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Contra la “adicción” al átomo

Por: Laura Hintze. Juan Villalonga fue durante 16 años uno de los máximos referentes de Greenpeace Argentina, hasta que decidió saltar a la arena política. Los Verdes se llama la fuerza que integra, y su pelea es del mismo color.

Radiactividad, energía, contaminación, reactores nucleares, políticas, ecología: todos conceptos, y cientos más que han quedado en el camino, que hacen a un paradigma tan desconocido como temeroso: el paradigma “nuclear”. Afortunadamente, el tema puede también analizarse por fuera de la perspectiva técnica y científica: desde el punto de vista político e ideológico. “En la Argentina el tema nuclear es un tema del que no se discute, ningún partido político se atreve a cuestionarlo, es una opción ideológica, no energética, que ningún político se atreve a poner en cuestión”. Estas palabras pertenecen a Juan Carlos Villalonga, ex dirigente de la ONG internacional Greenpeace y que ahora saltó a la actividad política doméstica con la organización Los Verdes. Mañana a las 20 Villalonga participará en el Ciclo de Ecología que el Taller Ecologista de Rosario organiza en el Centro Cultural Bernardino Rivadavia: llamó a su presentación “La insensatez de la energía nuclear».

Tras 16 años de trabajo en Greenpeace, Villalonga decidió desvincularse para encabezar la organización ecopolítica Los Verdes, inspirada en la experiencia de los partidos políticos ecologistas europeos. Recientemente, presentaron un informe llamado “Terminemos con la adicción nuclear”, que propone un plan de cierre progresivo de la energía atómica en el país, considerándola pobre, lenta y costosa. “La Argentina no depende de la energía nuclear, sino de una energía nuclearista”, sentenció el ecologista. En diálogo con El Ciudadano, Villalonga expuso algunos aspectos de esta complicada ciencia, cómo afecta a la sociedad y por qué se podría, tranquilamente, prescindir de ella.

—Ustedes hacen hincapié en que el tema nuclear es una opción ideológica a tomar. ¿Por qué “ideológica”?

—Es ideológica porque hay una idea de que lo nuclear es una fuente poderosa de energía, cosa que no es así; hay una idea de que lo nuclear es el paso a un estadio de desarrollo tecnológico superior, y tampoco es así. Lo que subyace en las decisiones en materia de presupuesto para avanzar en el tema nuclear es siempre una idea que suele estar bajo la denominación de “estratégica”, y que hace en definitiva al hecho de que cualquier país que domine la tecnología nuclear es un país que le está diciendo al mundo: “Si lo decido, puedo usar esa tecnología con fines no pacíficos”. Por eso es que seduce tanto a muchos políticos tener la opción nuclear abierta, porque supuestamente lo ubican en un club de países selectos. La energía nuclear en Argentina tiene casi 60 años de historia, y a lo largo de esos años puede verse que el sector nuclear ha sido privilegiado en términos presupuestarios y que, además, fue intocable por todos los gobiernos: peronistas, radicales, y hasta militares. Siempre fue privilegiado. Y, todo eso, ¿para qué sirvió? Para que tengamos hoy un aporte del 6 por ciento de la energía nuclear. El 6 por ciento de la energía eléctrica que consumimos proviene de las plantas nucleares. Un disparate, pensando en el esfuerzo realizado en materia de técnica, de ciencia, de presupuesto, para una opción energética que da un suministro tan pobre. Hay un ejemplo muy claro: el gobierno tiene en marcha un programa de desarrollo de energías renovables, cuyo objetivo es llegar a 2016 aportando el 8 por ciento de la electricidad nacional. O sea: con energía renovable, en seis años, 8 por ciento; con nuclear, sesenta años, 6 por ciento. Muestra claramente que la energía nuclear, por el costo que tiene, por los riesgos que tiene, por lo lenta que es y por lo pobre que es en materia energética, no es una opción.

—¿Por eso ustedes hablan de “seducción”?

—Exactamente. A veces suelen decirnos que los que nos oponemos a la energía nuclear tenemos un pensamiento “ideologizado”. Yo aseguro que el pensamiento ideologizado es de quien propone esta energía nuclear. Porque si se tratase de una decisión puramente técnica, puramente energética, sería una fuente de energía que desaparecería del mapa. Cuando el proceso de los 90 decide poner en venta todos los activos vinculados a la energía, todo se vendió, todo tuvo compradores, malos o buenos . El único segmento de la energía que no tuvo oferente fue la nuclear. Eso habla claramente de que cualquier empresa que esté pensando en hacer negocio generando energía y vendiéndola no lo hará a través de la energía nuclear, porque es ruinoso. Sólo puede sobrevivir con subsidios del Estado. Y digo esto porque no es una tecnología que está en un momento de implantación y desarrollo, sino que ya tiene muchos años en el mundo, ya ha hecho un recorrido, ya ha madurado, y estos son sus costos. Y es más, debido a los riesgos posteriores al accidente de Chernobyl, hubo que mitigar mucho más los niveles de seguridad, y eso encareció aún más a la energía nuclear.

—¿Y cuál es el impacto medioambiental?

—Lo nuclear suele mirarse solamente desde el punto de vista del riesgo de lo reactores, pero en realidad hay que verlo en su ciclo completo. La energía nuclear arranca con la minería de uranio, que es tan impactante como cualquier tipo de minería: es a cielo abierto, utiliza muchísimos químicos, todo motivo de contaminación. La segunda etapa es la de los reactores. Éste es un dispositivo que funciona en un nivel de equilibrio muy preciso, con límites muy pequeños, colocarlo en esa posición de funcionamiento requiere de una ingeniería extremadamente compleja. Eso lo hace no sólo riesgoso, sino además, para minimizar esos riesgos, extremadamente caro, y aun así los riesgos no se mitigan. Y queda la tercera etapa. ¿Qué pasa cuando un reactor queda obsoleto? El reactor es un enorme cementerio de basura nuclear y, por supuesto, todos los combustibles nucleares que fueron utilizados a lo largo de su vida útil son residuos de altísima actividad a los cuales hay que darles protección ambiental, e incluso protección civil para evitar robos o dispersión de ese material hacia otros fines no pacíficos de por vida. O sea, de cientos de años. Hay que pensar la dimensión temporal, presupuestaria y cuán complejo es transmitir esto a las generaciones futuras. El costo real de la energía nuclear se la legamos a nuestros descendientes.

—¿Cuáles son las propuestas que ofrece esto llamado “ecología política”?

—Cuando nosotros hablamos de ecología política estamos hablando de que hay una cantidad de visiones, ideas y críticas que se le hacen al actual modelo de desarrollo y la manera de pensar la economía desde la ecología. Lo cierto es que todos estos problemas son generados por una manera de entender el desarrollo, de alimentar la sociedad de consumo, que es absolutamente inviable. Puede sonar como demasiado radical, pero no hay otra manera de pensarlo. El consumo creciente de materiales y la demanda permanente de recursos naturales lleva invariablemente a la crisis que estamos enfrentando, por lo que hay que pensar cómo ir a un mundo que dependa menos de estos materiales. Y la ecología política responde a eso con una mirada integral.  La ecología política viene a decir: “La mala noticia es que por esta vía no llegamos a ningún lado”.

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