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“El dorado lo pagan 2,50 y lo venden a 25 pesos el kilo”

El lado oscuro de los oficios y las tierras del Paraná, contado por Saturnino Garate, quien a los 7 años se hizo “amigo del río”.

Por Santiago Baraldi.- Saturnino Garate tiene 83 años y parece salido de una pintura de Raúl Domínguez. En su rostro tiene arrugas profundas y en los ojos el paisaje impregnado de la isla. Su humilde vivienda está detrás de la Escuela Marcos Sastre, en El Espinillo, y sentado junto a una mesa enclenque ceba unos amargos primero, para, luego, dar paso a la caña con la que mitiga el frío. Desde su lugar, enfrente, posan, indiferentes e imponentes las torres Dolfines y el complejo Forum. “Cuando yo era joven pescábamos de noche y no se veía nada. Ahora con la luz que nos da la ciudad parece de día, hasta vemos las boyas…”, comenta con pausa Garate. Si bien está muy bien de salud, “la espalda ya no da para andar levantando redes”. Pero acompaña a sus dos hijos y tres nietos a los lugares que conoce como la palma de su mano para sacar los mejores ejemplares.

Si bien nació tierra adentro en Rosario, en el barrio Saladillo, don Saturnino se hizo “amigo del río” a los 7 años. Y en la adolescencia se cruzó a las islas que están frente a la Fábrica de Armas Fray Luis Beltrán, El Ceibal, donde comenzó con el oficio. Cuando su mujer tuvo a su primer varón volvió a Rosario y trabajó de albañil, en un frigorífico y hasta en la Municipalidad, “en el corralón de carros que salían a levantar la basura cuando no existían los camiones”. Pero en el 62 se instaló para siempre en El Espinillo: portero de la escuela por la mañana y por la tarde, a pescar. “En el 77 largué la escuela y me compré dos canoas. La pesca me gustaba más, mi vida siempre fue la isla y si muero que sea en la costa”, dice, convencido.

Junto a Saturnino, mientras sus hijos estaban internados en el Paraná, Julián Aguilar, que lo llama con cariño “tío”, cuenta la lucha que lleva adelante “para que el trabajo sea cada día más digno”. Asegura que “apareció el Estado” y gracias al movimiento que lidera junto a unos 250 pescadores de Rosario, Remanso Valerio, El Espinillo, Granadero Baigorria y Villa Gobernador Gálvez, han conseguido subsidios de parte de la Subsecretaría de Economía Solidaria para poder comprar herramientas, canoas y motores.

“Por suerte apareció el Estado”

Después de que, en 2007 se promulgara la ley 12.703, en la que se impone una veda para la pesca entre los meses de noviembre, diciembre y enero, los pescadores salieron del agua para protestar. “A nosotros nos perjudica porque no podemos trabajar”, dice Saturnino. “Nos dan un subsidio de mil pesos por mes a cada uno de los pescadores que estamos censados y contamos con la habilitación, pero no es suficiente. Por eso, por ejemplo, está encaminado un proyecto de Turismo Cultural y Recreativo junto al Etur, a partir del cual vamos a llevar a la gente que quiera cruzar a las islas para ver cómo viven las comunidades allí”, explica, esperanzado con que el turismo que llega a Rosario les dé lo que el río ya no.

“La veda nos perjudica, no es fácil estar tres meses sin pescar, lo que debería haber es más controles con las mallas, ése es el problema”, se queja. “Las redes deben tener entre nudo y nudo 16 centímetros, para que el pescado chico no quede atrapado, pero sabemos que del lado de Victoria no controlan y sacan cualquier cantidad de peces chicos”. Mientras relata, extiende la red que está cosiendo: el motor de la canoa la enganchó y le hizo serios cortes.

La gente de la isla tiene un saber empírico diverso. Hay árboles y plantas que son medicinales. “Y eso sólo lo conocemos nosotros”, se jacta Saturnino quien asegura que la fauna en la isla “ya no es como antes”.

Agroquímicos en la isla

Asegura que hace un par de años, en El Charigüé “se sembraron un montón de campos, han dado vuelta la tierra, han echado agroquímicos” y que “no era común eso por aquí”. Su compañero, Aguilar, asiente: “Hace algunos años que hay mucha depredación. Después de la crecida del 98, en el año 2000 había mucha nutria y la cazaban, y ahí se perdió gran cantidad de chimangos, lechuzas, lobitos, gatos…la fauna de la isla fue desapareciendo. Si a una cadena le sacás un eslabón, se resiente todo. Sacaron a los depredadores y aparecieron cada vez más ratas con la crecida. Había un tipo de rata que habita la isla, atrás de eso viene la plaga de yarará, cuando hay mucha comida se reproducen mucho… Y con el tema de que hay por las cosechas mucho grano desperdigado, eso favoreció al ratón que este año vino enfermo con leptospirosis, con todos los problemas que trae el ratón de la agricultura. Contagia, hay muchachos que se enfermaron limpiando y con el contacto se contagiaron, incluso hubo un muerto. Se habló tanto de eso, que el dorado, se come al ratón, e hicieron que bajara la venta considerablemente”.

Respecto a los controles en tiempos de veda, Aguilar tampoco se calla: “Las leyes salen de un escritorio y a nosotros nos perjudican. Las leyes las hacen para que los dueños de las grandes embarcaciones salgan a dar una vuelta y que no haya ningún negro con su canoa que interrumpa el paisaje…La ley nos dice que el pescador no puede tener un motor que supere los 15 caballos de fuerza y nos niega el progreso. El Ministerio de la Producción y el Ministerio de Medio Ambiente no tienen estructura, entonces la mayoría de los muchachos pesca corriendo el riesgo de que en algún momento Prefectura los «pesque» a ellos y les saque todo”.

Cazadores del agua

Los pescadores cuentan con una licencia luego que se hiciera un censo a pedido de los trabajadores que consiguieron ser reconocidos como tales mediante una oblea de “pescador habilitado” que se coloca en la embarcación. En 2007 había nueve mil pescadores desde el Chaco hasta el norte de Buenos Aires. “Ahora hay menos de tres mil”, dice Saturnino. “Bajó mucho después que pedimos que los relevamientos se hicieran en la costa y no que el pescador tenga que ir a una oficina porque no se traslada”, explica.

Saturnino protesta por lo poco que pagan por el pescado: “El sábalo lo pagan 1,50, 2 pesos el kilo; la boga 3 o 3,50 el kilo, y el dorado 2,50 y lo venden a 25 pesos el kilo en el mostrador. Y el sábalo 8 pesos. Ellos no tienen control y luego se lo venden a la gente o a las pescaderías y nosotros estamos atados a ellos”, lamenta.

Aguilar sostiene que el próximo paso es lograr que desde la Secretaría de Ciencia y Técnica cumplan con la promesa de contar “con un pedazo de costa”, detrás del Acuario: “Estamos incluidos en el proyecto, pero nos faltaría un lugar para contar con una guardería, una bajada para acopiadores, una cámara frigorífica. Son cosas por la que estamos peleando, pero el mercado inmobiliario nos fue sacando de la costa, cada vez hay menos lugares donde bajar, estamos trabajando fuerte para lograrlo y si bien contamos con el apoyo de este gobierno, todavía falta”.

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