Como se sabe, la duración de un film está estrictamente ligada a sus bondades o falencias; en una película floja, se ruega por un pronto final; en una construcción poderosa y/o hipnótica, se paladea hasta el encuadre más nimio y se esfuma la noción de tiempo. También, a veces, la mínima extensión puede contribuir a la efectividad, aunque no se trate de un gran título, al mismo tiempo que el exceso puede arruinar cualquier buena intención. Revolución. El cruce de los Andes, la película argentina que revisa un fragmento de la vida y obra del general San Martín es un buen ejemplo de lo primero. Quebrando el desapego que el cine nacional de los últimos tiempos tiene por aquellos relatos que aborden figuras relevantes de la entidad denominada patria –tal vez necesarios para ofrecer otras aristas que las planteadas en El santo de la espada, la escolar visión de Torre Nilsson sobre el gran héroe nacional–, el film debut de Leandro Ipiña tiene, desde el vamos, el acierto de tratarse de un recorte de la vida pródiga en hazañas de San Martín; y más que un recorte, podría hablarse de un foco, de un relato que se centra en el ímpetu y el frenesí de un militar cuya pulsión parece ser la de entender la emancipación del yugo español como motor de su existencia. Y lo hace en el preciso momento en que San Martín lleva a cabo su famoso cruce de la cordillera más alta del mundo; acción que hasta podría juzgarse innecesaria ya que el ejército español –godo lo llamaban en esa época–, luego de recuperar Chile, viene por las provincias del Río de la Plata y bien podría esperárselo en casa. Pero San Martín, atento a su condición de estratega, decide golpear primero –y porque ya nula ayuda podía esperar de la Primera Junta en Buenos Aires– cruzando las heladas montañas para sorprenderlo. Revolución… cuenta entonces este momento, el de San Martín durante esa campaña, en 1815; sus misivas al gobierno nacional pidiendo recursos y a los patriotas chilenos Soler y O’Higgins para que se les unan; la sentida despedida de su esposa y su bebita antes de partir, su carácter decidido y su sentido de la lealtad como fuerzas intrínsecas de su misión, su afán intelectual por apresar el valor auténtico del término libertad.
Y al acierto del realizador de no irse hacia atrás ni hacia delante en la vida de San Martín, se agrega la de elegir la acción, un relato fáctico en el que se prescinde de una voz que lo cuente, lo que quita cualquier atisbo pedagógico y rector. La historia en sí la cuenta un veterano del ejército de San Martín que fue su amanuense siendo apenas un adolescente, ya en 1880 y cuando los restos del héroe son repatriados desde Francia. Se la cuenta a un periodista que lo visita en su habitación austera mientras bebe una botella vino. Pero se trata apenas de un par de secuencias, lo demás es la épica de la aventura en su factura directa, y en este sentido sobresalen una fotografía por momentos formidable –desde el comienzo, con una cámara aérea sobre los imperturbables picos montañosos de los Andes–, de una pigmentación que apunta a describir estados más que paisajes, y eficaces encuadres en las batallas y escaramuzas y en el propio cruce, donde la fuerza omnisciente de la naturaleza es captada en todo su fervor.
No es menor la actuación de Rodrigo de la Serna, que da un carácter posible –imaginable–, con su habla entre española y criolla, a la figura que encarna y a la que puede vérsela en una dimensión más sensible en sus desasosiegos y en su empeño por sostener la moral de una tropa que por momentos se pregunta qué clase de libertad persigue. No hay en Revolución… mucho más desarrollo de perfiles ni actitudes, apenas algunas alusiones a lo inservible de las guerras que someten a su arbitrio y crueldad hasta a los niños –el amanuense es apenas eso cuando el cruce– y al valor de la palabra escrita por sobre empuñar un arma. Y esta economía, ¿buscada?, produce un nada desdeñable efecto de contundencia a Revolución… que barre con cualquier solemnidad para tratar justamente con el llamado padre de la patria y se apoya en recursos dinámicos e inocultablemente modernos, seductores sin duda para que las nuevas generaciones abreven de otro modo en la Historia.