Sólo la victoria de Ramón Mestre (h) en la intendencia de Córdoba y la performance que logró la UCR en Santa Fe, al triunfar en una interesante lista de municipios, logran por estos días animar el ambiente lúgubre que rodea a la conducción radical. Todas las estrategias que se armaron para esta ronda electoral terminaron fallando. De las provincias donde gobernaba la UCR, aunque fuera con la máscara del radicalismo K, sólo Corrientes, con Ricardo Colombi; y Santiago del Estero, con Gerardo Zamora, quedaron en pie.
El correntino tiene una alianza mayormente liderada por la UCR, con bastante contenido de ex PJ oficialista y del Partido Nuevo. Sin tener aún un resultado en Mendoza, donde se juegan una de las últimas chances del radicalismo de lograr una alegría, Colombi, que no fue a elección este año, es la única esperanza de la UCR para mostrar algún control territorial.
Aunque se mantenga firme frente a algunas pretensiones del kirchnerismo, Colombi, de todas formas, no es garantía de lealtad absoluta. De hecho, esta semana salió a aclarar que no quiere tener una relación de confrontación con el gobierno nacional.
De radical a Zamora le queda poco y nada; en Chaco la UCR perdió toda esperanza y en Jujuy la chance es que Gerardo Morales renueve la senaduría, perola Justiciacomplicó las expectativas que había para la intendencia de la capital provincial al vetar el desdoblamiento electoral.
La malaria radical se extiende también a Santa Cruz, donde Eduardo Costa, firme opositor a los Kirchner y un orgullo para la dirigencia radical, terminó cerrando un acuerdo que, de costado, apoya a Eduardo Duhalde en un frente donde firmaron Las 62 Organizaciones y que alimenta también un colectivo de socialistas, de la Coalición Cívica y algún duhaldista confundido.
El año empezó mal para la UCR: lo arrancó perdiendo Catamarca, que pasó de manos de Eduardo Brizuela del Moral, ex radical K que volvió parcialmente al radicalismo oficial para perder la gobernación a manos de Lucía Corpaci, que antes fue su vice enla Concertación.
Otro de los pecados que le hicieron pagar caro al radicalismo fue su política de alianzas en Neuquén, donde perdió la UCR incluso aliada al kirchnerismo. A Martín Farizano lo sacó de carrera el Movimiento Popular Neuquino.
Sin caer en el lugar común de comenzar a sospechar seriamente de la mala racha, en La Pampa el radicalismo estaba ilusionado. No era para menos: Juan Carlos Marino pintaba en buena posición para hacerle frente al peronista semirrebelde Carlos Verna en la carrera por la gobernación. Pero en el PJ nada es definitivo: Verna renunció en medio de un escándalo (controlado) con el gobierno y el gobernador Oscar Jorge se presentó entonces a la reelección y desarmó toda chance para el radicalismo.
En San Luis, el Comité Nacional ni siquiera le dio chance a la mala suerte: hubo pedido del radicalismo local para acordar con los Rodríguez Saá que fue rechazado in limine. Solos, quedaron condenados a la derrota.
De ahí que Mendoza sea hoy la última esperanza. Víctor Fayad no sólo calculó que la experiencia presidencial de Ricardo Alfonsín venía para alejarle votos, sino que quizás quiso alejar la mufa partidaria de su campaña: se subió al tren de Cristina de Kirchner, casi impúdicamente, y caminó tranquilo con casi un 60 por ciento de los votos. La candidatura de Roberto Iglesias a la gobernación no viene por ahora con tanto elogio al oficialismo, pero sí dinamitando puentes con Alfonsín. Tanto que el propio Iglesias pidió ayer no compartir boleta con el hijo del ex presidente dela Repúblicaen las elecciones de octubre.