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Andrés Cedrón: “El caso Vicentin es representativo de lo que hace el poder económico en Argentina”

El cineasta presentó su último trabajo, “Cuellos Blancos. El caso Vicentin”, que aborda la causa judicial por delitos económicos contra la empresa y la vinculación de la cerealera con el poder político. Qué inspiró la película, la influencia de Pino Solanas y la actualidad del documental político

Por Mariángeles Guerrero / Especial para El Ciudadano

En diciembre de 2019 la empresa Vicentín anunció que había llegado a una situación de estrés financiero. En pocas palabras, la millonaria cerealera —dueña de otras firmas como Renova y Friar— informaba que estaba en quiebra. La noticia cayó como un balde de agua fría, sobre todo tras un año de buenos números para el agronegocio. En los meses siguientes, otros datos fueron completando el panorama: deudas millonarias con el Banco Nación, balances incompletos y cese de pagos a pequeñas cooperativas de la provincia.

Al año siguiente, el entonces presidente Alberto Fernández anunció la intervención estatal de la empresa. En las grandes ciudades hubo marchas a favor y en contra de la medida. Habitantes urbanos, que ninguna relación comercial tenían con una de las mayores firmas del mundo, levantaban en el Obelisco carteles con la leyenda “Todos somos Vicentin”.

¿Qué había generado la quiebra de una de las empresas más poderosas del rubro? ¿Por qué las personas se identificaban hasta ese punto con una empresa que estaba estafando a la banca pública? ¿Qué intereses estaban en juego? Algunas de esas preguntas movilizaron el documental “Cuellos Blancos. El caso Vicentin”, que se presentó esta semana en los cines El Cairo, de Rosario, y América, de Santa Fe.

Para Andrés Cedrón, su director, el caso muestra que hay medidas que hoy se presentan como novedosas, pero en verdad son viejas recetas. “Los discursos de Martínez De Hoz, la estatización de la deuda privada que hace Cavallo o la privatización de los puertos durante la presidencia de Menem, también se presentaron como relacionados a la libertad. Pero esa libertad es para los sectores económicos que intentan tener cada vez más beneficios y dejar poco para el pueblo”, expresa.

El cineasta Andrés Cedrón

Nacido en 1979 en Neuquén, el cineasta se presenta como trabajador desde muy joven y remarca su paso por la universidad pública y gratuita. Desde ese lugar, y tomando las enseñanzas de maestros como David “Coco” Blaustein (Cazadores de Utopías, Botín de Guerra) y Fernando Pino Solanas (La hora de los hornos, Memorias del saqueo), busca interpelar al público a través del documental.

Si bien ha incursionado en la ficción, con los cortos “Otro Cielo” y “Romanos”, Cedrón tiene una amplia trayectoria en el cine documental, con películas como “La Caracas”, “Hermanos de sangre, compañeros de ideas” y “Se va a acabar. Relatos de la resistencia de los trabajadores en dictadura”. A la influencia de Blaustein y Solanas se suman los nombres de su tío Jorge Cedrón (Operación Masacre), Raymundo Gleizer (México, la revolución congelada) y del periodista Rodolfo Walsh.

—¿Cuál es el atractivo de hacer cine documental en esta época?
—Es un desafío, porque si bien hay documentales que están andando muy bien en las plataformas, creo que se ha perdido eso de ver cine documental político en salas. Estamos muy contentos por la buena convocatoria que hubo en el Cine El Cairo. En una sociedad despolitizada intentar buscar ese público, llamarlo a la interacción y al debate sobre lo que ven y lo que escuchan es importante. Cuellos Blancos tuvo algunas hipótesis al comienzo: tenía que ser técnicamente impecable y tener una calidad como la de los documentales de plataforma, para intentar seducir a un público o una porción de la población, que en general se ubica en opiniones y no tanto en la información y en profundizar los hechos, más allá de su opinión política. Así comenzamos a conformar un documental que tiene esas bases: intentar ser cautivante con las imágenes, con los sonidos, con la música. Y también la información: que las opiniones no sean tan importantes, sino dejar que el espectador vaya comprendiendo todas las aristas de una caso tan emblemático como el de Vicentín.

