Antes de matar a su padre, Juan Gabriel se levantó, se duchó y fue a tender la toalla al patio. Luego volvió a la habitación para perfumarse y tomar un arma de fuego, con la que caminó hasta la cocina y le asestó cuatro disparos a su progenitor. El parricidio tuvo lugar en la mañana del 7 de abril pasado en una vivienda de barrio Itatí, adonde se había mudado un mes antes la familia compuesta por Juan Carlos Abramor –un parapsicólogo de 47 años que se hacía llamar Antonio y era devoto de San La Muerte– su esposa, hijos, nuera y nietos. A mediados de diciembre pasado fue procesado su hijo –quien se quedó al lado del cadáver hasta la llegada de la Policía– bajo la figura de homicidio calificado por el vínculo, alevosía y agravado por el uso de arma de fuego y tenencia ilegítima de arma de guerra. El muchacho de 24 años deberá ahora enfrentar un juicio oral y público por un delito que prevé prisión perpetua.
El homicidio ocurrió en una vivienda de Pueyrredón al 4000, en presencia de las dos concubinas y sus hijos, según coinciden los testimonios de ambas mujeres. Natalia, la pareja de la víctima, tomaba mates en la cocina con Juan Carlos cuando escuchó un disparo en un momento que le dio la espalda. Cuando la mujer giró alcanzó a ver cómo su concubino se desplomaba. Natalia buscó a su bebé y caminó hasta el living desde donde vio que Juan Gabriel disparó un par de veces más contra su padre. Cuando le preguntó qué hacía, el joven le respondió: “No lo aguanto más, me destruyó psicológicamente. Llamá a la Policía que yo me hago cargo, no me voy a mover de acá”. Y así fue. Apoyó el revólver Taurus calibre 38 en la mesa, prendió un cigarrillo y esperó la detención de los uniformados.
“Comer tumba”
Bárbara, la concubina de Juan Gabriel, contó una versión similar aunque agregó que su suegro era un hombre muy violento, incluso con su mujer, a quien había golpeado varias veces durante el embarazado, y que tenía “atado” a su hijo Gaby. Juan Carlos “tenía un nombre artístico, era parapsicólogo y se hacía llamar Antonio”, refirieron fuentes del caso.
Bárbara contó que el día anterior al sangriento episodio, padre e hijo habían mantenido una fuerte discusión por un motivo recurrente: “Discutían porque mi bebé lloraba y Antonio no lo toleraba. Le decía a Gaby que no llore más porque sino lo iba a ofrecer como sacrificio para los Santos, era devoto de San La Muerte y Pompachira”.
Tras la discusión del día anterior (6 de abril) y ante la amenaza de su padre sobre lastimar a su bebé, Juan Gabriel le había advertido que si algo le pasaba iba a “comer tumba”. Y el arma que utilizó para ultimarlo, según consta en el fallo judicial, la había comprado con dinero de su padre unos 15 días antes, porque el barrio Itatí al que se habían mudado hacía poco tiempo era inseguro.
San La Muerte
Además de conducir un programa de radio en el que su hijo oficiaba de operador, Antonio tenía un consultorio de parapsicología en el que hacía “trabajos” bajo la figura de San La Muerte, que junto a San Jorge, la víctima llevaba tatuados en su espalda.
Su hijo declaró que su padre “era brujo, curandero, estaba con San La Muerte y hacía cosas malas”. El muchacho agregó que su progenitor usaba brujerías en su contra y le hacía hacer cosas que él no quería. El joven recordó la discusión que mantuvieron el día anterior al hecho, en la que su papá lo amenazó con sacrificar a su hijo y dijo que esa noche no pudo dormir pensando en eso. A la mañana siguiente volvieron a discutir, situación que según dijo lo dejó muy aturdido, por lo que agarró un arma “para darle un susto” y cuando lo vio “ya estaba tendido en el piso”.
El juez de Instrucción de la 13ª Nominación, Gustavo Pérez de Urrechu, le atribuyó a Juan Gabriel haber provocado la muerte de su padre mediante cuatro disparos efectuados con premeditación, el primero por la espalda y los restantes cuando la víctima se encontraba en el suelo, con el arma de fuego tipo revólver que poseía sin contar con autorización legal.
En sus argumentos, el juez Pérez de Urrechu se basó en la pericia psicológica que da cuenta que al momento del hecho el estado psíquico de Juan Gabriel “impresiona normal, orientado en tiempo y espacio”. Según el informe del médico forense, en el examen psíquico “no constató psicopatologías mayores. No tiene trastornos en la memoria o en el curso y/o contenido del pensamiento. No presenta indicios de fabulación o mitomanía”.
Conocidos estos resultados, el juez procesó a Juan Gabriel por el delito de homicidio calificado por el vínculo, con alevosía y agravado por el uso de arma de fuego, como así también el encubrimiento y la tenencia de arma de fuego sin la debida autorización legal para la tenencia de la misma, en concurso real”. También ordenó convertir en prisión preventiva la actual detención y trabar un embargo por la suma de veinte mil pesos.