ESCRIBE: Joaquín D. Castellanos
HISTORIADORA INVITADA: Alicia Megías, investigadora UNR
ILUSTRACIÓN: Facundo Vitiello
Según la tradición oral un español llamado Francisco de Godoy llegó en 1725 junto a un grupo de indios de reducción desde Santa Fe, huyendo de otros indios hostiles, para iniciar con su arribo el poblado que lo que luego será Rosario.
Básicamente en eso se apoyó Pedro Tuella y Monpesar (1748/38-1814), un aragonés vecino del lugar, maestro y administrador de tabacos, que redactara la Relación histórica del pueblo y jurisdicción del Rosario de los Arroyos en el gobierno de Santa Fe, provincia de Buenos Aires, publicada en 1802 en tres entregas en el periódico porteño El Telégrafo Mercantil.
En ella inicia aparece el mito de una fundación sin acta y un fundador del que no existen registros, en el marco de un proceso constatable que estuvo vinculado a la migración de santafesinos y corondinos que abandonaban sus residencias en medio de los avances de los bravos guaycurúes.
El sur del Carcarañá parecía ser un sitio seguro, lo mismo que la costa entrerriana al este de la actual capital santafesina, y hasta algunos partidos de la jurisdicción de Buenos Aires.
“Hacia 1725 se descubre el origen de este pueblo”, refiere Tuella para abordar el hasta entonces inédito asunto de los orígenes del Rosario, dándole a Godoy protagonismo junto a los indios calchaquíes que traían la imagen de la Virgen de Rosario, la que –según el relato– le habría dado el nombre al lugar en el que se asentaron.
En ese episodio se basaron los festejos del Bicentenario de la ciudad, en 1925, y a su vez, indirectamente, el actual Tricentenario.
EN LA BRUMA DEL PASADO
Cuando la Relación histórica de Tuella vio la luz en la raíz del siglo XIX acaso aquel hombre que la escribió de puño y letra no sabía que abriría más de 120 años después la puerta a un pasado todavía hoy insondable de la ciudad.
“Tras estos (Francisco Godoy, su suegro Nicolás Martínez y los Calchaquíes) no tardaron en venir otras familias, que entablaron estancias; porque a lo agradable de estos campos, se les juntaba la conveniencia de tener subordinados, o diré aliados a los Calchaquíes, que eran guapos, y conducidos por los Españoles defendían estas tierras contra todo insulto de los Indios Infieles: de forma que ya fue preciso fundar aquí un Curato, y efectivamente en el año de 1731 se colocó por primer Cura de este Pueblo D. Ambrosio Azogaray (sic)
Un rancho pequeño cubierto de paja fue la primera Capilla, que sirvió de Parroquia en cuyo Altar se puso una Imagen de nuestra Señora de la Concepción.
Los Indios Calchaquies tenían en su toldería una Imagen del Rosario, que aunque de escultura ordinaria, le pareció al dicho Sr. Cura era más decente que la de la Concepción; por lo que hizo empeño en trocarla por la del Rosario, y habiéndolo conseguido de los Indios, no sin muchos ruegos y sagacidad la colocó en su Parroquia: y desde entonces se llama este lugar la Capilla del Rosario”.
Así definía Tuella los orígenes, y a la par, labraba un panorama general de la región del Pago de los Arroyos a principios del siglo XIX, con detalle de su geografía, recursos naturales, actividades económicas y población, en estas tierras que se esparcían entre el río Carcarañá y el arroyo del Medio.
LO RELATIVO DE TUELLA
“Un buen inicio sería definir los actos de Tuella para entender por qué la Relación que escribe y por qué los temas que aborda. Pedro Tuella era un español que vivió como 40 años en Rosario, que había tenido otros trabajos pero era básicamente un funcionario de la corona española; había estado en Montevideo, donde se casó, luego había estado en las misiones guaraníticas donde había sido maestro de escuela y acá, en Rosario, digamos que trabaja de todo lo que le resulta posible”, señala Alicia Megías, la reconocida historiadora local, investigadora y docente por la UNR, cuyos trabajos alumbran buena parte del pasado de la ciudad.
