No fue un clásico normal. Tampoco fue uno más. El 23 de noviembre de 1997 quedó grabado en la retina de todos los amantes del fútbol rosarino. Algunos lo disfrutan hasta el día de hoy; otros se lo quieren borrar de la mente.
De por sí un Central-Newell’s genera nerviosismo, ansiedad y de haber un ganador siempre quedan heridas.
Pero esa calurosa tarde de noviembre fue más que noventa minutos. En realidad no se llegaron a jugar los noventa. Y en esa oportunidad no fue por la violencia en las tribunas o por incidentes en los alrededores: fue por inferioridad numérica dela Lepra.
La previa de la fecha 14ª pintaba rara, algo se percibía en el ambiente. El Canalla llegaba mejor parado con 23 puntos y un par de buenas victorias ante Racing y River. En la fecha 13 había empatado con Platense 0-0 y en el último encuentro en el Gigante había caído 0-3 con Boca.
En tanto, Newell’s estaba hundido en el fondo de la tabla con 9 puntos y con varias goleadas en contra (5-0 ante Vélez, 4-2 ante Lanús).
Esa diferencia en la tabla se evidenció rápidamente en el campo. A los dos minutos el uruguayo Rubén Fernando Da Silva aprovechó el estatismo de Ricardo Rocha y Sergio Goycochea y desató el delirio de la canallada.
Pero el juego recién empezaba y ni el más optimista de los de Arroyito podía imaginar la película que estaban a punto de presenciar. Claro que del otro lado, ni el más pesimista de los rojinegros se imaginó que viviría una tarde tan negra.
Los jugadores de Central tocaban, se floreaban con la pelota al pie, mientras que Newell’s corría detrás de ellos sin poder detenerlos y cuando lo hacía era con infracción.
Así, cuando Eduardo Coudet sacó un zapatazo desde afuera del área que se clavó como un puñal en el arco de Goycochea para poner el 2-0 se terminó todo. O empezó, mejor dicho.
Es que Newell’s no soportó semejante diferencia futbolística y los jugadores más experimentados, lejos de dar el ejemplo y tratar de remontar el juego, se dejaron llevar y dejaron a su equipo con nueve ya que en tres minutos Mario Dalla Líbera y Julio Zamora vieron la roja. En la misma jugada que el Negro también se fue expulsado Da Silva.
Antes de finalizar el primer tiempo y como si el castigo no hubiese sido suficiente para los de Zanabria, Marcelo Carrecedo puso el 3-0.
Nunca se sabrá qué pasó en los vestuarios en ese entretiempo. Qué habrá dicho Russo, pero sobre todo qué habrá analizado Zanabria, que tenía que rearmar el equipo con nueve y 0-3. Pocas veces en la historia se vio y se volverán a ver las ventajas defensivas que un equipo, en este caso Newell’s, dio en un clásico.
Con todo servido había que ver cuánta ventaja sacaba Central de allí al final. Pero no hubo final. Es que a los 13 minutos Saldaña, otro de los experimentados, también vio la roja y ahora el partido estaba 10 contra 8.
¿Algo más? Sí, dos minutos después, Horacio Carbonari con su habitual potencia sacó una bomba desde su pie derecho y puso el 4-0.
Faltaba media hora, la gente no salía de su asombro. Los de Central festejando semejante diferencia y los de Newell’s tratando de despertar de la pesadilla.
Pero esa película de terror para uno y de fiesta para otro tenía más capítulos. Claudio París no soportó más y en una jugada en ataque parala Lepray cuando la pelota había salido al córner impulsada por Germán Gerbaudo, agredió al defensor delante del árbitro Roberto Ruscio y vio la roja para dejar a su equipo con siete jugadores.
Fue en ese momento cuando ocurrió lo increíble: Goycochea salió corriendo desde su arco y le pidió al uruguayo José Herrera que saliera del campo, con lo que el partido terminaría como lo indica el reglamento. Pero desde el banco pensaron que si Herrera se retiraba podía entrar uno de los suplentes. Entonces Zanabria dispuso dos cambios: Fernando Crosa y José Albornoz por Franco y Müller; en la jugada siguiente, Herrera se tiró y Roberto Ruscio dio por finalizado el encuentro.
Con esa actitud Newell’s se negó a seguir jugando, como en realidad se había negado en los 64 minutos anteriores ya que en la cancha hubo un solo equipo desde el minuto cero: el Rosario Central de Miguel Russo.
Lo que vino después es historia conocida. El saco revoleado al viento de Russo, el delirio canalla en las tribunas y la humillación sufrida por los leprosos. Se había escrito un capítulo imborrable en la historia de los clásicos.
Con el paso de los años los hinchas auriazules bautizaron ese 23 de noviembre como “el día del abandono” y lo festejaron como una de las demostraciones de fútbol más importantes, quizás la máxima para los canallas, de los últimos tiempos ante su clásico rival.