“La existencia del hombre se debate entre dos planos: el físico y el espiritual”, dijo el profesor, ufano por la seguridad que suele dar la fe, aun cuando la realidad plantee casi siempre ciertas dudas. Si en algo tuvo razón, y en ello nunca hubo dudas ni controversias por parte de filósofos, teólogos o pensadores, fue en eso otro que aclaró con cierto énfasis: “claro que difícilmente se pueda cultivar el espíritu cuando los derechos elementales que satisfacen el plano físico están ausentes”. En algún café de Rosario, o de cualquier punto de Argentina, el filósofo popular (casi siempre rebosante de la sabiduría que concede el sentido común, hubiera dicho: “no me hablen de cielo que aún no me va bien en la Tierra”.
El asunto es que todo este prólogo se sucede porque hace un tiempo atrás una noticia señalaba textualmente: “El salario bruto alcanzó en la Argentina un promedio de 3.091 pesos…”. Desde luego, este es el salario promedio en una de las argentinas (de las varias que hay) porque es cierto que en la otra argentina hay quienes perciben salarios superiores a los 10.000 pesos. ¡Pero atención, amigos! Que hay otra en la que el salario está entre 1.000 y 2.500 pesos (a veces se cobra en negro) y está, también, aquella en la que el salario es una “asignación familiar”, o un “plan”. ¡Y a no pasarlo por alto! que para humillación y pena de muchos seres humanos que viven en otra argentina postrada y moribunda, lisa y llanamente no hay salario.
Y en la ardua tarea de andar investigando sobre las diversas argentinas, no se puede menos que repasar la de los jóvenes profesionales frustrados que egresan de las facultades para sumergirse en la melancolía por no poder dar rienda suelta a la vocación y mucho menos vivir de ella y para ella. O la de esos otros jóvenes que quieren dignificarse como seres humanos a través del trabajo, pero sólo logran deprimirse por la falta de este, o humillarse por la injusta paga.
Otras argentinas es la de los papás que no pueden asegurar a sus hijos derechos que no deberían ser burlados, o las de las mamás que se angustian cuando deben pasar por las cajas de los súper y dejar allí los billetes que representan varias jornadas de trabajo, a cambio de medio changuito. Y para colmo, deben escuchar a los famosos macaneros asegurar que la inflación en el país es una sensación o un invento de los medios. Suele quedar una marga sensación inconsciente entonces y, recordando a Nietszche, lo que preocupa no es la mentira, sino que jamás se podrá creer en ellos o en algo con olor a función y política.
Y ni hablar, señoras y señores, de la argentina de los jubilados. Al promediar el año pasado, las noticias decían que “Según datos de mayo de la ANSeS, hay 3.500.000 que se jubilaron luego de brindar aportes por más de 30 años. En promedio, cada uno, percibe 1.275 pesos por mes, es decir, el 36% del sueldo medio de los trabajadores en blanco. Todo esto excluye a los que se jubilaron por moratoria o en forma anticipada por desempleo”. ¿Alguien cree realmente que esta situación ha mejorado significativamente?
Pero retornando al salario promedio en la Argentina, digamos que el mismo está fijado en 3.000 o 3.500 pesos. A menos que en un familia trabajen al menos dos de los integrantes, va de suyo que vivir con 3.000 pesos, dos y más personas, es algo difícil sino imposible, y más que vivir se podría decir que el grupo familiar sobrevive como MacGyver, aunque claro está difícilmente en tales hogares se pueda poseer la famosa cortapluma del héroe, pues resulta muy cara para el presupuesto de las familias de la Argentina sojuzgada y avergonzada. “A falta de acero suizo –dijo un criollo- viene bien el tramontina”.
Y en este contexto, que no pretende ser pesimista, sino mejor realista, no puede menos uno que revisar algunos gastos como el del alquiler. Mil pesos, por lo menos, mis amigos, por un modesto departamentito de un dormitorio. Más la expensas, claro, los impuestos y demás complementos.
Harto de pagar alquiler para no tener nada, un joven, casado, salió a buscar un inmueble para comprar a través de un crédito hipotecario. Y se encontró con el mercado, implacable: departamento modesto, de dos dormitorios, con algunos añitos sobre el techo, el precio no baja de 84.000 dólares. Es decir cerca de 350.000 pesos. La pregunta de rigor es: ¿Cómo hará un trabajador que percibe un sueldo de 3.000 pesos para acceder a un crédito? Pues yo le voy a contar: ingresé a la página del Banco Hipotecario, elegí comprar un departamento de 300.000 pesos, a 20 años de plazo, puso un sueldo de 3.000 pesos y el calculador me dijo con letras rojas: “los parámetros que usted ingresó calculan un monto que excede el máximo a financiar que es del 70 por ciento”. Bajé el monto y… lo mismo. Y más abajo la aclaración de rigor: que todo es meramente indicativo y que ingresar a esa planilla no implica compromiso alguno por parte del Banco. En fin… la otra Argentina, esa que todos conocemos, la de la macana.
¡Ah! Pero los embaucadores de siempre sostienen que todo marcha viento en popa. Parafraseando a Espronceda podríamos recitar: “No corta el mal sino vuela el buen velero argentino, bajel pirata que llaman por su bravura el temido, en todo mar conocido de uno al otro confín”. Claro, el velero vuela para unos, pero no para otros.
Y para terminar, como siempre, un cuento: “A un presidente (de cuyo nombre mejor no acordarse) lo muerde un perro negro, así que, decreto mediante, ordena matar a todos los perros negros de Argentina. Llenos de miedo, todos los pichichos oscuros empiezan a correr por las autopistas tratando de escapar. En el fondo, corre desesperado también un gato blanco. Asombrado, un perro le pregunta: ¿Y vos porqué corrés si mandó a matar a los perros negros?
– Andá a creerle a ese atorrante –responde el gato entre preocupado y enojado- hoy dice perro negro mañana seguro que cambia por gato blanco.