Diez años después de la apertura de la prisión de Guantánamo, donde los detenidos eran en sus comienzos apiñados en cajas al aire libre, las condiciones de prisión han mejorado, pero una parte de los 171 prisioneros que aún permanecen allí continúa en confinamiento casi total.
En la bahía de Guantánamo, en la base naval estadounidense del sur de la isla de Cuba, enclave que los norteamericanos se reservaron después de haber ayudado a la isla a liberarse de España y por el cual pagan un canon que el gobierno dela Revoluciónse rehúsa a cobrar reclamando la devolución del territorio, el azul turquesa del mar podría hacer casi olvidar la proximidad de los detenidos acusados de terrorismo y presentados por la administración Bush como “lo peor entre los peores”.
La prisión abierta cuatro meses después de los atentados del 11 de septiembre permanece invisible desde la mayor parte de las zonas habitadas y quienes están confinados en ella se encuentran en una suerte de limbo jurídico que impide su juzgamiento en tribunales ordinarios y con las garantías debidas.
Cuando se intentó organizar un presidio de estas características en territorio continental de los Estados Unidos ningún estado quiso aceptarlo.
Guantánamo se asemeja de alguna forma a la cárcel alemana de Spandau, destinada a los nazis condenados por el tribunal de Nürenberg, que se cerró tras la muerte de Rudolf Hess, lugarteniente de Hitler hasta 1941, quien murió en 1987.
Al descender la población carcelaria, luego de que algunos prisioneros fueran liberados o deportados a los países en que habían sido secuestrados por el gobierno estadounidense, la prisión cerró los tres campamentos donde se alojaba a los detenidos de Afganistán y Pakistán, en un área conocida por sus celdas estrechas y salas de interrogatorios vejatorios, según el testimonio de la mayoría de los que han sido liberados.
La mayoría de los 171 que aún permanecen detenidos en Guantánamo, a menudo encarcelados sin haber sido juzgados y de los cuales 89 podrían cumplir los requisitos para ser puestos en libertad, según las autoridades militares, están agrupados en dos edificios construidos según el modelo de prisión federal de alta seguridad.
“Si sigues las reglas, vives en el campamento VI. Si no las sigues vas al campamento V”, asegura el coronel Donnie Thomas, comandante de los guardias de la prisión.
El 80 por ciento de los detenidos se hacina detrás de los muros del campamento VI, una especie de planeta sumergido en la oscuridad donde se puede observar, a través de espejos unidireccionales, a los prisioneros vistiendo chilaba vivir en comunidad. Tienen acceso a veintiuna cadenas de televisión por satélite y catorce de radio y a periódicos. Tienen “más libertad para entrar o salir de su celda, salir a caminar con sus hermanos, comer, rezar juntos”, explica Thomas, consultado por la agencia de noticias AFP.
Pero si infringen el reglamento son enviados al campamento vecino V, se dirigen a la famosa combinación naranja reservada a los barrios disciplinarios y viven confinados en celdas estrechas con apenas dos horas de salida al día.
“El campamento V es el más duro”, recuerda Saber Lahmar, un argelino liberado en 2009. “No caminas, no te mueves, no hablas. Está prohibido”, cuenta, evocando también la privación del sueño, las luces de neón alumbrando las “24 horas del día” y el frío glacial de la climatización.
En Five Echo, una extensión del campamento V, las condiciones de encarcelamiento son todavía más “catastróficas”, indica David Remes, abogado de diecisiete detenidos, catorce de ellos yemeníes. “Hay que ser contorsionista para rezar, hay que ser contorsionista para ir al retrete”, afirma, mencionando un “retorno a los primeros días (de la prisión), cuando la brutalidad y el sadismo estaban a la orden del día”. Para este abogado, el mayor punto negativo estos días son las restricciones de la defensa. Todas sus notas y correos se someten a censura y necesita varias semanas antes de recuperarlas.
Los detenidos están “en un agujero negro”, sin acusación y sin juicio, sin saber qué será de ellos al día siguiente, señala Andy Worthington, autor de Dossieres de Guantánamo: la historia de 774 detenidos en una prisión ilegal estadounidense.
Si los “métodos más brutales de interrogatorio” podrían haber sido abandonados, “hay todavía huelgas de hambre” y aislamiento de detenidos cuyo dossier está a menudo vacío, con escasas pruebas, afirma el historiador que revisó minuciosamente miles de documentos publicados por WikiLeaks.
“No hay más de un puñado de ellos que han cometido cosas significativas”, revela Worthington.
De hecho, una quincena de detenidos de “gran valor”, entre ellos cinco hombres acusados de estar detrás de los atentados del 11 de septiembre, permanecen separados en el campo VII. Pero en Guantánamo nadie habla jamás de ese penal, una fortaleza donde incluso los abogados son considerados persona non grata.