Por David Ferrara
¿Qué hace falta para ilusionar a un hincha de Central? Muy poco. Casi nada. Un cambio de nombre, un esquema diferente, tres pases seguidos. La génesis de una esperanza en el mundo canalla es casi tan sencilla como la tabla del uno y el entusiasmo en militarla tan ferviente como el amor a un hijo. Al menos hasta que el tiempo y las pruebas empíricas demuestren lo contrario, es decir la habitual y cruda realidad.
Por eso Ariel Holan ya es “el profesor” y los archivos que se tienen a mano hablan de sus éxitos ya bastante lejanos y omiten los fracasos algo más cercanos. No existen tiempos de vasos medios vacíos en momentos de idilio.
Y tal vez la mirada televisiva haya necesitado de un pequeño período de adaptación para subirse al tren del nuevo DT, porque las flojas salidas desde el fondo amenazaron con sembrar dudas, pero el tic tac de la pelota, el intento de diálogo futbolístico fluido y la intención de ir hacia adelante fueron la semilla para creer, incluso cuando uno de esos errores terminó en gol tras la enésima salvada de Fatu.
En momentos de optimismo, el aura favorable suele darle un empujoncito al destino y en un ataque directo llegó el empate de un jugador a recuperar como el Bicho. Bastó para saltar del sillón, para creer que una contra y un rival mal parado era el producto del buen juego.
Y desde allí se vieron más claras las sanas intenciones, el pase como arma y la tenencia también como defensa, el trajín para ocupar los espacios con o sin pelota y lo que parece ser un atisbo de convicción de los intérpretes, al menos los que estuvieron en cancha.
De pronto pasaron a otro plano los miedos sobre la interna de la tribuna y las razones para ir al Gigante son tan grandes como las que invitaban a faltar.
Para un pueblo que sólo pide amor y sacrificio, que agradece el afecto del sudor y los motivos para creer, alcanza un fósforo para crear la hoguera. Ni siquiera una victoria, apenas un empate, varios pases y una idea de jugar con la pelota al pie. Ya Central está en el barco de Holan.