Por Alberto Dearribea*.- Tras las caídas de los dictadores Juan Carlos Onganía y Roberto Marcelo Levington rechazados por las luchas obreras, el último presidente de facto de la llamada Revolución Argentina, Alejandro Agustín Lanuse, no tuvo más remedio que convocar a elecciones nacionales ante el explosivo marco de insurgencia obrera, estudiantil y guerrillera.
Para frenar el retorno del peronismo al poder, los militares decretaron una cláusula proscriptiva que impedía que Juan Domingo Perón participara en las elecciones y establecieron un sistema electoral de balotaje que exigía superar el 50 por ciento de los votos para sortear una segunda vuelta.
El cálculo que hacían por entonces los militares no es muy distinto del que realizan hoy los antikirchneristas para sostener aspiraciones: si el candidato justicialista no supera el 50 por ciento, todos los no peronistas juntos podrían ser más en la segunda vuelta. Sólo la unión de todas las fuerzas políticas de izquierda y derecha podría derrotar al peronismo, pese a que habían fracasado en 1946 con la Unión Democrática.
Si bien Cristina Fernández de Kirchner no aceptó aún ser candidata a una reelección, todos los sondeos de opinión la ubican muy por encima de sus rivales. Algunos revelan incluso que sumando la intención de voto de Ricardo Alfonsín, Mauricio Macri y Eduardo Duhalde, no se llega al porcentual que recoge la presidenta.
En un contexto totalmente distinto, las elecciones del 23 de octubre próximo tienen entonces para el peronismo una acechanza similar a la de aquel 11 de marzo del 73, en el que había que eludir un balotaje más exigente aún que el actual.
Algunas encuestas revelan que la presidenta bordea el 45 por ciento que exige la ley electoral para eludir un repechaje, pero otras indican que aún le faltan unos puntos para imponerse en primera instancia. Sin embargo, el régimen vigente le otorga a Cristina Fernández una posibilidad que no tenía el Tío Héctor José Cámpora, al habilitar la consagración con 40 puntos en lugar de 45, si lograra más de 10 puntos de ventaja sobre el inmediato competidor, tal como indican los sondeos.
El desafío de superar el balotaje, es quizá la única similitud con aquel 11 de marzo. Los jóvenes de entonces –que llevaron el peso de la campaña electoral realizada bajo la dictadura militar y con la transgresora consigna de “Cámpora al gobierno, Perón al poder”– convocaban a “superar la trampa del balotaje”. Votó el 85 por ciento del padrón.
Aquel 11 de marzo, hacía diez años que los argentinos no votaban a un presidente de la Nación. Lo habían hecho por última vez cuando Arturo Umberto Illia llegó al gobierno con el 25 por ciento de los votos y el peronismo proscripto.
En los dieciocho años que van del golpe de 1955 a 1973, once transcurrieron bajo dictaduras y siete bajo gobierno civiles condicionados. Un argentino nacido a mediados de los 40, había vivido hasta ese día la mayor parte de su vida adulta bajo el imperio de la fuerza.
En ese marco, casi la mitad de los electores se inclinó entonces por la fórmula del Frente Justicialista de Liberación (Frejuli), que impulsaba a Cámpora y Vicente Solano Lima.Obtuvo el 49,6 por ciento contra el 21,3 por ciento del radical Ricardo Balbín.
En términos estrictos, correspondía entonces una segunda vuelta, pero el “Chino” se bajó de la porfía y Lanusse no tuvo más remedio que levantarle la mano al Tío, quien renunció tras un mes y medio de gobierno para permitir que la ciudadanía votara sin proscripciones.
Seis meses después, Juan Domingo Perón obtuvo el 62 por ciento de los votos e inició su tercer mandato trágicamente truncado por la muerte. Pero aquel 11 de marzo de 1973 pasaría a la historia como un día luminoso en la saga de las luchas populares argentinas.
* Periodista