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Un olvidado oficio que al final sí era cosa de hombres

Por Santiago Baraldi.- Oscar Tocco es, probablemente, uno de los últimos luthiers del país que saben reparar órganos de tubo.

Oscar Tocco era un niño cuando escuchó al maestro Héctor Zeoli interpretar en órgano el Coral Nº 3 en La menor del belga César Franck. Criado en Arroyito, a dos cuadras de la iglesia del Perpetuo Socorro, comenzó a frecuentar el templo para desentrañar esa música que lo atrapaba y así siguió los pasos de otro gran maestro rosarino, Enrique Ponce. Tenía claro que quería estudiar órgano, pero en su casa le decían que eso no era “cosa de hombres”. Así que terminó la secundaria en el colegio Sagrado Corazón y se metió en la Facultad de Ingeniería, pero en paralelo estudió el instrumento que tanto le gustaba. Y tanto se comprometió que en un momento la ingeniería quedó atrás: fue de lleno hasta finalizar sus estudios de música. Hoy Tocco tiene 54 años, es además de músico un apasionado luthier y uno de los pocos, sino el único en la ciudad, que restaura órganos de tubo. Convocado por el sacerdote Eduardo Álvarez, de la antigua parroquia San Casimiro, en avenida del Rosario al 1500, el ingeniero que no fue está trabajando en la reparación de un órgano Kimball que dejó de funcionar hace casi cuarenta años, a mitad de la década del 70.

Trabajar en un órgano no es tarea sencilla. El imponente aparato cuenta con seiscientos tubos de madera de abeto y de metal, con aleación de plomo y estaño, con pequeñas cantidades de cobre para darle elasticidad, también tubos de zinc puro de primera calidad. “El órgano de tubos produce un sonido multidimensional, cubre toda la acústica de la iglesia, el órgano electrónico produce sonido de parlantes”, distinguió Tocco, quien comenzó el trabajo en abril: “Espero terminarlo a fin de enero”, dice. Después de ocho meses, está en el tramo final.

El instrumento casi centenario data su construcción entre los años 1910 y 1920, en Estados Unidos. Llegó a Rosario en 1961 por la intervención del sacerdote José Marbis, quien estuvo aquel año en Chicago. “Originalmente este órgano funcionó en el Teatro Lincoln de Chicago y era utilizado para musicalizar las películas de cine mudo o para determinadas obras de teatro. Cuando llegó el cine sonoro lo trasladaron a una iglesia local, pero cuando llegó el órgano eléctrico quisieron subastarlo y fue ahí que se enteró el padre Marbis. Y consiguió el dinero para trasladarlo aquí”, cuenta la historia el luthier.

En Rosario hay 14 órganos de este tipo, pero muy pocos funcionan. “La Catedral, por ejemplo, cuanta con dos instrumentos italianos muy buenos, pero abandonados. En este órgano de tubo vi que la última vez que se lo revisó fue en noviembre de 1923: limpiando uno de los tubos encontré su numero de serie: 6.631 y las siglas KPO, que significa Kimball Pianos & Órganos, que era como los entregaba la empresa norteamericana. Eran innovadores en tonos de frecuencia, por ejemplo”.

El órgano de la parroquia San Casimiro tiene una consola electrónica, que comanda un mecanismo electroneumático de alta presión: “Este órgano se dejó de tocar a mediados de los años 70, tenía fallas, había entrado en corto la consola, los cables se habían pelado, había un montón de lauchas que se comieron los cables, y las polillas y taladrillos también hicieron desastres. Los fuelles estaban con hollín, hubo que cambiar varias partes. Tenía pérdidas de aire en el canal principal que hubo que hacerlo nuevamente”, describe Tocco los ocho meses de su trabajo.