“Tuella trabajó de maestro de escuela en una pequeña escuelita que funcionaba en la Capilla, y fue también agente fiscal: era el encargado de la venta de papel, tabaco y naipes, pero básicamente era el que cobraba impuestos, el recaudador. Era muy español, era muy monárquico, y precisamente por esa condición tuvo una historia muy complicada alrededor de la Revolución de Mayo cuando unos barcos españoles pasan por Rosario y baja un grupo pequeño de marineros, amenazado por las milicias, entre los que viene un paisano de él, un aragonés con quien se puso a conversar. Aquello cayó muy mal en las autoridades de Buenos Aires, que lo expulsan porque lo consideran partidario de la monarquía en medio de esa instancia revolucionaria”, cuenta Megías.
Finalmente Tuella, aquel primer cronista que hacía pocos años había sostenido que el Rosario había sido fundado por un español y sus indios, será perdonando y volverá a su casa con su mujer y su hija adoptiva: María Catalina Echevarría, luego una de las principales hacedoras de la bandera nacional creada por el general Manuel Belgrano en estas costas, el 27 de febrero de 1812, y hermana de Vicente Anastasio Echevarría, nada menos que el único rosarino que participó del Cabildo abierto.
UN MENTADO CONTRAPUNTO
“En lo poco que realmente dijo Tuella no es difícil advertir la presencia de informaciones incompletas y acaso también se transparente el propósito de dar a Rosario un fundador que llevase el apellido del ministro Godoy, todopoderoso por entonces en la corte de España.
Tuella no había sido contemporáneo del presunto conductor de los calchaquíes, ni afirma haber alcanzado a conocerlo, ni de su Relación resulta investigara cosa alguna en concreto acerca de los primeros pobladores del Pago de los Arroyos.
Llegado de la metrópoli al Río de la Plata en 1759, escribe en 1802 sobre sucesos ocurridos setenta y siete años antes. Ignoraba, al parecer, que el primitivo dueño de las tierras del Rosario hubiese sido Romero de Pineda, y que en 1725, don Francisco de Frías inauguró el cargo de alcalde de Hermandad para los campos del sur, hechos ambos importantes para la determinación de los orígenes de la poоblación; escribió mal el apellido del primer cura y no parece haber tenido muy desarrollado el sentido de la exactitud”, ironiza Juan Álvarez, en su libro Historia de Rosario (1943), fundamental para abordar el pasado de la ciudad.
“Álvarez me parece un actor principal en esto porque acomoda un poco la potencia que tuvo en términos de la recepción de su Historia de Rosario, es en sí mismo un gesto de legitimidad a este lugar baldío que nunca fue fundado: una historia de 500 páginas muy recortada pero muy documentada, se puede decir muy sesgada en términos ideológicos porque nunca habla demasiado del movimiento obrero pero de alguna manera replica en parte lo que Tuella quiso hacer a su modo, desde otro punto de vista, desde otro lugar”, entiende Megías, a propósito de el contraargumento al mito de la llegada de Francisco de Godoy, y agrega: “detrás de la idea de Rosario, hija de su propio esfuerzo hay un modo muy consistente que liquidó la polémica, porque los personajes que intervenían al lado de Álvarez eran segundones en el mejor de los sentidos, no tenían el prestigio académico ni profesional, así que por ese lado sutura una parte de la herida y por otro es una poderosa arma de legitimidad”.
OBSESIÓN POR LOS ORÍGENES
Desde el efusivo Bicentenario de Rosario, en 1925, basado en el relato de Pedro Tuella, pasando por las parciales estribaciones argumentales de Gabriel y Eudoro Carrasco, y de Estanislao Zeballos a fines del siglo XIX, o la adhesión y resignificación del mito a mediados de la centuria siguiente a manos del periodista rosarino Fausto Hernández, sin olvidar los aportes de Wladimir Mikielievich, ni los cuestionamientos del propio Álvarez, el santafesino Manuel Cervera o del escritor Felix Chaparro, la ciudad cobró en el plano de lo historiográfico una obsesión tal por descubrir y discutir sus inicios que rige como ley en su acervo identitario, aún más allá del debate en sí, casi como un rasgo o seña particular del pensamiento colectivo. Como si la ausencia del un acta de fundación y de un fundador colonial hubieran alentado a todo quien se asomara al pasado remoto de Rosario –aún los detractores del postulado de Tuella– a insistir en dirección de esa infructuosa búsqueda.
