“Yo, Juan de Garay, capitán y justicia mayor en esta conquista y población del Paraná y Río dela Plata, digo que en el nombre de la santísima Trinidad y dela Virgen SantaMaría y de la universidad de todos los Santos y en nombre de la real majestad del rey Don Felipe… fundo y asiento y nombro esta ciudad de Santa Fe… ”.
Era el 15 de noviembre de 1573 y el lugar, que había sido elegido por Garay algunas semanas antes sobre el río San Javier, sería conocido con el tiempo como Cayastá. Así comenzó su existencia la ciudad (a la que posteriormente se añadiría “dela Vera Cruz”) estratégicamente ubicada en el cruce de las incipientes rutas.
La ciudad, sumada a la comarca circundante y la idiosincrasia de su gente derivaría, como otras, también en provincia.
Del centro hacia afuera
Garay no fue el primer europeo en establecerse en nuestro actual territorio provincial, puesto que Sebastián Gaboto ya había dispuesto en 1527 la construcción del fuerte Sancti Spiritus en la desembocadura del Carcarañá, pero la suya fue más una expedición para explorar un territorio que a comienzos de ese siglo era completamente desconocido, con pocas chances de constituir un asentamiento permanente. En cambio Garay juntó voluntarios en Asunción del Paraguay para venir a fundar una ciudad y con la intención de que esos pobladores se quedaran en ella. Para los españoles de entonces, que traían sus instituciones políticas y jurídicas, había una gran diferencia entre un mero asentamiento de personas, y una ciudad.
Lo que fue peculiar y característico de esta empresa fue el hecho de que a diferencia de lo que muchos pueden suponer, Santa Fe fue fundada no por españoles, a excepción del propio fundador que era nacido en España pero moriría aquí, sino por criollos. Y para más datos, esos criollos que constituyeron nuestro primer núcleo poblacional, no provenían de río abajo, sino de río arriba, de la ciudad de Asunción, entonces capital dela Gobernacióny actual dela Repúblicadel Paraguay. No es erróneo afirmar, entonces, que Santa Fe, y lo mismo sucedería algunos años después con Buenos Aires, fue fundada por paraguayos.
El dato no es menor, porque demuestra que una de las características respecto de la política poblacional de España era que se procuraría ir “desde el centro del continente hacia la periferia”, vale decir, que en primer lugar se intentó poblar el interior, por ejemplo, en lo que refiere a la cuenca del Río dela Plata, primero fueron fundadas Asunción, Santiago del Estero, Córdoba y Santa Fe, y por último los puertos, como Buenos Aires y Montevideo. Y en estos últimos casos, puede decirse que obedeció más a asegurar que los portugueses no se apropiaran de la boca del estuario que por motivos mercantiles.
Lo dicho permite establecer una de entre muchas diferencias en el modo de poblar que tuvieron, por caso, España e Inglaterra, siendo característico de la ocupación de ésta última en sus diversas colonias que los súbditos del rey vivían en puertos, precisamente para favorecer la extracción y embarque de las materias primas, pero el inmenso territorio interior norteamericano no se intentó poblar sino hasta varios siglos después de la llegada de los ingleses.
Otra cosa que cabe precisar es que a fines del siglo XVI, cuando se fundaron las primeras ciudades argentinas, ya se había disipado la leyenda de “El Dorado”, esto es, la ilusión de encontrar oro y plata en abundancia, hallazgo que sí tuvo lugar en México y el Alto Perú, pero no hacia el sur, donde había grandes extensiones casi deshabitadas. Por tanto, debe descartarse que la fundación de ciudades como la de Santa Fe, en 1573, obedeciera exclusivamente a la avidez de ganancia rápida por explotación de minerales preciosos, riquezas que hacia fines del siglo XVI se sabía inexistentes al menos en estas latitudes. De hecho, nuestras ciudades afrontaron penurias y privaciones por ser pobres y hasta que, recién a mediados del siglo XVIII, se explotó la riqueza pecuaria a una escala apropiada.
Es posible que ese dato explique también las dificultades que tuvo que sortear Juan de Garay para conseguir que “ochenta mancebos de la tierra”, como se llamaba por entonces a los nacidos en América hijos de españoles y guaraníes, lo acompañaran en la empresa. En efecto, de los primeros 87 pobladores santafesinos, 80 eran mestizos nacidos en Asunción.
Semilla de autonomía
El mismo día de la fundación de la ciudad, Garay constituyó el primer cabildo, jurando sus primeros funcionarios. Y mandó colocar en la plaza central el famoso palo de rollo, símbolo de la sujeción de todos a la justicia.
El cabildo era lo que permitía diferenciar un mero asentamiento humano de una ciudad. Era intrascendente que la población fuera escasa, como en Santa Fe, o numerosa como en Lima oLa Habana, pero el cabildo confería jerarquía de ciudad que como tal poseería ciertos fueros que ni el mismísimo rey podría ignorar en adelante. Y los reyes españoles eran muy respetuosos de los fueros locales porque con ese sistema se había logrado la reconquista de la península a manos de los moros. Ese respeto por el localismo tan típicamente hispánico habría de cambiar para siempre cuando en 1713 los borbones llegaron al trono, para quedarse.
Por otra parte, para integrar el cabildo en sus diversas funciones era necesario ser vecino y no cualquier habitante era reconocido como vecino. Era menester, dependiendo de los casos y las épocas, acreditar cierto arraigo con el lugar, es decir, el vecino no era un ocasional visitante sino alguien que había formado familia y a quien interesaba el destino común de la ciudad y su región y, por tal arraigo con el lugar, no haría cualquier cosa en la función pública.
Aquel lejano 15 de noviembre comenzó la aventura de unos pocos criollos provenientes de Asunción del Paraguay que forjarían el destino de lo que con el tiempo sería nuestra “Invencible Provincia de Santa Fe”.
Abogado, docente de la Cátedra de Historia Constitucional Argentina en la Facultad de Derecho de la UNR.