¿Coincidencias? Sí; aunque inoportunas. Para rematar una semana que ya venía “recargada” con el tema Malvinas (los isleños impidieron el pasado fin de semana que el crucero Star Princess, con varios argentinos a bordo, fondeara en Puerto Argentino –la Cancilleríaargentina lo denunció como un “acto hostil”–), las declaraciones del primer ministro David Cameron en el Parlamento respecto de la política “colonialista” dela Casa Rosadahacia las islas salieron en estéreo en momentos en que el canciller William Hague desembarcaba en Brasilia.
Mera coincidencia: la visita del británico fue programada en julio de 2011, inmediatamente después que el ministro de Defensa de ese entonces, Nelson Jobim (en retribución a la visita del viceprimer ministro Nick Clegg en junio de ese año a Brasil), fuese hasta el Reino Unido para avanzar con los detalles de las nuevas fragatas parala Armadabrasileña –encargadas a la contratista BAE Systems–, y con la legendaria Rolls Royce por los motores para los aviones de carga militares KC-390, que Embraer construye para, otra coincidencia,la Fuerza AéreaArgentina.
Coincidencia fue también que el canciller Hague llegase a suelo brasileño el día de “question time” en Westminster, cuando el primer ministro de su majestad está obligado a responder a las preguntas de los parlamentarios. Y, como sucedió el miércoles pasado y sucederá en los siguientes de este 2012 que marca 30 años de la guerra del Atlántico sur, a dar respuestas políticas contundentes en momentos que el consenso interno del premier Cameron está tan planchado como el de la baronesa Thatcher antes del conflicto de 1982. Que es otra, aunque triste, coincidencia.
Pero hubo, sí, algo fuera de programa: la reunión del Consejo de Seguridad Británico, convocado de urgencia para el martes 17, horas antes de que el canciller Hague se subiese al avión que lo llevaría a Brasil. Según dijo Cameron después a los parlamentarios, fue un cónclave para asegurarse de que en el tema de las islas “nuestras defensas y todo lo demás están en perfecto orden”. Antela Cámarade los Comunes (y las cámaras de TV), el primer ministro británico señaló que “el punto clave es que respaldemos el derecho de los isleños a su autodeterminación, y hasta podría agregar que lo dicho por los argentinos últimamente se asemeja más a colonialismo, ya que esta gente (los isleños) quiere permanecer británicos, mientras que los argentinos quieren que sean otra cosa”.
Tampoco fueron casuales las declaraciones del canciller Hague luego de reunirse con su par Antonio Patriota. “La visión británica es conocida y no va a cambiar”, dijo. En cuanto a la brasileña, el gobierno argentino puede respirar tranquilo. Patriota reiteró que Brasil no cambiaría su posición y que se aunaba conla Argentinay otras naciones sudamericanas en prohibir que barcos con la “red flag” de Malvinas recalasen en puertos del Atlántico sur.
Peligro
El último episodio podrá ser otro round más en esta guerra de palabras, una versión “revisitada” –y hasta hoy, atemperada– de la de 1982. Sin embargo, tanto en Londres como en Buenos Aires los especialistas en Malvinas recalcan que la escalada verbal de los últimos días ha llevado el conflicto “posconflicto” al punto de fricción más peligroso en los últimos 30 años.
Mientras tanto, no está todo dicho todavía: Chile tiembla ante la inminente declasificación de documentos británicos relativos a la guerra de 1982. Y el gobierno de Dilma Rousseff se debate ante el canto de sirenas: Londres (y el mismo William Hague, en medios de prensa brasileños) respalda la candidatura de Brasil como miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Corcheas de embelecos pero también un misil a la línea de flotación argentina, que siempre se opuso a esa aspiración brasileña.