Otro golpe certero y que se hizo sentir en los bicéfalos del mundo afecta, como otras veces en los últimos tiempos, a la economía internacional. Las bolsas de Europa y de Estados Unidos de Norteamérica se han desplomado en las últimas horas, cayendo 5 y 3,5 por ciento respectivamente. La otra nación que de a poco se perfila como la primera gran potencia, China, tampoco queda a resguardo. Y aunque si bien es cierto que su estructura política y económica sirve como suerte de escudo, esto no basta. Durante los primeros síntomas de la crisis (allá por el año 2008) el ministro responsable de la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma, Zhang Ping, reconoció que tanto la desaceleración del crecimiento económico como la contracción de la exportación, la débil demanda de inversión, las dificultades de la producción industrial y la caída de los beneficios empresariales e ingresos fiscales estaban afectando considerablemente la economía china en una dimensión que “no se esperaba”.
Es que el país asiático ha visto reducidas sus exportaciones en razón de la crisis global y habrá que ver hasta qué punto no reducirá sus importaciones y si esto no habrá de influir negativamente en muchos países del mundo, entre ellos el nuestro.
¿Crisis económica o política?
En Europa los bancos corren serios riesgos y son los mayores preocupados y afectados. A la hora de echar sobre la mesa los diagnósticos, muchos concuerdan que en realidad no se trata de una crisis económica, sino política. Los Estados miembros de la Unión Europea tienen una moneda en común (el Euro), pero diferencias políticas.
Lo mismo ocurre en Estados Unidos. Detrás del problema económico está el asunto político, signado por las diferencias entre republicanos y demócratas y en medio un Obama cuyos planes no son del agrado del sector conservador norteamericano, deseoso que en el próximo período otra figura se haga cargo de la Casa Blanca.
Lo cierto es que, después de todo, ni siquiera se trata de una crisis política, sino moral y ética, valores que en el mundo parecen ir apagándose poco a poco.
En este escenario cabe la pregunta: ¿La Argentina está a salvo? Las reservas, el precio de la soja y las ventajas de pertenecer a un país agro alimentario (ante un mundo necesitado de alimentos) hacen las veces de paraguas, pero hay quienes sostienen, y con razón, que pensar que la Argentina es una isla a la que no llegará el tsunami (es de esperar que con escasa fuerza, si es que llega) es una utopía. Los analistas internacionales que siguen de cerca las dificultades de Europa y Estados Unidos dicen que los países emergentes tienen condiciones favorables, excepto por algunas cuestiones que ensombrecen el escenario, entre ellas la inflación.
La medida adoptada por el gobierno en cuanto a reducir las importaciones, tendiente a que no entre al país más de lo que sale, equilibrar la balanza comercial y alentar la industria nacional y la inversión extranjera tiene, como toda medida, sus pro y sus contra, sus beneficios y sus costos.
Hace pocas horas se reunieron en Buenos Aires muchos concesionarios de BMW, preocupados por el impedimento de ingresar vehículos al país. No son los únicos preocupados, hay muchos más y detrás de ese empresariado importador hay, además de empresas multinacionales recelosas, trabajadores. ¿Pocos? ¿Es que a la hora de la desocupación importa el número, o el ser humano y su familia?
“Los únicos que tienen garantizados fenomenales negocios por exportaciones son unas cuatro grandes empresas en el país”, dijo un empresario a quien esto escribe hace pocas horas. “Y ellas son, dígase claramente, multinacionales vinculadas al agro”. Sobran las palabras. Y para no dejar de sembrar esas dudas que siempre revolotean el cielo argentino, el hombre añadió “¡Quién, fuera del mundo de las empresas y negocios, puede beneficiarse con esto!”. ¡Ah!
¿Puede aguardarse, como resultado del recorte de las importaciones, un auge de la industria nacional y la inversión en el país de empresas extranjeras? Puede que, en cuanto a lo primero, en algunos aspectos exista un crecimiento de las ganancias y un mejoramiento de la infraestructura, pero lo cierto es que una buena franja del empresariado argentino poco apostó, históricamente, al desarrollo de la calidad para competir con éxito con el producto fabricado en otros lugares del mundo. Y, por otro lado, ciertos temores y la eterna declamada ausencia de seguridad jurídica argentina, ha mostrado a capitales extranjeros reticentes a invertir en nuestro país (Brasil y Chile son los elegidos en esta región).
Y, para abundar un poco más, debe decirse que hay operadores económicos que piensan que luego de octubre, y logrado un contundente triunfo por parte del gobierno, habrá un giro más acentuado en la política económica. Estos sectores hablan de fantasmas tales como el Instituto Argentino de Promoción del Intercambio (Iapi), de la primera época de Perón, que concentraba en un ente estatal toda la comercialización agropecuaria nacional. Hay, por estas horas, quienes temen un Estado excesivamente intervencionista.
Para concluir, no puede menos que decirse que, si bien la economía argentina parece blindada, se han conocido los siguientes resultados en las últimas horas: en el segundo trimestre, entre abril y junio, se fugaron 2.966 millones de dólares de la economía nacional y, según fuentes privadas, durante el año 2011, la salida de capitales podría llegar a 23 mil millones de dólares. A ello se suma la devaluación del real, la moneda del principal socio argentino.
Como se escuchó decir de un observador. “la Argentina no es una isla”. Aunque es de esperar que, en todo caso, las olas del tsunami económico lleguen cansadas a estas costas.