Distintas perspectivas que contemplan los nuevos escenarios impuestos por el retorno a la política, la expansión tecnológica y los cambios en el mercado laboral confluyen en Sentido de pertenencia en sociedades fragmentadas, un ensayo colectivo que Martín Hopenhayn define como “un desafío a repensar la cohesión social bajo las nuevas dinámicas latinoamericanas de desarrollo”. Dos interrogantes fundamentales –¿Cómo se construye y se recrea el sentido de pertenencia? y ¿cómo afecta a los múltiples actores y ámbitos sociales transformados a su vez por los procesos de modernización y globalización?– articulan distintas miradas que ponen en diálogo los textos escritos por Hopenhayn –coordinador del trabajo–, Giacomo Marramao, Benjamín Arditi, Jesús Martín Barbero, Ana Sojo, Jane Jaquette y Roberto Gargarella, entre otros.
Sentido de pertenencia en sociedades fragmentadas, publicado por Siglo XXI, se presenta como un mosaico polifónico que examina fenómenos bien contemporáneos como el posliberalismo, el reencantamiento de la política, la posibilidad de interlocución masiva que ofrecen hoy las redes sociales y la irrupción de una “lógica de la diferencia” que les permite a las sociedades reconocer la pluralidad y prevenir la fragmentación. “Desde 2002 la pobreza se ha reducido en América latina del 44 al 32 por ciento y por primera vez en cuarenta años mejoró la distribución del ingreso, aunque al mismo tiempo se percibe en la región una mayor complejidad política por los conflictos con las poblaciones indígenas, la cuestión de género y la menor cantidad de empleos para los jóvenes”, adelanta Hopenhayn, director de la división de desarrollo social dela Comisión Económicapara América Latina y el Caribe (Cepal), en entrevista con Télam.
—A la luz de las nuevas configuraciones sociales impuestas por la globalización y la expansión tecnológica, ¿qué elementos determinan hoy el sentimiento de pertenencia a una sociedad?
—El sentido de pertenencia determina en qué medida la gente que tiene empleo estable, acceso a la educación y a la seguridad social se siente reconocida por la sociedad y está dispuesta a participar de espacios donde se toman decisiones más allá de sus familias. El aumento en los índices de desempleo, el impacto de una crisis económica y la inflación, por ejemplo, son signos claves en el termómetro del sentido de pertenencia. Hoy vemos que están cambiando algunas de esas variables que antes eran indiscutidas para evaluar este sentimiento. Uno de los cambios más significativos se ha producido en el mundo del trabajo, que a partir de fenómenos como la precarización, el aumento de las brechas salariales o el debilitamiento de los sindicatos ya no funciona como el referente a partir del cual una persona se siente integrada a una sociedad. Otro elemento que obliga a repensar el sentido de pertenencia son las redes en las nuevas tecnologías. Actualmente, acceden a las nuevas tecnologías no sólo como receptores sino también como emisores de mensajes a través de dispositivos como el Facebook o el Twitter.
—¿De qué manera se incorporan a América latina los debates sobre el rol del Estado?
—Creo que es fundamental incorporar especialmente el debate en torno a la crisis del Estado de bienestar, dado que en los últimos cincuenta años ha sido el principal referente de sentido de pertenencia colectiva. Las sociedades europeas se han movido en torno a la idea de una población que se siente protegida por la idea de un Estado que se encarga de redistribuir recursos con redes incluyentes de protección social. Hoy en día a los principales gobiernos europeos les cuesta sostener el Estado de bienestar y hay un proceso de envejecimiento de la población. Para los latinoamericanos es importante observar este escenario que de alguna manera puede leerse como probable futuro nuestro.
—Hoy asistimos a la aparición de los “indignados” ¿Cree que a largo plazo esto tendrá correlato en una política más inclusiva?
—La sociedad civil global empezó a organizarse reticularmente hace unos diez años en el marco de los foros mundiales realizados en Porto Alegre y luego en India. Fruto de ese proceso son los movimientos de indignados surgidos en España y que han tenido réplicas en otros países. Estos grupos cuestionan, no de manera explícita, la “impunidad” del poder financiero para seguir trazando la agenda pública y denuncian que nada se ha modificado a pesar de la feroz crisis de paradigma que se dio en 2008. Por otro lado están los movimientos del norte de África, que a través de movilizaciones encabezadas básicamente por jóvenes y con poco liderazgo, voltearon tres o cuatro gobiernos a lo largo de un año. Finalmente están los movimientos estudiantiles como el chileno, con una capacidad increíble para cuestionar un modelo de educación que fue instalado hace 35 años y se ha mantenido incólumne. Estas iniciativas demuestran que la sociedad civil puede organizarse para cuestionar elementos propios del sistema dominante: la primacía del capital financiero, un mundo poco sustentable en términos ambientales y ecológicos por los patrones de producción y consumo, la primacía de la racionalidad económica por sobre el bienestar de la gente y la falta de espacio para modelos alternativos de desarrollo.