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El adiós a los seres queridos

Por Claudio María Domínguez.- La ilusión de creer que ya no existen causa sufrimiento, pero si hiciéramos contacto con sus almas percibiríamos que ellos están. La muerte no es el fin de nada, sino el comienzo de otra experiencia.

El dolor por la partida de seres queridos tiene mucho que ver con el apego a ese cuerpo que nos acompañó afectivamente durante un tiempo. La añoranza de la presencia física es normal y natural, y está bien hacer el duelo, sentir tristeza, pero sólo por un tiempo y sin que el dolor nos destruya celularmente por no tenerlos más físicamente. El desafío es no morir nosotros en vida. Tenemos que aceptar lo que no podemos cambiar y vivir la vida cada día profundamente valorando nuestra existencia, nuestra vida. Tenemos que saber que ellos siguen viviendo pero de otra manera.
Cuando le pregunté a la Madre Teresa sobre el tema de la partida del cuerpo, me dijo lo siguiente: “Nuestros seres queridos que partieron siguen vivos y siempre estamos unidos con ellos. Nos une el amor que nos tenemos más allá de las separaciones físicas”. Y continuó: “Así como yo hago contacto con mi Cristo interno en el silencio de mi habitación, también quienes han perdido un ser querido pueden conectarse y hablarles, teniendo la certeza de que la conexión sigue existiendo. No los retengan, déjenlos libres y sepan que ellos pasaron de grado hacia más conciencia”.
La ilusión de creer que ya no existen causa mucho sufrimiento, pero si hiciéramos contacto con sus almas percibiríamos que ellos siguen estando. Los grandes sabios nos cuentan que la muerte no es el fin de nada, sino el comienzo de una experiencia menos limitada como lo fue la experiencia humana. El miedo que engloba todos los miedos es el miedo a la muerte, que significa literalmente perder definitivamente este cuerpo. Es tan simple darse cuenta de lo ilusorio de este concepto. Este cuerpo que tanto nos desvela y desespera ya lo hemos perdido.
Desde el mismo momento en que nacemos, estamos empezando a morir. Cada respiración que es fuente de vida nos acerca simultáneamente a la partida. Como dijo Krishna en el Bhagavad Gita: “El nacimiento implica muerte”.
Esto es para entender que vivir y morir son dos caras de una misma moneda, una convive con la otra, y demuestra la irrealidad de esta telenovela perfecta, tan perfecta, que parece la única y verdadera. El cuerpo tiene un tiempo biológico para moverse y expresarse en este planeta tierra. Es el vehículo preciado del alma que lo utiliza para experimentar personajes y situaciones en este trayecto, condicionado por leyes materiales que hacen que después de un tiempo esa misma alma va cambiando de vehículo, así como nuestro cuerpo cambia de ropa.
Nos hemos identificado tanto con esta cáscara, con este maquillaje fascinante, que no queremos perderlo. Es una ironía, porque ni siquiera lo cuidamos en vida; pero no queremos que muera. Descuidamos el balance biológico, lo deterioramos antes de tiempo y cuando intuimos que se acerca la partida nos aferramos con garras y dientes a los últimos jirones de cuerpo que nos quedan. No hemos sabido vivir, y no nos queremos morir. El ego se desespera, y el alma se regocija porque sigue su camino de experimentación de lo irreal, rumbo a la esencia y la verdad.
Cada nacimiento debería acercarnos más a la expresión consciente de nuestra divinidad; sin embargo, estamos bastante estancados. Y seguimos naciendo y muriendo, sin darnos cuenta de quiénes somos. Decía la Madre Teresa: “La gran mayoría de la gente se muere sin haber vivido nunca”. Confundimos vivir con sobrevivir. Muchos nacen, pocos viven. Creemos que cumplir funciones biológicas y ganarse la vida significa tener una vida.
No es así. Sai Baba decía una y otra vez en sus mensajes sublimes: “Aprovechen esta oportunidad sagrada de haber nacido en un cuerpo humano, para no hacerlo de nuevo. Corten esa rueda del nacimiento y la muerte. Uno nace para no tener que nacer de nuevo. Uno muere para no tener que morir de nuevo. Corten la rueda ilusoria de la mentira y sepan quiénes son de una vez por todas”.
