Cualquiera sea la afinidad política o los intereses a los que adscribe cada medio de comunicación, lo cierto es que los buenos índices macro de crecimiento económico y mejoras sociales aparecen regularmente en las tapas de diarios, portadas de internet o publicaciones técnicas. Desde el gobierno nacional presentan estas series de cifras como el resultado de un nuevo “modelo” iniciado en 2003, y quienes aspiran a disputar la Casa Rosada el próximo periodo presidencial replican con la promesa de un igualmente impreciso “antimodelo”. Sin embargo, resta mucho por pensar alrededor de la propia construcción de esos números y del contenido de esas etiquetas. Abrir esa discusión en profundidad y con expertos en cada materia es la intención del libro presentado el pasado viernes en Rosario: Nuevos cimientos. Debates para honrar el Bicentenario. El merito inicial corresponde al ingeniero Enrique Martínez, presidente del Instituto de Tecnología Industrial (Inti), quien a partir de textos disparadores publicados en el matutino Página 12 a los que siguieron foros de discusión virtuales y presenciales, consiguió reunir el abundante material en un texto “colectivo” al que aportaron mas de 70 especialistas, entre ellos el rosarino Pablo Bertinat, director del Observatorio de Energía de la Universidad Tecnológica Nacional e integrante del Taller
Cómo se mide el progreso en economía, si la producción debe ser sólo un negocio o en cambio las rentas empresarias deben estar en función de los servicios que el sector presta a la sociedad son dos de los ejes que aborda la obra. También propone el debate sobre la necesidad y la forma de construir un tejido industrial en las regiones empobrecidas del país. Otro de los capítulos desata la discusión en torno a estrategias de promoción del desarrollo centradas en la satisfacción de las necesidades básicas y no en los consumos superfluos. El siguiente capítulo pone en entredicho los cambios tecnológicos, con foco en el modelo de siembra directa y cultivos transgénicos hoy hegemónico. Y por último, abre el debate sobre la gestión del conocimiento productivo. Estos son los seis grandes desafíos de pensamiento instalados en el libro.
“Es un texto de autor colectivo, porque tiene más de 70 contribuciones”, aclara Martínez, y apunta la raíz del proyecto: “Hay muchas cosas que cuestionarse y repensar. Empezando por la definición misma de progreso, qué significa medir que se está mejor. A eso se dedica el primer capítulo. El progreso no está asociado sólo a la mayor disponibilidad de bienes materiales, sino a medir de verdad su distribución, lo que lleva a registrar bien la pobreza y a garantizar que las actividades productivas no afectan al medio ambiente de una manera que cuestione la disponibilidad de esos bienes para las generaciones futuras. Después aparece la necesidad de discutir qué tipo de empresario va a llevar esos emprendimientos adelante, o cómo se desarrollan las regiones más postergadas de la Argentina, o cómo se consigue que los sectores más humildes produzcan una parte importante de lo que consumen, para completar el libro con una discusión acerca de qué Estado se necesita para administrar esa nueva mirada”. Ambiciosa y necesaria propuesta. Pero el presidente del Inti desactiva ansiedades: “Nadie puede acceder al libro esperando encontrar todas las respuestas. Probablemente abunden más las preguntas. Pero al menos hacemos el esfuerzo por dejar sentado que hay que repensar cosas básicas de la sociedad”.
Dinero y porcentajes. Esto es lo que arrojan los indicadores económicos y sociales habituales. Pero Martínez apunta a cuestionar estas cifras. Y propone reelaborarlas para que, además de construir promedios o medir en dólares, describan realidades concretas que sirvan para diseñar el camino hacia un país más equitativo y justo donde se premie el esfuerzo empresario por el bien común y no el “éxito” cifrado en ganancias monetarias. “Sumándonos a otros cuestionamientos de todo el mundo, el libro hace una crítica a la asociación entre producto bruto y bienestar. Empezando porque el producto bruto se define mal, considera generación de riqueza a todo aquello que se mide en dinero cuando hay una cantidad de actividades no remuneradas que debieran ser tenidas en cuenta. Pero además porque no tiene en cuenta la distribución de la riqueza. Hay que medir la pobreza de manera mucho más cuidadosa, e incluso evitar la tentación de limitarse a medir porcentajes, hay que medir valores absolutos, objetivos, cantidades concretas de pobres”, señala Martínez. Y refuerza la preocupación por la sustentabilidad de cualquier estrategia que se elabore: “Finalmente, hay que medir el efecto sobre el ecosistema de la actividad humana. Hemos elegido promover la medición de la huella ecológica y compararla con la capacidad biológica del sistema, cosa que no se hace en la Argentina de hoy. Para eso desde el Inti hemos creado un grupo que seguiremos capacitando en el exterior. Ya se están haciendo algunas experiencias en Salta y en la propia Santa Fe”. Se trata, resume el ingeniero, de “instalar nuevas mediciones del bienestar”.
Y acá también ponen en entredicho, el ingeniero y el libro, el papel del empresario: “Invertimos el planteo clásico. El mejor empresario no es el que más dinero gana sino el que más necesidades comunitarias satisface, y a consecuencia de ello es retribuido por una rentabilidad que debería ser consecuencia del servicio social que cumple. Parece utópico, pero si estamos definiendo las condiciones de supervivencia de la sociedad es necesario empezar a razonar de esa manera”. Un debate de larga data, irresuelto en la Argentina, respecto de la construcción de una burguesía nacional que, además, trascienda reivindicaciones corporativas: “Un empresario tiene que hacerse cargo de un liderazgo social, porque de lo contrario no se justifica la parte de la torta que se lleva”.
Cómo, quiénes y para qué
“El conocimiento hasta hoy ha sido un componente en muchos casos casi decorativo de la teoría del desarrollo. Creemos que es imprescindible, y entonces no debe estar solo sobre la responsabilidad de los investigadores o los científicos avanzar en el tema, debe convertirse en una responsabilidad pública, del Estado, y allí aparece el problema de la gestión del conocimiento productivo, que hasta el momento, incluso ahora, no termina de asumir pese al gran salto que significa tener un Ministerio de Ciencia y Técnica, porque falta construir una teoría de cómo se vincula la especificidad técnica con las tareas ejecutivas en los demás planes. Tenemos la paradoja de tener un área así, una medida inteligente, pero sus vínculos con las históricas carteras de Agricultura, Planificación o Industria son aún laterales”, explica Martínez. Y en ese contexto apunta sobre las casa de altos estudios. “Las universidades fueron incentivadas en la década del 90 a prestar servicios a la comunidad, pero de la peor manera, como condición de supervivencia, para generarse recursos económicos. Es de lo más perverso, las universidades tienen que vincularse con el medio productivo y social en términos sociales y no económicos, como factores de provocación, de liderazgo, de estímulo”, sostuvo.