Los adolescentes que van a los servicios de salud sexual y reproductiva para atenderse se encuentran en general con trabas administrativas o prejuicios que provocan que los jóvenes no vuelvan, reveló una investigación realizada por un equipo de investigadores de Rosario y auspiciado por el Fondo de Población de las Naciones Unidas.
El informe del Instituto de Género, Salud y Desarrollo (Insgenar) de Rosario se presentó ayer bajo el nombre «¿Todo bien?», en base a un trabajo realizado en cinco capitales del interior del país.
La coordinadora del equipo, Gloria Schuster, precisó que el objetivo de la investigación es escuchar las voces de los adolescentes que asisten a los centros de atención en salud sexual y reproductiva, frente a una realidad que indica que en general los chicos no recurren a los hospitales.
«El embarazo adolescente es la manera en que se irrumpe en un hospital», aseguró la especialista tras sostener que «es cierto, concurren muy pocos en lo que tiene que ver con la prevención».
La especialista precisó que la investigación que realizaron es «cualitativa y exploratoria», y se llevó a cabo con grupos de adolescentes de las ciudades de Córdoba, Tucumán, Santa Fe, Misiones y Formosa, y con profesionales de la salud de servicios vinculados con esa población.
«Muchas veces las condiciones que se dan en las primeras visitas a centros de salud revelan impedimentos y trabas, y los adolescentes no concurren más», aseguró Schuster. Describió que algunas trabas son burocráticas, como completar planillas y otros requisitos, y otras tienen que ver “con prejuicios y concepciones que hacen que el espacio no les sea amigable, entonces no vuelven; y en general remiten a la falta de tiempo para la formulación y que no se sienten respetados».
Las frases de los adolescentes hacen referencia a que cuando asisten a un centro de salud sexual los retan o les dicen lo que deben hacer, «y esto lo viven con sufrimiento».
Comentan por ejemplo:»Yo no quiero que me digan que a mi edad tengo que estar estudiando, no tener un hijo, eso ya lo sé», contó la especialista que dicen las jóvenes.
Los adolescentes entrevistados oscilan entre los 14 y 18 años y pertenecen a un espectro social amplio, de ciudades grandes, por lo que a la discriminación por la edad se suma, en otros casos, pertenecer a zonas rurales o a las comunidades originarias. En este sentido, señaló: «Nosotros hicimos foco en el trato al que remiten los adolescentes y nos encontramos que cuando preguntamos cómo los trataron, primero responden «todo bien»».
«Pero –continuó– dos minutos después dicen: «Me puso mala cara, no pregunté más porque no me daba tiempo, me retó, me miraba mal, me habló enojado»; son frases que dan cuenta de la impronta que deja una mala atención».
En la perspectiva de la investigación, Schuster aseguró que es necesario «hacer un trabajo para movilizar ciertas concepciones, porque donde comienza a funcionar se da una experiencia totalmente distinta y se transforma en un espacio donde se puede preguntar y no sentirse juzgado».