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Mi otra Navidad

Por: Carlos Duclos

Ante la palabra Navidad, en la mente de mucha gente se dibujan luces de colores, un árbol, una corona de adviento, una estrella que va a ser seguida por tres Reyes Magos, un pesebre, un niño Jesús con un rostro divino y la imagen de María, esa mujer elegida que es llamada puerta del cielo, madre del bien amado y a quien yo prefiero llamar “vientre sagrado”. Ésa buena judía que dio al mundo al Mesías y que tuvo que soportar el dolor más profundo mientras permanecía indiferente el resto del mundo.

Hoy, a pocas horas de otra Navidad, quiero dejar que mi espíritu se aquiete en un vuelo calmante. Mis palabras no son meditadas, no calculadas, ni siquiera enhebradas y digo:

”Acaso el cielo tiene hoy el color de la nostalgia o acaso sea el mismo atardecer de otros tiempos (que no necesita ni de lluvia, ni de gris como aquél para mostrar su intrínseca tristeza) el que me invita a que lo acompañe en las últimas horas de esta luz que va desfalleciendo. Este atardecer está lleno de tristeza, de esa tristeza hermosa, bella, como la de esos espíritus que saben que está llegando el fin del tiempo y, pese a todo, como una flor misteriosa se abren para entregar al peregrino, que a la sazón está a su lado, ese aroma que embriaga el corazón y lo llena de esperanza. Yo he definido ese perfume como “la melancolía dulce de las bellas almas”.

¡¿Quién habrá de hablarme de penas y nostalgias? ¿Quién podrá decirme de caminos andados y de sueños no nacidos, cuando al fin de la marcha se vuelve la mirada y se encuentra en el sendero el vacío, la pura inexistencia de aquello que con fuerza fue deseado?!

Otra Noche Buena, otra Navidad y otra vez la misma soledad y esa tristeza ¡¿Por qué, por qué?! me pregunta (con una mezcla de compasión y asombro), ese amor de siempre, casi sin poder comprender del todo la sustancia que gira en el centro de mi alma. ¿Qué responderle? Tal vez con un atisbo de poesía que despliega espontánea y presurosa desde el mismo espíritu del crepúsculo: “Allí mi hermano sufriente/, allí el otro en soledad /y la maldita maldad/ y el monstruo hiriente”.

“Y allí la palabra pronunciada/ el corazón abierto y manso /espíritu entregado sin descanso/y tanto amor deviene nada./ Y la pena de todos y de todos los días/que es la pena de esta tarde y la pena mía”.

Otra Noche Buena, otra Navidad, otro atardecer en el que pienso en esos sueños que nunca nacieron o en esas lindas cosas que murieron: tu risa, tu felicidad, el amor, la compañía, los hijos, tus viejos, la dignidad de ser humano, tu pan, tu trabajo, todo eso que yo tengo, pero que no tengo porque a vos te falta. En estas horas previas a la Noche Buena llueve en tu alma y en la mía; llueve y nuestros corazones miran hacia atrás y al no ver nada dejan volar esta dulce melancolía.

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