Toca esta vez celebrar un nuevo cumpleaños de El Ciudadano tras haber atravesado una decisión -dolorosa- pero nada ajena a las vertiginosas transformaciones operadas en la prensa a nivel global. En su tránsito desde el cuarto de siglo a los 26 abriles (o mejor dicho, 26 octubres), hubo que decirle adiós a la edición impresa, en un 2024 convulsionado en lo económico por factores locales que agravaron en extremo la crítica situación de la industria gráfica, con costos que se fueron por las nubes en papel, tintas, energía, logística y distribución.
El drama no es nuevo, ya lo había anticipado hace casi dos décadas el dueño y jefe editorial del New York Times, cuando vaticinó que en unos años «el diario en papel podría simplemente no existir más» ante el avance del consumo de noticias por internet. Quien sacudió la modorra en el universo informativo desde la cuna del periodismo gráfico de Occidente fue Arthur Sulzberger, nada que ver con nuestro comprovinciano Sturzenegger (nacido en la santafesina Rufino), hoy de regreso en el máximo nivel de decisiones económicas del gobierno nacional para complicar aún más todo aquello que pinte complicado.
Para la ecuación financiera de El Ciudadano en su etapa cooperativa (más asemejable, por sus números, a la libreta del almacenero de la esquina que a los balances de las corporaciones editoriales) el costo del papel se tornó insostenible. Como “fortaleza” -como gustan decir los consultores de empresas- para la triste determinación ayudó la consolidada y exitosa experiencia de desarrollo de nuestra versión digital y la incipiente incursión en nuevas plataformas informativas, una acertada apuesta asumida con visión de futuro y a tiempo. Como debilidad -y catalizador del adiós al papel- obró el certero horizonte de reducción a la nada (o casi nada) del porcentaje de publicidad oficial, históricamente sujeto a inequidades del poder político, pero ahora lisa y llanamente regido por la arbitrariedad más impune.
“Pauta oficial cero” por un año, anunció Milei apenas asumido, entre tantas otras promesas ancladas en el “no hay plata” que con el correr de los meses se verificaron como obscenas mentiras, con aquello de que “el ajuste no lo pagará la gente sino la casta” a la cabeza. Basta googlear con mínimo uso de materia gris para descubrir la farsa: millonadas de propaganda pública libertaria canalizadas ya no desde Presidencia sino desde satélites como YPF, el Banco Nación, la Afip y hasta la vilipendiada Aerolíneas Argentinas para premiar a los voceros mediáticos de las fuerzas del cielo y asfixiar cualquier voz crítica.
Paradojas de la aventura anarcocapitalista. El ascenso del panelista televisivo al sillón de Rivadavia se sustentó tanto en el uso de los medios tradicionales como en las nuevas tendencias de formación de la opinión pública. Diversos estudios de quienes manejan los algoritmos en el insondable ecosistema digital revelan no sólo la creciente influencia de las redes sociales (de allí la inversión en trolls y bots al servicio de fake news) sino la migración al video en el consumo de noticias, potenciada por los canales de streaming de las plataformas YouTube (Google) o Twitch (Amazon).
Con todo, lo que aparenta ser el declive de los medios periodísticos como ordenadores del debate público tiene su efecto inmediato en la degradación de las condiciones laborales de quienes se desempeñan (nos desempeñamos) en ellos, con la convicción de ser trabajadores (el único sujeto social pasible de soportar ajustes hasta el infinito, según la retórica libertaria en el orden nacional y de sus obsecuentes imitadores en los restantes niveles del Estado), con la consecuente degradación del oficio, de la que es difícil escapar cuando el mango escasea, amén de ganárselo uno con vocación, dignidad y apego a las buenas prácticas de la profesión o como dependiente-obediente del algún grupo editorial concentrado bajo los mandamientos editoriales moldeados a gusto y moneda de sus mecenas, privados o estatales.
De nuevo, raro lo del Javo, que hace una semana volvió a despotricar en su más que modesto acto pretendidamente refundacional del oficialismo en el porteño Parque Lezama contra los “ensobrados” y “corruptos” que según él dominan el periodismo con algún resto de influencia social, universo en el que hasta ubicó a la “lacra” de “JCS” (por Julio César Saguier, presidente de La Nación), curiosamente el medio que en versión televisiva es su único contacto con “la realidad” mediatizada por sus amigables entrevistadores del estilo Majul-Trebucq. Parece que hubiera transcurrido un siglo (y no apenas una decena de años) desde aquél “Queremos preguntar” motorizado por Lanata y un centenar de pretendidos preguntones contra la aparente escasa vocación de Cristina Kirchner por ofrecer entrevistas. Tal vez fueron pocas las notas periodísticas a las que accedió la ex, pero un montón sin dudas frente a la exasperante costumbre de Milei de fraguar sólo reportajes guionados con su puñado de Fantinos y etcéteras. Pero de eso no se habla.
A no ser ingenuos. “Ensobrados y corruptos” en el curro informativo hubo, hay y seguirá habiendo. Como también “casta” en la representación política, y charlatanes y malintencionados en organismos internacionales, y tantas otras bajezas que el autoproclamado destructor del Estado se envalentona en acusar y con lo que sacó probado rédito. Y es todo aquello que precisamente lo desacredita cuando es sabido que él mismo -ya encaramado al poder- echa mano a tamañas miserias para alimentar el demencial experimento que sostiene a duras penas con la obsecuencia, pusilanimidad o masoquismo de una -aún- considerable parte de la “opinión pública” y -peor aún- de la gran mayoría de la dirigencia gremial y política, ya sea transfugada, escondida, o desvergonzadamente disfrazada de “dialoguista”, mientras avanza la pobreza y la destrucción de los ingresos populares gracias a las “herramientas” que había que darle al pobre tipo, porque “si a él le va bien nos irá bien a todos los argentinos”. Tal reduccionismo en boca de gobernantes o dirigentes de todos los niveles y colores espanta por su infantilismo o estupidez.
Como sea, acá estamos. Ya sin siquiera el papel para prender el fuego de la cada vez más inalcanzable parrillada, pero encendidos y obstinados en la web, en las redes, en las nuevas plataformas digitales, para sumar voces, miradas y enfoques de una realidad compleja y plagada de injusticias con la convicción de que el pluralismo informativo es la única alternativa para transformarla. Lo demás, lo de quienes pretenden condicionar la agenda y el relato, es puro cuento. Acaso les dé resultado, acaso la calle vuelva a entrar en conflicto con las renovadas zonas de confort de las cúpulas del poder y desmorone sus mentirosas fantasías.