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Ellas hablando de sí mismas

En su último y curioso libro, “Historia de las palabras”, el periodista, escritor e investigador porteño Daniel Balmaceda bucea en la vida, desarrollo e incluso en la muerte de numerosos vocablos.

Por Rubén Alejandro Fraga

Infinidad de palabras han sido usadas por el hombre a lo largo de los tiempos, primero de manera oral y luego escrita, para narrar la historia de los hechos y personajes de la humanidad. Pero esta vez, en un libro de reciente aparición, son las palabras las que nos hablan de ellas mismas, de sus nacimientos y sus muertes, de sus propias historias, trágicas, románticas y felices; de sus cambios, sus progresos y sus errores. Así sucede en Historia de las palabras, el libro del periodista, escritor e investigador porteño Daniel Balmaceda, donde cada palabra tiene su origen en una anécdota que sorprende por simple y, a veces, desopilante.

En un apasionante recorrido a través de épocas y lugares de los más diversos, se explica, por ejemplo, que armario era el mueble donde se guardaban las armas, se llamó soldado a aquel que recibía un sueldo por pelear, el desayuno es salir del ayuno, o que Europa surgió de las palabras griegas eurus (ancho) y ops (cara).

También se repasan las historias de aquellos productos que llevan el nombre de su inventor, como la popular máquina de afeitar ideada por el norteamericano King Camp Gillette, los envases para alimentos del estadounidense Earl Silas Tupper, o el caso del mecánico italiano Cándido Jacuzzi, quien adaptó su bañera con motores para el tratamiento médico de su hijo.

Además, se aclara que el médico francés Joseph Ignace Guillotin no fue el inventor de la guillotina y tampoco murió decapitado, como suele afirmarse, sino a causa del ántrax; se cuenta la historia del capitán inglés retirado Charles Cunningham Boycott, quien fue castigado por sus vecinos con una acción que derivó en la palabra boicot; o el surgimiento del verbo linchar, a partir del deseo de hacer justicia por mano propia que tuvo el estadounidense William Lynch ante el azote de bandas de ladrones en la localidad de Virginia en 1780.

Balmaceda es columnista de historia argentina en diversos medios radiales del país y publicó, entre otros libros, Espadas y corazones, Oro y espadas, Romances turbulentos de la historia, Historias insólitas de la historia, Historias de corceles y de acero y Biografía no autorizada de 1910. Pero en este último, según confiesa, tuvo la suerte de poder reunir dos de sus pasiones: la historia y las palabras. El autor, que es miembro titular y vitalicio de la Asociación Argentina de Historiadores y fue editor, entre otras, de las revistas Noticias, El Gráfico y Newsweek, dio detalles de su más reciente libro.

–¿Por qué, a diferencia de tus otros libros que giran en torno a personajes o sucesos, decidiste que esta vez las protagonistas sean las palabras?

–Hay que tener en cuenta que, por lo general, los que comunicamos o difundimos en forma profesional a través de cualquier tipo de medios tenemos un contacto muy cotidiano con las palabras. Sabemos del valor de una palabra, de la sustancial diferencia entre un sinónimo y otro. A veces uno se da cuenta que una palabra encaja mejor que otra, aunque sean muy parecidas. Lo que pretendí fue justamente eso: dedicarme a presentar las palabras con sus historias, que a veces son tan interesantes como las de algunas personas.

–Es oportuno aclarar que no se trata de un libro de etimologías…

–No, sin dudas. No se trata de un libro de etimologías porque no busca precisamente las raíces latinas, griegas, que pudieran tener sino que trata de comprender por qué ese término terminó definiendo a algo. Para dar un ejemplo más concreto, no estoy tratando de averiguar si la palabra secretaria viene del latín o del griego, sino explicar que secretario era el depositario de los secretos del rey, y por eso se le llamaba secretario, porque guardaba todos los secretos del rey, era su persona de confianza.

–¿Cómo nació la idea de este libro?

–Hace muchos años enviaba notas a la revista Idiomanía, que se dedicaba a distintos aspectos de todos los idiomas. Desde aquel tiempo me viene el gusto por los análisis de los vocabularios y decidí que era tiempo de compartirlo. Supongo que hay mucha gente que puede llegar a sentirse identificada con el origen de las palabras.

–Una vez señalaste en una entrevista: “La historia que nos enseñaron es un embole”. ¿Es justamente por eso que tus libros son de lectura ágil y tienen una buena dosis de humor?

–Recuerdo la frase y está bien empleada. El concepto quedó atrapado en esa oración. Pero lo que pretendía significar era que justamente no atraía el estudio de fechas y de hechos que generalmente quedan aislados, cuando en realidad la historia tiene una vida y un devenir constante. La historia tiene muchos más atractivos de los que solemos ver cuando la estudiamos a velocidad sideral, cuando la estudiamos a los apurones en el colegio.

–Este libro consta de 69 capítulos breves (incluyendo dos bonus track) ¿Qué criterio utilizaste para estructurarlo?, porque debés haber tenido múltiples posibilidades

–Sí, es tal cual, porque en realidad este tipo de libro no empieza a escribirse por el capítulo 1 y termina en el 69, sino que se va escribiendo y quedan como partes de un rompecabezas. Y después hay que buscar con criterio la forma de encadenarlas para que queden bien. Y eso es un trabajo que va más allá de la escritura, es casi un trabajo de edición, en donde inclusive se desecharon capítulos. Por eso hubo casos de historias que han quedado afuera porque me parecía que no encajaban en el conjunto. Entonces se guardarán para que en otra oportunidad se puedan seguir desarrollando.

