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Morandini, la inesperada compañera de Binner

Panorama político. Por David Narciso.- La elección de la senadora en el binomio supone la idea de avanzar en la lucha por los derechos humanos.

“Porque tuve veinte años en los setenta, siento que pertenezco a una generación que al igual que los alemanes del nazismo deben pedir clemencia a las generaciones venideras por el desquicio que dejamos como país. Pero, también, deben ser clementes si piensan del tiempo que se salvaron. Tiempos de miedo que convierte lo humano en un remedo de humanidad… Pertenezco a la gran familia del dolor: dos hermanos desaparecidos y una madre que transformó ese dolor, creció sobre ella misma, y con su pañuelo blanco construyó para todos espacios de justicia y libertad”… “Creo que los argentinos de manera colectiva debemos decidir qué queremos hacer con esa tragedia colectiva que fue la dictadura. Si permanecer en la venganza y los desencuentros o en base a la verdad y la justicia restituir lo que fue violado, la convivencia democrática”.

Estos párrafos corresponden a un texto algo más largo con el que Norma Morandini se presenta a sí misma en su página web y se los eligió (arbitrariamente, como supone toda edición) porque la pintan no tanto por lo que es ella como personalidad, sino por lo que representa puesta en la fórmula con Hermes Binner.

Su presencia en el binomio permite vislumbrar en qué aguas quiere nadar este espacio que se autodefine de centroizquierda y progresista y que tuvo su acto fundante en la valiosa decisión política del Partido Socialista de no ser parte de un acuerdo con la centroderecha de Francisco de Narváez (y tal vez algunos dinosaurios que asomarán la cabeza en las horas previas al cierre de listas del 25 de junio).

Norma Morandini es “progre”, en “el sentido despectivo” con que la palabra era usada en los 90, como dice José Pablo Feinmann en su libro El Flaco. Senadora nacional por Córdoba por el partido de Luis Juez, la vida de Morandini no es chiste: tiene dos hermanos desaparecidos, es hija de una madre de Plaza de Mayo y vivió en el exilio forzado.

Su compromiso con esa historia y su designación como vice de una fórmula presidencial tiene un sentido no menor en un país que padeció una sangrienta dictadura y que 30 años después, fruto de decisiones políticas muy valientes, es ejemplo en el mundo porque está enjuiciando y condenando a un número no menor de militares, policías y civiles por crímenes de lesa humanidad.

Morandini no cree en la Teoría de los Dos Demonios plasmada en el prólogo del Nunca Más (aunque en 2006 se opuso a la idea de modificarlo), valora la anulación de las leyes de obediencia debida y punto final y la decisión política de los gobiernos kirchneristas de empujar los juicios a los represores. Pero también interpela: “La insurgencia guerrillera cometió delitos que el Estado debiera haber castigado garantizando juicios justos y no convirtiéndose en verdugo. El demonio es sólo uno: la violencia como forma de resolver las diferencias. Y si la guerra fue tan cara a la insurgencia guerrillera como a los jerarcas militares, la equiparación lleva a otro equívoco, suponer que hay guerras limpias, justas o sucias. El pasado quedó en manos de la Justicia, pero se eludió el debate político sobre las causas del desquicio. Y eso es lo que falta”.

Es decir, el espacio de centroizquierda desembarca en el escenario electoral y se para en un terreno que hasta ahora era exclusivo del oficialismo (ya se verá que no es el único).

Esto supone algunas cuestiones. Una es que asoma con claridad que después del kirchnerismo toda propuesta alternativa no puede no pronunciarse (en términos simbólicos o discursivos) sobre la “cuestión de los derechos humanos”. Otra, que es muy difícil pensar una construcción política por centroizquierda que no tenga entre sus principales pilares la reivindicación de la lucha por los derechos humanos. Eso, aun cuando haya miradas diferentes sobre ciertos aspectos que 30 años después son terreno fértil para debates ora apasionantes y enriquecedores, ora dolorosos. Dentro del mismo oficialismo no hay una mirada uniforme, como no puede ser de otra manera. Sólo basta leer los libros de José Pablo Feinmann, filósofo de cabecera de los Kirchner, que abordan críticamente la cuestión de la violencia en los 70, y compararlos con la mirada que sobre el tema tienen otras personalidades centrales del oficialismo.

