, la vida de Monteagudo se caracterizó por su incansable acción emancipadora y también por su original producción intelectual. Desde aquella sublevación de Chuquisaca, en la que fue el redactor de la proclama denunciando los abusos de la administración virreinal y que lo llevó a prisión, su actividad política no conoció treguas. Apenas producida la Revolución de Mayo de 1810 y con la llegada de Castelli al Alto Perú se puso a su disposición como Auditor del Ejército del Norte de la Provincias Unidas del Río de la Plata; luego de la derrota de las milicias patriotas en la batalla de Huaqui, se dirigió a Buenos Aires y asumió la defensa de Castelli a quien el ala conservadora del gobierno, liderada por Saavedra, responsabilizó injustamente por tal resultado.

En 1811 fue editor de «La Gazeta de Buenos Aires», convirtiéndose en uno de los principales reivindicadores de las ideas y posturas de Mariano Moreno, fallecido en marzo del mismo año. En 1812 funda el periódico «Mártir o Libre» desde donde comienza a impulsar la necesidad inmediata de declarar la independencia y se incorpora a la logia Lautaro fundada por José de San Martín y Carlos María de Alvear. Luego de apoyar la revolución de octubre de 1812 que depuso al Primer Triunvirato, la logia a la que pertenece se hace fuerte imponiendo los nombres que van a integrar el Segundo Triunvirato. En 1813, integra la Asamblea General Constituyente y Soberana como representante de Mendoza, siendo uno de los impulsores de medidas de tipo constituyente, como la adopción de símbolos nacionales, la abolición de la mita y la servidumbre indígena, la libertad de vientres y la supresión de los títulos de nobleza y los instrumentos de tortura.

Por su lealtad a Carlos María de Alvear quien fue destituido en 1815, Monteagudo fue detenido y encarcelado en una cárcel flotante en el Río de la Plata de donde escapó debiendo emigrar a Europa por el término de dos años.

A su regreso, en 1817 se puso a las órdenes del General San Martín, que ya se encontraba en Chile, como auditor del Ejército de los Andes y en 1818 redactó la Proclamación de la Independencia de Chile; aunque esta autoría es discutida por los historiadores trasandinos.

En 1821 se sumó a la expedición libertadora al Perú comandada por San Martín, convirtiéndose en su mano derecha y después de la declaración de Independencia de este país, con el General ya en sus funciones de protector supremo asumió el cargo de Ministro de Guerra y Marina y después de Gobierno y Relaciones Exteriores.

Mientras los dos libertadores de América –José de San Martín y Simón Bolívar- se entrevistaban en Guayaquil en julio de 1822, Monteagudo que se encontraba solo en Lima fue destituido a pedido de un grupo de influyentes vecinos y a partir de ese momento comienza su derrotero por los países bolivarianos, hasta que el 10 de julio de 1823 conoce personalmente a Simón Bolívar, quien quedó gratamente impresionado por sus ideas y capacidad de trabajo. El tucumano decidió entonces viajar a las Provincias Unidas del Centro América, que agrupaba a los actuales países centroamericanos con excepción de Panamá y junto a su presidente, José Cecilio del Valle lanzaron la idea de organizar un Congreso continental que tratara los problemas comunes de las naciones independizadas de España y se establecieran las bases de un nuevo derecho internacional americano.

Monteagudo regresó a Perú, a pesar de que lo tenía prohibido desde su destitución como ministro, para acompañar a Bolívar con el grado de Coronel en la campaña final de la guerra de la Independencia que culminó con la victoria en la batalla de Ayacucho el 9 de diciembre de 1824.

Hasta aquí una breve reseña de este notable protagonista de nuestra historia que habiendo sido partícipe de las revoluciones independentistas del Río de la Plata, Chile y Perú y siendo testigo de la gestación de las naciones centroamericanas desarrolló una visión americanista de la problemática que deberían afrontar estos nuevos estados, llevándolo al convencimiento de que toda hispanoamérica debía consolidarse como una sola nación. Esta idea entusiasmó tanto a Simón Bolívar que convocó a Monteagudo para diseñar las bases fundacionales de esa visión, tarea que encaró firmemente, no pudiendo concluirla a causa de su muerte, con su obra «Ensayo sobre la necesidad de una Federación General entre los Estados Hispanoamericanos y plan de su organización».

El Congreso de Panamá de 1826, convocado por Bolívar, aprobó la creación de una sola gran nación hispanoamericana, pero los tratados nunca fueron ratificados por los países y esta federación nunca llegó a constituirse. La muerte de Monteagudo afectó seriamente la concreción del proyecto.

Siempre es bueno recordar a quienes fueron mentores y protagonistas de nuestra historia. A aquellos que como Bernardo Monteagudo, construyeron el basamento intelectual y encendieron con su convicción y entusiasmo la acción revolucionaria que nos llevó por el camino de la libertad, aunque los manuales de historia no se detengan demasiado en ellos.

Retomando la fecha que nos convoca, resulta oportuno citar este párrafo de Monteagudo publicado en la Gaceta de Buenos Aires el 28 de marzo de 1812: «¿Pero qué método seguiré y en qué lenguaje hablaré para obrar con más acierto? Jamás he creído agradar a todos, sería esto una locura: tampoco he dudado que agradaré a algunos, y no es extraño. Escriba con belleza o con desaire, pronuncie errores o sentencias, declame con celo o con furor, hable con franqueza o con parcialidad sé que mi intención será siempre un problema para unos, mi conducta un escándalo para otros, y mis esfuerzos una prueba de heroísmo en el concepto de algunos. Me importa todo muy poco, y no olvidaré lo que decía Sócrates: los que sirven a la patria deben contarse satisfechos si antes de elevarles estatuas no les levantan cadalsos».

Y también es oportuno recordar a Benjamín Vicuña Mackenna, quien refiriéndose a Monteagudo, escribía: «Un hombre grande y terrible concibió la colosal tentativa de la alianza entre las Repúblicas recién nacidas, y era el único capaz de encaminarla a su arduo fin. Monteagudo fue ese hombre. Muerto él, la idea de la Confederación Americana que había brotado en su poderoso cerebro se desvirtuó por sí sola».

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