Lo que uno es realmente, eso que somos, no podemos perderlo jamás, no se gana ni se pierde, simplemente “es”. No puede haber miedo a perder lo que “no” podemos perder.
El alma no gana ni pierde, no nace ni muere, no negocia ni manipula, no tiene miedo, no siente dolor o placer. El cuerpo sí. El ego, la mente, están sujetas a esas características ajenas al alma.
Si llegamos más rápidamente a la comprensión del “ser”, la conciencia y la divinidad, que es nuestra condición natural, sin tiempo, sin pasado ni futuro, eternamente existiendo en el presente, podríamos observar con dicha a nuestro propio cuerpo cumpliendo su rol divino en esta película, realizando ejercicios a cada instante que lejos de sumirlo más en la amnesia le permitan acercarse aquí y ahora a la verdad única, inalterable y divina.
Amigos del alma, traten de estar un buen rato por día en su silencio interno, donde todo empieza a escucharse con un sonido y una vibración más bella que todos los ruidos del mundo.
Un ser que despierta, que se recrea, que sólo usa la mente para recordarse a sí mismo en su estado puro, verdadero, libre, trascendente, ya no tiene más miedo a la muerte porque intuye en su ser que la vida es eterna.
Un ser así no se identifica con su cuerpo y lo recrea mientras lo está utilizando en el momento actual. Y por sobre todo no le tiene miedo a la muerte, porque sabe que no puede morir. Un ser así llega a un estado tan sublime, tan real, que sólo vive y genera vida en cualquier plano y situación en la que se exprese y manifieste. Un ser así es lo que vos sos.
El alma no muere, sólo el cuerpo lo hace. Cuando uno se da cuenta de esta gran verdad, la muerte pierde su fuerza y ya no es temida sino acogida como un simple viaje hacia un estado de más conciencia dichosa. En el alma refulge la llama inmortal; lo invisible es lo que sustenta lo visible.
Recordemos que aquello que ha nacido tiene que morir, llegar implica partir. Lo que no tiene nacimiento tampoco tiene muerte. El alma no ha nacido ni morirá. Es inteligencia perenne, bienaventuranza sin fin. Recordemos también que, cuando un ser querido pasa de plano, su alma sigue viaje y podemos hablarle con el lenguaje del corazón, que se comunica con la sutileza de las almas que se saben unidas en un todo de amor. Como bien expresa Rabindranath Tagore en esta frase: “Cuando mi voz calle con la muerte, mi corazón te seguirá hablando”.
¿Vivimos de manera trivial o realmente utilizamos el cuerpo como la barca que nos llevará a buen puerto? La persona que vive sin indagar en el para qué del cuerpo, en el para qué de estar viviendo, sin hacer contacto con el capitán interno, es como un barco a la deriva. Se aleja tanto del puerto del corazón, surcando los mares de la ignorancia externa, que no sabe hacia dónde va, no tiene un destino a dónde llegar y ha olvidado quién es.
Los maestros espirituales coinciden desde hace milenios en que una cosa es la responsabilidad de la personalidad, del personaje que interpretamos en la película de la vida, y otra es la responsabilidad de la conciencia, del alma, de quiénes somos realmente, mientras nuestro barco-cuerpo transita por el mar de la vida.
Mientras estamos en este cuerpo, mientras estamos viviendo la experiencia de ser humanos, yo les pregunto: ¿cuál es la responsabilidad que tenemos como seres humanos mientras estamos en nuestra barca-cuerpo?
La única verdadera responsabilidad para todo ser humano que respira, que está, que existe, en el análisis final extremo, es encontrar y descubrir quiénes somos realmente, de dónde venimos y hacia dónde vamos. Conocernos a nosotros mismos, ésa es la primera y básica responsabilidad como seres humanos.
Si pasamos todos los años entre el nacimiento y la muerte sólo buscando alimento y protección, confort y placer, como lo hacen los animales, estaremos condenándonos a nosotros mismos. Tenemos la facultad de razonar y la facultad de análisis y síntesis. Estos dones pueden ser utilizados para descubrir la propia Verdad, que es la Verdad de todos los demás y de todo lo demás.
Hermanos del alma: Ustedes son eso, seres divinos, viviendo una experiencia humana, recuérdenlo siempre. Vívanlo. Compártanlo. Gracias por existir.

(*) http://espiritualidaddiaria.infobae.com

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