—¿Qué otros condimentos tiene que tener el documental político, en un contexto de desinformación y sobreinformación?
—Claro, sobreinformación pero quedándose sólo en títulos y sin profundizar. El documental político tiene la dificultad de generar ese público a través de la identificación. Nosotros apostamos a que el aprendizaje que tuvimos tras cuatro años de interiorizarnos en el tema, lo pueda hacer el espectador en 100 minutos desde una identificación, desde un lugar de ciudadana o ciudadano, y desde una posición clasista. Yo trabajo desde los 18 años, desde ese lugar veo el mundo y entiendo la política. Cuando veía lo que sucedía en torno a Vicentin, pensaba: “qué tengo que ver con este poder económico que fuga, evade, toma créditos y no los paga”. Ese era el núcleo y el desafío a contar: por qué una parte importante de la población salió a defender a la empresa.

El Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) es parte del recorte que lleva adelante el gobierno de Javier Milei. Por el desguace, el organismo hoy está prácticamente paralizado y la mitad de sus trabajadores fueron despedidos. Cedrón advierte que “no se puede medir en términos de ahorro la política cultural de un país”. Y agrega: “Habiendo nacido en Neuquén, habiendo trabajado desde los 18 años y estudiado en la universidad pública, puedo hacer una película. Eso en otros países no pasa. Sin políticas culturales que democraticen la producción, sólo quienes tienen recursos lo pueden hacer, o quienes tienen relación con el poder económico, haciendo producciones afines a esos intereses”.

—¿Cómo surgió en usted la idea de hacer un documental sobre Vicentin?
—Yo me venía preguntando por la generación de divisas. Más allá de los distintos gobiernos, aunque haya crecimiento económico, la dificultad en el país siempre es la generación de divisas. Intentaba saber qué pasaba por el río Paraná y la hidrovía, como símbolo del mayor tráfico de exportaciones de Argentina. En 2019 sale en las noticias lo del estrés financiero de Vicentin. En ese momento me pareció llamativo que una empresa de un sector tan rentable tuviera esas dificultades. Posteriormente, se fueron dando las noticias de no pago a los acreedores granarios, de mercancías en negro, del no pago de deudas al Banco Nación y a otros bancos públicos y bancos extranjeros. Eso vino a completar la idea de que hay una opacidad en el mercado de granos, donde no se sabe bien qué ocurre. Me parecía que ahí había una película. Quise indagar a partir de eso.

—El relato periodístico, las noticias, los titulares de la época van hilando el film.
—Los medios informaban sobre las denuncias y los préstamos que tomó la empresa, pero no el por qué y qué había detrás. La película intenta visualizar que hay un sistema donde no es sólo Vicentín: en los puertos del río Paraná suceden cosas que no sabemos y hay capitales extranjeros jugando un rol muy fuerte. Esos poderes juegan en contra de un término que también me atrapó desde el comienzo, cuando se empezó a hablar de Vicentin, y es el concepto de soberanía alimentaria. Remite a la pregunta sobre cómo puede haber hambre en nuestro país, con todo el campo y la riqueza que existe. Esa contraposición nos tiene que doler. El cine, en particular el cine documental, permite no solo contar los hechos, sino atravesar al espectador de otra forma. Quizás los medios, con su tratamiento amarillista, generan sólo indignación o repudio al bando contrario porque tiende a polarizar. Pero este documental también critica el proyecto de intervención, que no fue correctamente llevado a cabo.

—¿Por qué eligió el nombre “Cuellos blancos”?
—”Cuellos blancos” es un término del sociólogo estadounidense Edwin Sutherland. A partir del crack de 1929, él estudió cómo la sociedad no percibía lo que los bancos y los poderes económicos habían hecho para apoderarse de grandes riquezas. Ese concepto nos dio la posibilidad de analizar, también con el aporte del sociólogo rosarino Juan Pegoraro, los lazos sociales que hay entre el poder económico, el poder político, el Poder Judicial y los medios de comunicación. Desde ahí, sumando esta postura clasista, de ciudadano, intentamos distanciarnos y verlo de otro lugar. Nos preguntamos qué tenemos que ver con esta gente y cortar con esa mirada aspiracional de que el rico y poderoso es algo positivo o a imitar. Al contrario, creo que la mayoría de las personas de Argentina no somos como ellos. Ese era un punto fundamental para buscar una identificación y una forma de hacer cine documental.

