Después de casi dos semanas de acampe y luego de las elecciones regionales en España, la rabieta del 15-M sigue viva en la Puerta del Sol. Sin embargo, la protesta vira lentamente en una mezcla de desafío al sistema, atracción turística, conflicto con los comercios y hoteles de la zona y ensayos algo fallidos de nuevas maneras de debatir los problemas cotidianos.
Los que se mantienen firmes son los campamentos de la plaza y los minidebates entre movilizados y vecinos varios que protestan por la nueva ágora madrileña.
Si bien la acampada no creció en la última semana, tampoco se redujo sustancialmente. Sí aumentó la cantidad de carteles en la Puerta del Sol y disminuyó en los comercios de alrededor, con una diferencia: ya no hay pequeños y medianos establecimientos empapelados con protestas contra el sistema y llamados a la revolución, pero se multiplican en los locales de las multinacionales de la zona. Las principales víctimas son los bancos, cuyos cajeros automáticos están cubiertos de consignas antimercado.
Eso sí, en ningún momento hubo problemas para nadie que elija estos instrumentos para obtener dinero. Tampoco son molestados los muchos “arbolitos” locales que ofrecen comprar, todo un clásico madrileño, que en estos días ensayan sus “compro, compro” con las consignas anticapitalismo de la plaza.
Desde el martes hubo más de 30 grados al mediodía, algo anormal para la época y que hizo que se multiplicaran los voluntarios con pequeños aireadores con agua que iban salpicando a los manifestantes.
La idea de la democracia real y de la consulta popular a cada propuesta parece perfeccionada, aunque en general cueste llegar a consensos claros. Uno de los debates en la últimas horas era la posibilidad de lograr confeccionar un logo del movimiento. La propuesta fue expuesta por un norteamericano presente en la asamblea y, según explicó, residente en Madrid desde hace casi seis meses y sin conseguir trabajo. Su dibujo era un globo terráqueo sostenido por unas columnas que representaban el pueblo y un sol en la punta. La propuesta fue rechazada por la mayoría, no por la decisión de no tener rápidamente un logo, sino por las escasas bondades estéticas del propuesto. El autor se comprometió con humildad a perfeccionarlo y volver a someterlo a la voluntad popular dentro de unos días.
Menos suerte tuvo el siguiente tema de debate: continuar o no con la protesta. Aquí hay dos ideas claras. Una habla de levantar el campamento y dejar la constancia de que si no hay respuestas claras en los próximos meses, el ágora volverá con más fuerza. Otra idea es mantener el campamento de manera constante, hasta que haya algún avance político concreto.
En cada debate ya está organizado que la palabra es libre y que cualquiera puede exponer la idea que quiera. Así, luego de que alguien propone algo, unos voluntarios levantan carteles ofreciendo el “turno de palabra”. Si uno solo de los manifestantes no acepta la moción, directamente ésta se rechaza, ya que todas las propuestas deben ser aprobadas por unanimidad. Esto le sucedió, por ejemplo, al grupo feminista que pidió consenso en favor del derecho a abortar, pero como una persona se negó, no lo obtuvo.
En realidad, son casi mínimas las propuestas que tienen una aceptación total. Para esto se inventó una fórmula llamada “consenso de mínimos”. Esto es, resumir las propuestas comunes en cuatro más sencillas y generales con las que todo el mundo esté de acuerdo. Fuera del ágora, algunos peatones, en general de cierta edad, se detienen a mirar con cierto gesto de horror a la movilización. “Esto provocó el Bildu (partido independentista vasco que sacó 25 por ciento de los votos)”, “tengo un hijo en paro (desempleado) y no está acá, está buscando trabajo”, “esto pasó de una broma” y un inolvidable “con Franco esto no hubiera pasado”. Mientras tanto, turistas de todo el mundo (el sector creció el 15 por ciento en un año en Madrid) sacan fotos, filman y comentan.