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Un recorrido intenso por la literatura de los años 90

Por Leticia Pogoriles.- El escritor y director de cine Martín Rejtman escribió “Velcro y yo” en 1996. El material, ahora con su reedición, promete rescatar el humor abrasivo en situaciones constantes de encuentros efímeros.

La reedición del libro de cuentos Velcro y yo, que el cineasta y escritor Martín Rejtman escribió en 1996, es una batería de relatos que parodian el costumbrismo de ese momento con la pulsión a cuestas del humor abrasivo en situaciones constantes de encuentros efímeros.

“Es muy probable –dice a Télam Rejtman– que los cuentos sean una radiografía del momento, pero nunca fueron escritos con esa intención, ni tampoco la de manifestar una ideología o postura. Confío que el material mismo va a decir lo que tiene que decir, sin necesidad que yo se lo imponga”.

Sin intenciones o imposturas, ni siquiera con estructuras metodológicas a la hora de escribir, Rejtman –autor también de los libros Rapado y Literatura y otros cuentos – se deja llevar por la búsqueda de historias cáusticas (absurdas, incluso) para dar forma narrativa a un compendio de seis cuentos hilvanados por la singular voz de un narrador, subjetivo y objetivo a la vez.

“Es una voz personal, pero al mismo tiempo es externa. En Velcro y yo esa primera persona mantiene una distancia con las cosas, se ve el mismo protagonista a sí mismo pero desde el exterior; es esa combinación entre objetividad y subjetividad”, explica Rejtman (Buenos Aires, 1961), que confiesa no haber releído este libro aún.

Con un lenguaje contundente, sin florismos y despojado de adornos y palabreríos, Velcro y yo –que en su momento fue tomada como una narrativa “riesgosa” con un “carácter eminentemente político”– toma en los relatos la impronta de una época, con detalles, situaciones y discursos casi sombríos y hasta con pasajes crueles que dicen más de lo que cuentan.

Grandes supermercados que ofrecen complicados concursos, encuentros casuales que reptan entre cigarrillos y comida chatarra, convivencias livianas sobre rollers, soledades naturalizadas, poco sexo y mucho gym, son algunos de los elementos con los que trabajó el autor allá por los noventa, y que aún hoy el paso del tiempo no le hacen mella al texto.

Con oraciones cortas y precisas y un costumbrismo extravagante, los relatos “Velcro y yo”, “El pasado”, “Barras”, “Quince cigarrillos”, “Mi estado físico” y “Los argentinos” que componen este volumen se destacan por la capacidad de su protagonista para adaptarse a cruces continuos con personajes diferentes, que irremediablemente cambiarán el curso de cada historia.

De hecho, así lo explica su autor: “Esto le da mucho impulso a la historia para que el protagonista se deje llevar. Como no es autorreflexivo, cada vez que viene un viento se lo lleva. Sin embargo, al desaparecer ese personaje nuevo se retoma la conciencia del protagonista que vuelve a tener su peso inicial”.

Distintos objetos, lugares y hasta tipos de personas mutan de cuento en cuento, pero persisten en la atmósfera creada en estas páginas que comunican pequeñas escenas cotidianas, costumbres, patologías y absurdas situaciones urbanas.

Fanático de los clásicos de la británica Jane Austen, este cineasta –que en los noventa irrumpió con las películas Rapado (1991) y Silvia Prieto (1993)– apela en su narrativa a lo mismo con lo que goza en sus lecturas: el vértigo de no saber hacia dónde va la trama.

“Encuentro que empiezan a escribir y generan una especie de vértigo. No sabés si van a poder llevar adelante todo lo que están planteándose, están avanzando y finalmente lo resuelven de una manera genial. Eso me asombra mucho”, enfatiza este hombre que está trabajando en un nuevo libro de tres relatos largos, a editarse en 2012.

El entramado cotidiano con toques inverosímiles de Velcro y yo, reeditado por Random House Mondadori, interpela directamente al lector para repensar –casi como hachazos secos que cortan sin aviso– las propias pulsiones.

El mismo Rejtman –un ateo acérrimo de las críticas pasajeras y los comentarios fugaces en la prensa– piensa que de la creación de “esta estructura poética” pueden surgir en los lectores “otras improntas” que completen el verdadero universo que construyó con este libro.

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