La imagen de Lucas Bernardi golpeando reiteradamente el piso de la cancha de Unión fue impactante. Cabal, honesta, íntegra. La que puede entregar un hombre en medio de una lucha desigual por lo que pretende. Y sin intentar darle a un partido de fútbol un título épico, lo de Bernardi fue conmovedor.
No interesa si fue penal, o no. Si pasó por un intento loco de atacar con cuatro hombres cuando quedaban ocho. Lucas estaba en la posición del ‘tres’, hizo lo que pudo y se quedó peleando con su alma. Nada de ‘encanar’ a un compañero, nada de protestarle al árbitro una decisión tomada, que por otra parte fue correcta.
Sin excusas, a corazón abierto. Jugando para su equipo, para él y para su gente. A la que, innecesariamente, le pidió perdón en el vestuario. No es su culpa la campaña, hay responsables directos y son los que armaron un plantel tan pobre. Pero eso pasa por otro camino.
Un par de sujetos despreciables, de los muchos que pretenden vivir del fútbol sin que nadie los quiera, aunque suelen ser funcionales a los poderes de turno, trataron de intimidarlo con un atentado a un negocio de la familia. Que no se interprete mal lo sucedido.
Bernardi no necesita que nadie le diga lo que tiene que hacer, volvió a Newell’s cuando quiso y se irá cuando quiera. Pero antes dejará la vida por la camiseta. El resultado es una consecuencia del juego, la entrega, la honorabilidad y la valentía que no se negocian jamás. No debe pedir disculpas ante los resultados que no se dan, debe cumplir con lo suyo. Ser un ejemplo que los jóvenes deben ver.