“Le puse –continúa– dos mangas largas porque estaba fuera de ángulo. Tiene seiscientos tubos a los que hubo que sacarlos, limpiarlos, controlarles la voz. Además, el conducto principal de aire que viene del centrífugo al fuelle principal estaba roto, arreglamos eso; había pérdidas de aire en las juntas, luego buscar los problemas eléctricos, cambiar los cables comidos por las lauchas. El problema que tenemos es que el ventilador centrífugo es de 1918, un Spnser, que hace mucho ruido: ahora vienen motores alemanes muy silenciosos y estamos viendo si lo reemplazamos o no”.

El sacerdote Eduardo tuvo la decisión de restaurarlo “porque es un instrumento de firma con número de serie, muy valioso desde el punto de vista cultural”, explica el luthier. “Es un instrumento de teatro adaptado para tocar música litúrgica”.

Aún no se sabe quién se hará cargo de tocar una vez finalizado el trabajo y afinado el instrumento: “Hay en Rosario organistas litúrgicos, profesionales, muy buenos, la mayoría egresados de la universidad…”, marca Tocco. Y así lo espera: “Me gustaría estar en la primera misa o casamiento para saber que funciona bien. Y después ir a festejar”, dice.

Pero falta un poco todavía. El luthier cuenta que lo que más conspira contra el imponente instrumento son los cambios bruscos de temperatura. “Pero sobre todo los bichos, por ello pintamos la madera con un barniz que viene con insecticida, además de rociar fungicida para evitar polillas o taladrillos”.

En sus tiempos de estudiante en el Colegio Sagrado Corazón, Tocco y sus compañeros escuchaban Pink Floyd y Deep Purple, cantaban los temas de “La Biblia”, de Vox Dei, “que los curas grandes se enganchaban y cantaban también”.

Tampoco ocultaba su pasión por el prócer de la música barroca Johan Sebastian Bach, el eximio organista Domenico Sípoli, o las marchas pontificales italianas. Lo apasionaban: en 1975 estudió música en la universidad con el maestro Machado y fue Mario Sangaretti, “hijo de quien armara los órganos de la Catedral, Santa Rosa de Lima, San Carlos en San Lorenzo, San Cayetano y Perpetuo Socorro”. De él aprendió, dice, “muchísimo” en luthiería: “Una vez su ayudante se enfermó de rubéola y trabajé ese tiempo junto él, aprendí muchísimo. Me prestó sus libros. Un día sacó la carcasa de un órgano y me dijo: «Describa cómo está hecho ese órgano». Y ahí estuve cuatro horas hablando, dando un examen. Me sirvió, porque me decía que sabía mucho de teoría pero que tenía que hacer la práctica. Y después me perfeccioné en Buenos Aires en la parte eléctrica”.

Por su trabajo casi en extinción, Tocco fue convocado a reparar el órgano de la iglesia anglicana San Juan Bautista de Buenos Aires y restauró el de la basílica de la Villa del Rosario en Córdoba: “No hay muchos que se especialicen en el tema, es un oficio donde hay que afinar mucho el lápiz con el presupuesto, las parroquias para mantener los órganos necesitan de los organismos oficiales”, agregó.

Tocco hace un alto y, ubicado en un cuarto contiguo de la parte alta de la parroquia San Casimiro, prende el ventilador centrífugo que hace un ruido constante y molesto. Cierra la puerta para atenuar el sonido. Es ése el que espera que pueda ser reemplazado “por alguno alemán, más pequeño y silencioso”. Se para frente al teclado e improvisa algunas notas. Muestra los distintos efectos que el órgano ofrece, como el sonido de campanas, por ejemplo.

“Con este tipo de instrumentos se compuso la música de películas como “La Guerra de las Galaxias” y “2001: Odisea en el Espacio”. Es una orquesta en sí mismo”, describe con pasión mientras con sus dedos hace escalas para probar cómo va quedando el trabajo.

El organista y luthier asegura que fueron los monjes benedictinos quienes incorporaron el órgano a los templos: “Siempre había un punto de reunión en derredor de un órgano y además, si bien lo toca una persona, involucra en su fabricación a mucha gente, artesanos, entonadores, fabricantes de tubos. Hoy los mejores fabricantes están en Alemania, Suiza o Estados Unidos”, finalizó.

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