“Quince días antes de que ocurriera la muerte de Julio, él no quería ir a trabajar porque me decía que temblaba la tierra donde estaban trabajando. ‘Si nos caemos ahí nos sacan muertos’, me dijo”. Entre lágrimas, Blanca Herrara recuerda la funesta premonición de su compañero, Julio Lucero, uno de los operarios que murió ahogado el pasado 8 de junio, cuando se rompió un caño en la obra de zanjeo de Herrera y Unión, en la zona norte de la ciudad. Ese accidente se llevó también la vida de Ramón Crespo, de 29 años. “No se comunicó nadie conmigo”, agrega la mujer, con cierta molestia, porque desde la tragedia no recibió ningún llamado de la empresa a cargo de las tareas, una unión transitoria conformada por Pecam SA y Del Sol SRL.
“Los testigos contaron que Julio decía ‘tengo el agua en las rodillas, la siento en la espalda, sáquenme…’. Lo pudieron haber sacado, no merecía tener ese final, era un buen tipo”, continúa Blanca, que la misma noche que se enteró de la muerte de su esposo, su hija la hacía abuela de Tiago, “un gordo hermoso”. El relato de la viuda se quiebra continuamente por el llanto. “Esto ocurrió un miércoles y el viernes anterior, su hijo Maxi sufrió ahí mismo un accidente, pero tuvo suerte porque se le cayó tierra encima y pudo salir. Él trabajaba con dos de sus hijos, Martín, de 18, y Maxi, de 21, que justo el día no fue porque había sufrido enfriamiento y estaba con mucha tos, porque si estaba ahí seguro se tiraba para rescatar al padre”, detalla Blanca.
Julio era fanático de River y por eso sus hijos, Marcos y Julio, además de los dos que trabajaban con él en la obra, colocaron sobre el cajón una camiseta de la banda roja. “Le gustaba mucho el fútbol y con sus 54 años seguía dándole a la pelota. Hace poco vino y me contó que había hecho cinco goles y yo lo cargaba diciéndole que el arquero seguro era de madera, y con orgullo contaba que los compañeros le decían Mario Kempes…”, recuerda Blanca, quien señala que ni Maxi ni Martín volvieron a la trágica obra, que continúa paralizada desde la tarde trágica.
Cuando la familia llevó el cuerpo de Julio a su Vera natal, Maxi se fue con su hermano Marcos a Misiones. “Porque estaba destrozado, era muy compinche con el papá”, hace saber Blanca, mientras que a Martín “el patrón le ofreció un trabajo en San Lorenzo con menos riesgos”.
Ramón Crespo y Julio Lucero fallecieron cerca de las 15.30 del pasado miércoles 8 al quedar tapados por el lodo que se les vino encima tras el desmoronamiento de las paredes de una zanja de seis metros de profundidad y un metro de ancho en la que cavaban. El derrumbe, según las pericias hasta el momento, habría provocado la rotura de un caño maestro de agua e inmediatamente inundó el pozo donde se encontraba. Vecinos y agentes del Comando Radioeléctrico pelearon junto con el propio Lucero para salir de la trampa durante diez dramáticos minutos. “Pero el lodo se lo chupó y desapareció bajo el agua”, remata con dolor su compañera.
Blanca contó que el trabajo de Julio “era de cañista, el que va empalmando los caños… hacía cuatro años que trabajaba para esa empresa; yo sé que tenía buena relación con su patrón, que está muy dolido por lo que pasó, pero nadie de la empresa me llamó, ni de la ART. Nadie. Ellos trabajaban sin arnés, y ¿dónde estaba la ART?, esto que le pasó era evitable, él no debería haber muerto de esa manera, una muerte trágica y muy triste”.
Julio Lucero cumpliría años el próximo 9 de julio y los hijos le estaban preparando una fiesta sorpresa. “Estaban haciendo un gran esfuerzo para armarle algo”, apuntó Blanca, quien enseguida volvió a recordar que a su compañero “le gustaba el trabajo al aire libre, siempre estaba de buen ánimo y estaba muy pendiente de sus hijos, por eso es necesario que se haga justicia, por él y por el otro chico.
En una casa humilde de Felipe Moré y bulevar Seguí Julio Lucero forjó el sueño de una vida digna cuando llegó desde Vera. Trabajó para distintas empresas que se dedican al zanjeo, hasta que un día, por la desidia de alguien que la Justicia deberá identificar, su vida se apagó bajo el lodo.