–¿Cuánto tiempo te llevó terminarlo?

–Calculo que poco menos de dos años, teniendo en cuenta que al releer las notas que había escrito 20 años atrás me di cuenta que prácticamente en cuanto a la redacción o al estilo había poco para rescatar, cuando pensé que no era así. Por lo tanto, consideré que tenía parte del trabajo hecho y no fue así, porque pasó el tiempo, evolucionó la escritura o cambió el estilo. Es decir que de lo que había publicado en Idiomanía aproveché los conceptos más que los textos.

–Para llevarlo a lo que en la introducción señalás como esa “sinfonía” que debe ser un texto bien escrito…

–Claro, porque cuando uno reúne un grupo de palabras se debería sentir la música en la mente al leerla. Cuando corrijo mis textos es muy probable que esté atento a sentirme cómodo navegando en la lectura y no que me esté chocando con frases o palabras que distorsionan el resto del texto.

–Muchas veces no resulta sencillo conocer cuál es el verdadero origen de una palabra, ya que se le atribuyen varios. ¿Cómo procediste en esos casos?

–Bueno, allí hay distintas alternativas. Cuando una palabra llega a tener dos o tres orígenes y no se ponen de acuerdo los filólogos, hay que revisar más porque seguramente uno puede encontrar una solución. Hay historias que son maravillosas para las palabras, pero cuando uno empieza a cotejar se da cuenta que por una cuestión temporal, no tiene sentido, entonces comienzan a caerse esas posibilidades. En general, lo que hay que hacer es tratar de llegar lo más cerca posible del origen de la palabra, tratando de investigar su uso en los textos más antiguos para poder cotejar cuál de las versiones que circula es la adecuada.

–En la introducción del libro señalás que en este volumen convocás a las palabras para que hablen ellas mismas, de sus historias trágicas, románticas y felices; ¿Qué historia rescatarías entre todas ellas?

–Probablemente una de las historias que más me atrae por los grandes cambios sufridos a través de los años es la del camuflaje, que empezó siendo un sistema de robo en Roma utilizando humo y terminó siendo un uniforme utilizado por los franceses en la guerra. Y en el medio sufrió grandes cambios. Es una historia bastante extensa y donde la palabra se va adaptando a distintas situaciones.

–Si tuvieras que elegir una entre todas las palabras que figuran en tu libro, ¿cuál sería y por qué?

–A mí la palabra que más me atrae de  las que estuve trabajando para este libro es “sinceridad”. Porque cuando uno quita la miel del panal y la tamiza para quitarle la cera, esa miel queda pura, de esa miel “sin cera” viene la palabra sinceridad, que es lo puro.

–¿Te imaginás dentro de 20 ó 30 años escribiendo un libro sobre las palabras que están naciendo hoy a partir del uso de las nuevas tecnologías?

–Seguramente este lenguaje va a quedar muy sepultado en algunos casos, porque siempre en la evolución de la lengua todos los días nacen y mueren palabras. Por lo tanto, seguramente muchas de las palabras que utilizamos en forma cotidiana y con mucha familiaridad (y hablo de las vinculadas a todos estos aspectos tecnológicos, palabras que nuestros abuelos no conocieron) van a quedar en el camino, algunas van a sobrevivir y otras se van a transformar. Va a ser muy interesante ver dentro de muchos años cómo aquellos términos o vocablos que significaban algo para nosotros evolucionaron o derivaron en otra cuestión que para nosotros hoy es impensada y hasta ridícula.

–En una ciudad tan futbolera como Rosario no puedo dejar de preguntarte por el origen de las palabras hincha e hinchada…

–La palabra hincha nació en Uruguay y refería a un talabartero de profesión que, a comienzos del siglo XX, había sido contratado por el club Nacional de Fútbol de Montevideo para las tareas que hoy realizan los utileros. Entre otras cosas, ese personaje era el encargado de inflar con aire (hinchar) las pelotas de juego y por eso lo llamaban el hinchador. Este señor, cuyo nombre era Prudencio Miguel Reyes, también alentaba al equipo “bolso” (llamado así por el bolsillo en el que estaban sus siglas y que caracterizaba a su camiseta). Estamos hablando de comienzos del siglo XX cuando las tribunas estaban colmadas de ingleses y el fútbol no tenía la popularidad que después tuvo. Que alguien gritara para alentar era una rareza, ya que se alentaba con un aplauso, o una felicitación en voz alta, pero no el aliento constante como el que caracterizaba a este hombre, que tenía un vozarrón que no pasaba desapercibido. De este famoso hinchador derivó la palabra hincha y luego la palabra hinchada.

–Cuando se termina tu libro quedan ganas de leer más sobre el tema. ¿Se viene “Historia de las palabras 2”?

–Es probable. Necesita mucho trabajo, si bien tengo mucha investigación avanzada, necesita un trabajo. En realidad nunca me había planteado hacer una segunda parte de Historia de las palabras, pero tengo que reconocer que los comentarios que recibo, las felicitaciones, son algo muy llamativo. Inclusive la sorpresa al descubrir que muchas personas no habituadas a la lectura se entusiasman con este libro. Ellos me contagiaron para continuar difundiendo o compartiendo los orígenes de nuevas palabras. Así que sin dudas habrá una segunda parte.

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