“Hay una cosa paradojal en Rosario que es una ciudad que nunca fue fundada y lleva discutiendo sobre su fundación décadas, ahora centurias. Por un lado, uno tiene que pensar en algo muy vinculado al pensamiento conservador: esto es la supuesta legitimidad de origen, incluso de nobleza que daba para la monarquía española, el gesto de la fundación: el conquistador o el fundador con la espada señalando la tierra, la cruz”, asevera Megías, en tren de revestir de un marcado interés esa inicial obsesión por hallar un fundador.
MEMORIA INTUITIVA DE ROSARIO
La particular mirada de Fausto Hernández, a finales de la década de 1930, a contramano de historiadores de renombre que ya se habían ocupado de desmitificar aquellas raíces implantadas por el Bicentenario, sostenía que aunque sin registros que respalden la existencia del español Francisco de Godoy y de sus indios, ésa era la misteriosa construcción que habían forjado los antiguos rosarinos.
Megías repara en la intervención del periodista, escritor y poeta haciendo algunas aclaraciones: “Fausto Hernández se mete en la polémica de otros autores que están preocupados por motivos políticos, por motivos ideológicos, en la cuestión de la fundación del Rosario y en realidad creo que no le interesa la existencia de documentación fehaciente, sino le interesa construir un mito que le dé legitimidad a la ciudad como conglomerado social, digamos. Y en ese sentido, cuando vos lees Biografía de Rosario o el Mito de Francisco Godoy, él dice que lo de Godoy es un mito, pero que es un mito capaz de legitimar. Pero hay otros actores en esa polémica que están peleando por otras cuestiones diametralmente distintas, desde posiciones ultraconservadoras hasta posiciones que tienen que ver con la eterna querella entre laicos y católicos, entre radicales personalistas y antipersonalistas, etcétera. Es decir, es un combo donde los actores se van enganchando en una polémica, pero cada uno con un bagaje particular, lo que lo hace muy complicado porque es muy difícil de desarmar esa madeja que se termina transformando en algo muy compacto”.
Si de obsesiones hablamos y extrema dedicación, si se quiere, en este entramado aparece otro protagonista vital en la búsqueda de los orígenes cuyo ímpetu y compromiso ameritan algo más que mencionarlo: se trata del ya nombrado Mikielievich, quien entrada la década de 1960 se empapó tanto en el asunto que hasta resolvió viajar a Europa en busca de documentación.
“Mikielievich está muy interesado en el tema y sueña con encontrar los papeles y se va a España, al Archivo de Indias, seguramente con un importante sacrificio económico a buscar la Fundación de Rosario. Y no la encuentra: lo que hay son algunos documentos que por ahí hacen alguna referencia. Nada más”, repasa la historiadora, no sin destacar la importancia del divulgador de ascendencia eslava, creador de la Revista de Historia de Rosario, y cuyo nombre lleva hoy el Museo de la Ciudad.
“Creo que (Mikielievich) ocupa un lugar fundamental como cronista porque hace crónicas, efemérides, trabaja a la antigua… la recopilación y el guardado que hizo fue monstruoso: yo no conozco, por lo menos en el país, el caso de otros historiadores que hayan tenido el acervo que logró tener él”, concluye Megías.
Una idea fija que flota como una nube persistente sobre Rosario, la que no tiene acta de fundación, sea acaso la de no conformarnos con esa orfandad documental y sentir la necesidad de seguir buscando, aunque sepamos de antemano (el principio) el final.
Hay una certera definición que plasmó la propia Alicia Megías en el recomendable libro colectivo Las Batallas por la Identidad (Editorial Municipal de Rosario, 2014), que aparece en el capítulo de su autoría, Forjadores de Quimeras en el siglo XIX, y que parece venir a cuento para cerrar: “Las ciudades son representaciones imaginarias, en tanto contiene símbolos, ideas, palabras y marcas ideológicas que les dan consistencia y existencia a su presente, a su pasado y a su futuro, y son, al mismo tiempo, lugares materiales, físicos y palpables, de modo que es imposible entender cabalmente aquellas representaciones si se ignora su circunstancia correcta”. Este Tricentenario puede ser muchas cosas pero acaso sea más que nada eso: una nueva oportunidad para pensar Rosario.



