En cualquier contexto, la designación de la ministra francesa de Finanzas, Christine Lagarde, como directora gerente del FMI sería un hecho natural. Por un lado, mantendría la tradición no escrita que reserva la titularidad del Banco Mundial a un estadounidense y la del FMI a un europeo. Además, supondría la designación de una figura respetada por el correcto manejo de la crisis que está haciendo en su país, y de alguien que, siendo abogada y no economista, cuenta con un perfil político ideal para lidiar con las actuales turbulencias. En tercer lugar, sería la primera mujer en acceder oficialmente al cargo, algo que oxigenaría a una organización cuestionada hoy por usos y costumbres que no penalizan las relaciones peligrosas entre gerentes y subordinadas, subproducto indirecto de las febrículas delictivas atribuidas al saliente Dominique Strauss-Kahn.
En cualquier contexto, decíamos, distinto del actual, que convierte su oficializada postulación en un albur para la entidad. Es que cada aspecto que supone una ventaja cuenta con una contracara polémica.
La primacía europea en el FMI es cuestionada como nunca en estos días. La debilidad de la eurozona, las vacilaciones de sus dirigentes y el ascenso de gigantes emergentes como los verdaderos motores de la economía mundial contribuyen a ello. Se habló mucho en el último tiempo del «aggiornamiento» de la entidad, y el peso del voto de China, por caso, trepó tras la reforma del año pasado del 3,806 por ciento a un 6,071 por ciento. Sin embargo, Estados Unidos sigue siendo dominante, con una cuota del 16,479 por ciento.
Mencionar sus laureles como ministra de Nicolas Sarkozy pone en juego lo evidente: es francesa. Igual que el autodefenestrado DSK y que Pierre-Paul Schweitzer, que Jacques de Larosière y que Michel Camdessus. Todos hombres que controlaron al Fondo en 26 de los últimos 33 años. Para muchos ya es demasiado.
Pero ellos eran hombres y las reivindicaciones de género son importantes, sobre todo en momentos en que un lavado de cara se hace tan imperioso. Sin embargo, la realidad suele ir por su lado. Acaso Anne Krueger, número uno interina entre 2004 y 2007, no haya tenido tiempo de demostrar su sensibilidad femenina en los tormentosos días de la poscrisis argentina.
La crisis hoy tiene otro nombre: Grecia. El lunes se informó que el déficit fiscal de ese país creció un 13,7 por ciento interanual en el primer cuatrimestre a pesar del gigantesco ajuste que se le impuso el año pasado. El «nuevo FMI» de Strauss-Kahn ha aportado poco, parece, y no es fácil la alternativa de seguir arrojando decenas de miles de millones de euros al fuego o abrir la caja de Pandora de la renegociación de su deuda pública. La mujer es en principio contraria al «default» controlado, pero el desquicio griego y los «indignados» españoles señalan que el espacio para el ajuste perpetuo ya es limitado. Su carácter de pragmática promete entonces horizontes mejores que la porfía de los ideólogos.
Pero, por lo demás, la frescura que podría aportarle a la entidad es discutible. El 10 de junio será importante para Lagarde: ese día vence el plazo para la presentación de las candidaturas y también la Justicia de Francia decidirá si hace lugar al pedido de la fiscalía general para procesarla por abuso de autoridad. ¿Otro escándalo a la francesa?
Su decisión de 2007, a poco de la asunción de Sarkozy, de pasar de la esfera judicial a un arbitraje un reclamo del empresario Bernard Tapie le costó al Estado 285 millones de euros. El ex dueño del popular club Olympique de Marsella había designado en 1993 al banco público Credit Lyonnais para que gestionara la venta de su empresa Adidas, la que, afirmó luego, fue subvaluada. Los malpensados no dudaron: de admirador de François Mitterrand, Tapie había pasado a converso del sarkozysmo.
La ministra de 55 años cuenta con el aval de todos los países europeos, una sumatoria de votos importante pero que necesitará del aporte decisivo de Estados Unidos. El tema estará presente en los enjuagues de la reunión de hoy y mañana del G-8, nada menos que en Francia. Un avance de la postulación de Lagarde sería señal de que sus problemas judiciales van camino a resolverse. A no ser que el error sea una posibilidad en niveles de decisión tan altos.