Esto vale para el Partido Socialista, socio principal del nuevo espacio electoral, que si bien acompañó a quienes incansablemente mantuvieron en alto las banderas durante 30 años hasta estos inesperados y soñados tiempos de juicios y condenas, prefirió siempre jugar con perfil bajo, esquivar posiciones altisonantes más allá de lo estrictamente definido de antemano: “tibio”, dirán, despectivamente, desde el kirchnerismo.

En el libro de reciente aparición “Hermes Binner, primer gobernador socialista de la Argentina”, de Daniel Attala, el propio mandatario reflexiona y deja algunas pistas de raíz histórica sobre el asunto. Entre otras cuestiones explica que los militantes del Partido Socialista Popular nunca estuvieron “en el foco de la represión” porque los militares sabían que no comulgaban con la vía armada. Eso daba la oportunidad, aún en el exilio interno, de “prepararse” para cuando retornase la democracia. Cabe aclarar que, a diferencia de otros momentos del siglo XX, entre 1976 y 1983 los socialistas populares no cayeron en el error de otros tiempos cuando personalidades centrales del partido fueron cómplices y partícipes de gobiernos dictatoriales.

Complementarios

Empieza entonces a dilucidarse la composición de una fórmula electoral que cubre varios flancos. Hermes Binner es portador de un capital muy valorado en estos tiempos de la Argentina: es un gobernante probado y exitoso en su escala; transparencia, decencia y austeridad son banderas que no contradicen su trayectoria; y, como lo demuestra el voto en Rosario y en la provincia, resulta una figura digerible y votable por un espectro no encasillado de electores. Esta cuestión es lo que a la hora de las urnas debería incorporarle al espacio votos que excedan a electores que se autodefinen como de centroizquierda.

Morandini cubre otro flanco que es central en la construcción discursiva y política del oficialismo: la década del 90. Mientras el kirchnerismo se construye a sí mismo como el anverso de esa década, la cordobesa corona su trayectoria periodística convirtiéndose en esos años en uno de los nombres sobresalientes del periodismo argentino que retrataron, mientras transcurría, la infame fiesta de Carlos Saúl Menem en el poder.

Lo que no aporta Morandini, obvio, es estructura partidaria, territorialidad. Este factor cotizaba alto para que la vice fuera Margarita Stolbizer, hasta hace unos días la elegida de Binner.

Ahora la bonaerense hará su aporte como candidatura a gobernadora, lugar que se evaluó como más rendidor para traccionar votos al conjunto. Hay que recordar que en provincia de Buenos Aires las elecciones nacionales y provinciales son el mismo día, y con boleta supersábana: como mínimo siete cuerpos. Stolbizer en su categoría disputa nada menos que con el gobernador Daniel Scioli y Francisco de Narváez.

La fórmula presidencial que encabezará Binner parece moldeada para “robar” votos tanto al oficialismo como a la entente opositora que lidera el radicalismo en sociedad con el empresario que, como alguna vez dijera el propio Ricardo Alfonsín, financiaba la campaña de Carlos Menem.

A primera vista la fórmula pareciera expresar una idea que se le ha escuchado a Binner: “La sociedad argentina no va para atrás”. Falta ahora ver si su liderazgo puede conducir el nuevo espacio electoral hacia ese horizonte y contagiar el moderado perfil opositor que el socialismo ejerció desde Santa Fe al resto de los socios del espacio, dejando para la alianza UCR-De Narváez y las diatribas de Lilita Carrió el discurso anti K a ultranza.

A dos meses de las elecciones primarias y a cuatro de las generales, quedan muchos otros perfiles por conocer de la fórmula presidencial que encabezarán el santafesino y la cordobesa, que en definitiva no son más que la expresión de un nuevo espacio político que piensa 2011 como un escalón de una construcción progresiva. Lo que resulte de ella será en parte fruto de las decisiones propias y otro tanto de los adversarios, que también juegan.

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