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Elemental, mi querido Sandro

Por Laura Hintze. Sandro Galasso es detective privado desde hace más de diez años. Lejos de la lupa de Holmes, usa una lapicera que saca fotos y filma, entre otros “chiches”. Y además trabaja en un libro sobre sus casos.

Sandro Galasso dice ser un “defensor de la víctima”. Y esa es una forma interesante de entender su profesión y oficio: ser un detective privado, con títulos y matrículas incluidos. También se define a partir de su referente, Hércules Poirot, el detective belga creado por la reconocida escritora inglesa Agatha Christie. “Lo admiro porque se maneja como yo. Trabajo mucho en el tema de investigar el instinto humano, aplico mucho la psicología experimental, que es donde uno hila muy fino para tratar de sacar un perfil”. Pero fuera de la ficción, la semana pasada, Galasso entró en la realidad siendo noticia: las pruebas que aportó para un caso de divorcio fueron aceptadas por la Justicia, un caso inédito para la trama judicial rosarina. A partir de ese momento, algunas curiosidades se despertaron. Ante todo, averiguar cómo son estos personajes tan idealizados, tan novelescos, pero que pueden estar en cualquier parte. En diálogo con El Ciudadano, Galasso cuenta su trabajo –en realidad, lo que puede de su trabajo– y da una idea de cómo es trabajar de detective privado.

Sandro es un apasionado de su trabajo, al que defiende con garra: “Investigar no es ningún delito. Es una actividad con marco legal, tengo matrícula y resolución ministerial”, dice. Tiene 41 años, aunque dice que le dan menos, y un currículum llamativo. Entre otras cosas, es experto en investigaciones privadas, especialista en sectas, técnico en autopsia psicológica; actor (afirma poder hacer cualquier papel), y también escritor. En 2008, escribió su primer libro, “Víctima o victimario”, y actualmente se encuentra trabajando en “Casos serios”, un libro “donde hay un popurrí de muchísimos casos míos, impactantes, y en los que hago opiniones al respecto”.

Destaca algunos casos interesantes, sobre crímenes y desapariciones: “En un día y medio encontré a un nenito que estaba desaparecido hacía un año y tres meses. Y adiviné qué fue lo que pasó en el caso Pomar quince días antes”, sostiene.

Pero ante todo, Sandro es un detective, parecido a los establecidos por el imaginario creado por tantas películas y libros en el tema. No usa sombrero de cazador de ciervos ni pipa, sí una camisa a cuadros rosa y blanca; tampoco tiene una lupa gigante, sino que aplica logística de moda: lapiceras que filman y fotografían, entre ellas. “Es tipo Parker, media gordita, si se apreta el pulsador una vez, saca una foto, dos veces, empieza a filmar”, explica. Y luego imita: “Te sentás en un bar, así, y mientras escribís tomas las pruebas”.

  —¿Cómo arrancó con su profesión? ¿Por qué eligió ser un detective privado?

—A los 17 años, cuando terminé la secundaria en Cañada de Gómez, donde nací, me trasladé a Buenos Aires con toda la expectativa de estudiar investigaciones privadas. Luego de unos años me diplomé y trabajé unos años en el campo porteño. En 1994 me instalé en Rosario, y fundé mi propia agencia de investigaciones y hasta el día de hoy estamos aquí. Cuando llegué a Rosario me encontré con que el mercado detectivesco era muy endeble, muy flojo, porque lo que ofrecían los pseudo-detectives de acá era algo que a la gente no le servía. Como informes en blanco, o ellos utilizaban identidad falsa con sus clientes. Y legalmente el detective debe tener nombre y apellido, el cliente tiene que saber quién sos. Por esa razón, innové en el tema de investigar. Doy mis informes por escrito, firmados y sellados para que tengan una validez jurídica. Cosa que nadie hace ni hacía en Rosario.

  —¿Por qué la gente consulta a un detective privado? 

—El 75 por ciento son asuntos de infidelidad. El otro 25 por ciento se reparte en asuntos de índole comercial o de índole civil, como paraderos, conducta juvenil, temas de sectas, yo soy experto en investigación de sectas. Y también en el ámbito criminológico trabajo como investigador de parte, siempre a favor de la víctima.

  —¿Cuántos clientes suele tener?

—Y, más o menos, semanalmente, puede haber cuatro o cinco clientes.

  —¿Y cuánto cuesta contratara un detective privado?

—Depende el caso. Cada investigación es un nuevo mundo, y en base a eso varía el honorario. Pero la investigación vale de 2 mil pesos para arriba. Hacemos investigaciones de una semana y media, dos.

  —¿Tiene familia? ¿Saben de qué trabaja?

—Tengo familia, sí, y están al tanto de todo. Incluso mis amigos, y en mi barrio prácticamente también. Lo que sí, manejo reserva total en lo relacionado al movimiento profesional.

 —En ese sentido, ¿ha tenido desafíos éticos?

—Naturalmente, lo sentimental siempre roza. Pero hay que dejar aclarado algo: la honestidad y la ética están ante todo. En este trabajo hay que ver dos cosas fundamentales. En primer lugar, ser operativo. Y en segundo lugar tener mucha honestidad. Las dos cosas tienen que ir aparejadas. Una sola no sirve, no sería un buen detective. Hay que ser tenaz, constante, ir siempre para adelante, en virtud de lograr lo que uno quiere perseguir.

  —¿Cómo protege su identidad?

—El hecho de no ser descubierto implica que uno realice ciertas artimañas, como cambiar la figura personal, acudir a técnicas de maquillaje, cambiar vestimentas en algún seguimiento, cambiar vehículo. De esta forma uno siempre se cubre.

  —¿Trabaja solo?

—No, tengo un grupito de ayudantes. Muy pocos.

  —¿Qué hacen ellos? ¿Cómo los eligió?

—Colaboran máxime en trabajos de seguimiento. Y están conmigo por su responsabilidad. Tienen que ser sumamente responsables, y cero mentira.

  —¿Qué es lo más difícil de ser detective?

—Cuando una investigación se torna complicada, es decir, cuando uno siente como que se hunde en un pozo de negrura. Eso es no encontrar la salida, y no encontrar la salida es no encontrar el final de la investigación. Yo siempre digo que cuando uno va investigando y tirando líneas investigativas, tiene que tener varios planes. Persevera y triunfarás. Hay que ser muy tenaz y muy osado.

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