—La película indaga también en lo delictivo y en cómo el sujeto a perseguir desde lo penal no son precisamente estas personas o empresas.
—Justamente. En la película uno va viendo los hechos y la impunidad que se va tejiendo alrededor. Y por otro lado, se plantea quiénes están en las cárceles: jóvenes, pobres, identificados como motochorros. Mientras tanto, estos delitos quedan impunes o se paga una fianza. Estamos hablando de una defraudación de 1500 millones de dólares, es de las más grandes que hubo en la Argentina.

—¿Con qué dificultades se encontró en el proceso de investigación y de producción?
—El mayo desafío fue que, al comienzo, pensamos en darle voz al directorio de Vicentin y a la clase política que los apoya. Pero el directorio se negó a dar entrevistas. Entonces decidimos mirar lo que fue la causa judicial por delitos económicos, que lleva adelante la Fiscalía de Rosario, y el concurso de acreedores. Eso dirigió un poco la investigación, y marcó quiénes tenían la voz autorizada sobre esos dos pilares. Desde ahí avanzamos, con distintos matices, pero siempre defendiendo al campo nacional y popular, con una mirada puesta sobre la soberanía del país. Además los medios hegemónicos ya habían dado su opinión. Y nosotros utilizamos esos medios para mostrar que ahí se hablaba contrariamente a lo que nosotros planteamos. En cuanto a la imagen, utilizamos algunas fotos de Télam tomadas a los dueños de Vicentin, pero hay muy pocas. Por eso también tuvimos que recurrir a la animación y a la ilustración. Los grandes grupos económicos se encargan de mantener el anonimato. Y si alguno es conocido, es raro que se lo critique.

—¿Qué otros aspectos tuvo en cuenta para el guión?
—Me interesaba hacer un paralelismo con la historia argentina. Me parecía muy significativo que la empresa se haya creado en 1929, coincidiendo con el crack financiero, y que tuviera mucha relación con el Estado. Es representativa de lo que hace el poder económico en la Argentina y su dependencia con los gobiernos, sobre todo con los gobiernos neoliberales (la dictadura, Menem, Macri y ahora Milei). Intentan sacar el mayor provecho en poco tiempo, sin interesarse por los intereses nacionales y el bienestar del pueblo. Hay ciclos muy marcados, donde la pobreza crece y la rentabilidad de ellos crece también. Hay gobiernos que les ofrecen todos los beneficios y hay otros que no intentan recuperar algunos derechos, porque no quieren tocar esos intereses.

—¿Le parece que hubo algo de esto último en el gobierno de Alberto Fernández?
—Yo creo que temió otra 125 y que su carácter dialoguista se vea quebrado. Pero con ese sector el diálogo siempre es muy desigual. Se habla de la federalización de los recursos, pero hoy una provincia tiene que pelear precios con magnates. Un gobierno nacional debería ser la posibilidad de intentar que esa desigualdad se rompa. No siempre hay ese espíritu. El poder económico se encarga de que en todos los gobiernos haya dirigentes ligados a ese poder.

—¿Qué lectura hace del derrotero de Vicentin desde 2019 a la fecha?
—Todavía tengo una luz de esperanza de que no todo está perdido. Confío en la actitud de los trabajadores y trabajadoras de la empresa y del sector aceitero, confío en parte de la clase política que viene denunciando los hechos y en esa parte de la población que marchó a favor de la estatización. La película plantea que no puede ser todo negativo y que tenemos que confiar que en la lucha y en la defensa de nuestros derechos está la solución.

—Al principio de la entrevista, mencionaba a Pino Solanas. En la película también está patente esa influencia, con la referencia a “Memorias de un saqueo”. ¿De qué manera lo motivó el trabajo de Solanas?
—Tuve la oportunidad de trabajar con Pino y él me transmitió su pasión y amor por el cine, por los detalles, por pensar el cine como un arte. Pero además la urgencia y el compromiso para denunciar los temas que tienen que ver con la soberanía nacional y con los recursos de nuestro pueblo. De alguna manera, esta película intenta continuar con su legado y el de Coco Blaustein, que es el legado del documental urgente. Quizás hubiera sido más cómodo hacer esta película dentro de diez años, con la causa Vicentin ya cerrada. Pero Pino me decía: “a esas películas hay que hacerlas ahora”.

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