Para que haya un boom de la construcción, tiene haber quien haga lugar para que se levanten nuevos edificios. Hernán Cabrera hace una década que se dedica a tirar abajo la historia para dar paso al progreso. Lleva más de 700 demoliciones en Rosario, la mayoría en el micro y macrocentro, y tiene un promedio de cuatro derrumbes por mes. Con 33 años, Cabrera admite que hay un corrimiento “y ahora estamos trabajando pasando el bulevar Avellaneda o en barrio Echesortu e incluso Alberdi”.
En el 70 por ciento de los lugares demolidos se levantaron edificios y en menor medida locales comerciales, cocheras o casa nuevas. “Cada trabajo es una caja de Pandora, uno no sabe con qué se va a encontrar, hay trabajos que los hacemos en cinco días y otros en 60”, admite quien además cuenta con un Corralón propio donde vende todo lo aprovechable de una casa. Además cuenta anécdotas de fantasmas y apariciones de antiguos dueños que resisten el paso de la picota: “Nos han ocurrido cosas increíbles en casa antiguas, incluso encontrar cadenitas de oro o dólares en lugares recónditos”.
—¿Cuándo comenzó con las demoliciones?
—Hace diez años. A los 18 me recibí de maestro mayor de obra y trabajé junto a mi padre en la construcción. Mi familia siempre estuvo ligada a los ladrillos. Mi abuelo vino de Italia y con sus hermanos comenzaron a trabajar, después mi padre y ahora yo. Pero después de estar en la construcción donde se reniega mucho, me dediqué de lleno a la demolición.
—La ciudad ha crecido de manera vertiginosa, uno pasa por un barrio y ya no recuerda qué casa había allí que ya hay un edificio en construcción…
—Es real, debería tener un mapa de Rosario y marcar cada trabajo que hicimos. Más de 700 demoliciones en 10 años; en 2008 fue el punto máximo. Ahora estamos en unas tres o cuatro por mes.
—¿Con cuánto personal cuenta y qué elementos son los más comunes a la hora de demoler?
—En estos momentos tengo 14 empleados y contamos con martillos eléctricos que usamos con generadores —porque se trabaja con la luz cortada, lo mismo que el gas y el agua—, sopletes, retroexcavadora, palas frontales, camiones, todo depende del trabajo.
—¿El personal tiene que tener algún requisito en particular para hacer el trabajo?
—En mi caso a mí no me gusta que la gente que trabaja tenga el pelo largo, aritos, que tome vino, que escuche música con auriculares; no me gusta que estén con los celulares porque tienen que estar muy atentos mientras trabajan. No podés trabajar con gente que tenga miedo a la altura, eso me doy cuenta cuando los veo caminando arriba de las paredes, sobre los rieles, veo cuando tienen miedo. Soy de la idea de no tener gente grande, por el tema de los reflejos, casi todos tienen entre 24 y 35 años. Tampoco me gusta tomar gente de otro demoledor, no me gusta que digan ‘Cabrera me robó gente’. Tomo a amigos o familiares de los que ya trabajan. Si el empleado está bien, va a rendir. Tampoco que se metan con las mujeres que toman sol en una terraza o balcón, ni que le digan cosas, hay que cuidar la imagen.
—Si bien el micro y macrocentro es donde más se ven nuevos edificios, ¿observa que haya un corrimiento hacia otras zonas de la ciudad?
—Hay un desplazamiento a barrio Echesortu, pasando el bulevar Avellaneda, y también en Alberdi, incluso nos tocó demoler una casa en el Country Carlos Pellegrini…
—¿Cuánto tiempo lleva derribar una vivienda, por dónde se comienza y qué se aprovecha?
—Todo depende de la construcción, hay trabajos que lo hacemos en tres día y otros en 60. Cada lugar es una caja de Pandora. No sabés con qué te vas encontrar. En mi caso tengo un corralón en Godoy y Rouillón donde vendo todo lo que se puede aprovechar de una casa, incluso vendo a Buenos Aires o La Pampa. Rosario no es mercado, por ejemplo, de aberturas antiguas. Casualmente, se comienza por quitar aberturas, ventanas, pisos en caso que sean de pinotea; luego se tiran los techos y paredes. A mí me llaman o los arquitectos, o la constructora o los dueños, cualquiera, y en base a lo que haya adentro, uno ve qué aprovecha. A veces te encontrás con puertas y ventanas antiguas, vitraux y eso se paga bien. Va todo al corralón y se vende todo. El escombro va a la molienda y se vuelve a vender como granza. Todo sirve; todo tiene reciclaje: el plomo, el cobre, los caños de hidrobronz, el aluminio. Hemos visto techos muy buenos y los rieles estaban podridos, o el estado de los pisos de pinotea… uno cree que hay rieles del 14 y son del 16…Cada casa es una caja de Pandora, cada casa es un mundo.
—En lo que va del año han muerto varios obreros de la construcción, en el caso de ustedes, ¿cómo son los controles?
—Por suerte, en estos diez años no nos ocurrió nada de gravedad. La Secretaría de Trabajo siempre algo te encuentra. Una vez nos llegó el inspector y me dice: “¿y el baño?”, y estaba todo demolido, estábamos sacando los escombros, le buscan el pelo al huevo. La Secretaría de Trabajo es una caja de recaudación, no de prevención. Tengo la gente en regla, anotada, con todos los elementos de seguridad, con la presencia —como se exige ahora con la nueva reglamentación —de un técnico en higiene y seguridad por obra que está controlando.
—¿Hubo algún trabajo que haya presentado dificultades?
—Nos ha tocado una enorme nave de Ciudad Rivera; una estructura donde los muchachos estaban a 30 metros de altura cortando rieles, del 26 o del 30 y es muy difícil. Ahí se enojaron porque tardamos 30 días más de lo que creíamos. Pero si uno trabaja apurado ocurren las desgracias, terminamos y ninguno de los chicos fue a la ART, es mi tranquilidad. Valoro más eso que hacerlo en 15 días sin contemplar los riesgos. Prefiero que me puteen porque demoré y no tener accidentes. En las casas antiguas todo es más rápido, y cuando tenemos estructura de hormigón se demora más.
—¿Les han ocurrido cosas curiosas en las demoliciones o encontrado objetos de valor?
—Anécdotas hay muchas. Recuerdo cuando demolimos el local bailable de Cafferata y 9 de Julio, Xuxa. Uno de los muchachos subió la escalera y vio colgada, ahorcada, a una persona, bajó asustado y cuando subimos no había nadie. Después nos enteramos que años atrás alguien se había ahorcado allí. En una casa de calle Urquiza, los muchachos habían dejado los bolsos delante y trabajaron en el techo, cuando bajaron, los bolsos estaban en el fondo de la casa. O también en Urquiza al 800, un capataz sintió que le tocaban el hombro y cuando se dio vuelta no había nadie. En esa casa habían fallecido dos personas, cómo que quedan los espíritus que se niegan a que tiremos la casa… Hay demoliciones en la que llegamos y la casa está pelada y nos ha pasado de ir a trabajar a una casa donde aún están los posillos de café sobre la mesa, la ropa en los roperos, o también nos pasó de cerrar un contrato, comenzar a demoler y de repente llegó la policía a parar todo porque un hermano se oponía y terminamos todos en la comisaría declarando. Nos vimos en medio de un conflicto familiar sin tener nada que ver. Hay situaciones raras, pero en general, no hay problemas. Alguna vez también encontramos dólares o cadenitas de oro. En mi caso trato de guardarme las cosas antiguas raras y las chapas con las numeraciones.