Rosario, viernes 05 de diciembre de 2025
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Rosario, viernes 05 de diciembre de 2025

Alberto y su historia sobre la pensión no contributiva

"A pesar de la eficiencia taylorista de la organización, no se lograba disipar lo desolador del paisaje: caras de preocupación, piernas moviéndose al compás de una ansiedad creciente, historias clínicas repletas de estudios justificatorios… ¿qué más puede guardase en una historia clínica? ¿también se engordan con hojas de sueños y tristezas? ¿qué estudio justifica la discapacidad de la sociedad para recibir en ella y sin distinciones a quienes no entran en ?"
Alberto y su historia sobre la pensión no contributiva

Por Mailén Collard (Colegio de Profesionales de Trabajo Social Segunda Circunscripción Santa Fe)

Esa es la ventana de la casa de Alberto, ahí vive con su hermana, su sobrina, y la Sari, su gata.

La primera vez que fui, no sabía bien cómo llegar. Tenía que encontrarla en el entramado que forman los Fo.Na.Vi. Sin embargo, apenas doblé en la esquina del monoblock n°2, lo supe de inmediato: una nube de humo de cigarrillo escapaba hacia afuera como una señal. Unos pasos más y ya lo pude ver, me estaba esperando. Lo intuí ansioso, ese día tenía que ir a su auditoría por la pensión no contributiva. ¿Me van a sacar la pensión? fue la segunda o tercera cosa que dijo después de recibirme en la puerta del edificio. Una pregunta que insiste desde que le llegó la carta. No Alberto, no te van a sacar la pensión, repetí yo cada una de las veces, aunque no se si como una respuesta verdadera, o como un deseo.

Para Alberto la pensión significa mucho, es su único ingreso. Si bien el departamento en el que vive es una herencia familiar, esos pocos de miles de pesos tienen que alcanzar para pagar las expensas, los impuestos, la comida, y cualquier otra cosa que haga falta. La pensión es una pieza clave en el armado y sostenimiento de su cotidianidad.

Para llegar a la cita de la auditoría hubo que pensar y armar una estrategia para acompañarlo, no solo porque debíamos atravesar de punta a punta la ciudad, sino porque Alberto rara vez puede salir de su hogar. Había que encontrar la forma en que él pudiera ir, con la confianza suficiente de que a la Sari no le iba a pasar nada mientras no estuviera. Que la puerta iba a estar siempre cerrada. Por suerte (o por gracia de una política pública), Alberto tiene a sus acompañantes terapéuticos, quienes lo ayudaron con el aseo y la preparación personal, a tener ordenado todos los papeles, y lo contuvieron y acompañaron día a día como hace ya varios años. Y, aún más importante, se quedaron con la Sari mientras Alberto no estuvo.

En el recorrido en colectivo, hubo momentos en los que le pude sacar conversación, otros en los que él me hizo algún comentario, hubo silencios un poco largos en los que ambos contemplamos pensativos el paisaje urbano: hacía años que no pasaba por el centro, me dijo al pasar. Fueron más de dos horas entre ir y volver, y apenas cinco minutos en los que una señorita muy amable nos saludó y se dedicó a cargar datos en una computadora, devolviéndonos un simple papel: se constata que la persona ha asistido.

A pesar de la eficiencia taylorista de la organización, no se lograba disipar lo desolador del paisaje: caras de preocupación, piernas moviéndose al compás de una ansiedad creciente, historias clínicas repletas de estudios justificatorios… ¿qué más puede guardase en una historia clínica? ¿también se engordan con hojas de sueños y tristezas? ¿qué estudio justifica la discapacidad de la sociedad para recibir en ella y sin distinciones a quienes no entran en <la norma>? Después del trámite lo invité a tomar un café.

Ahí me contó que hace 14 años que se atiende por salud mental, y que ojalá la voz que escucha le hubiera dicho el número que iba a salir en la quiniela, y no esas otras cosas que le dice. Había salido el 88, la edad del Papa Francisco cuando murió, socio de San Lorenzo, y para colmo Central que jugaba ese sábado contra ellos. Esperemos que no los beneficie, dijimos. Sí, como yo, él también es canalla, ¿ya había dicho que Alberto es muy inteligente? De regreso el viaje se hizo más corto, tal vez porque había menos gente y el colectivero no paraba religiosamente cada dos esquinas, tal vez porque ambos cargábamos con menos tensiones y algo de alivio sobre nuestras espaldas.

Ya de vuelta en el barrio, entramos a su casa y le devolví las pertenencias que me pidió que llevara. Enseguida comenzó a ordenar todo de una manera particular y minuciosa: los cigarrillos iban en un lugar específico de la mesa y arriba del paquete, el encendedor; el pase y el dni volvieron dentro de la billetera, que también tenía un espacio designado; le preguntó a su acompañante dónde estaba la silla que faltaba pidiéndole que la devolviera a su lugar. Una vez todo en orden, y después de algunas caricias a la Sari, me fui.

¿Van a ser capaces de sacarle la pensión? Es una pregunta que en mí también resuena desde que a él y a otros tantos les llegó la carta. Y que molesta, da miedo y angustia, aunque tenga que mostrarme entera para poder acompañarlo. Algo del semblante, le dicen los psicólogos.

Volviendo de lo de Alberto al Hospital, me preguntaba y ensayaba una respuesta para otra pregunta que cada tanto también insiste ¿Qué hace trabajo social en salud mental? A veces facilita alimento, vestimenta, dinero, dnis. Algunas acompaña a hacer algo, tejiendo redes posibles. Otras sostiene cuando el miedo y la angustia desbordan. Y muchas veces, como ésta, todo eso junto.