La Revolución Islámica de 1979 supuso una vuelta de campana total en la política iraní. Donde había una monarquía, surgió una república. Donde predominaba el laicismo, emergió una teocracia. Donde había un alineamiento total con Estados Unidos, se comenzó a llamar a ese país “gran satán” y se lo confrontó abiertamente. Sólo dos, acaso, son las continuidades mayores entre ambas épocas: el carácter represivo del Estado y el plan nuclear.
En efecto, el programa atómico es una de las pocas (si no la única) política de Estado que pasó del Irán del sha a la revolución de los ayatolás. Una búsqueda algo curiosa en un país que, según las últimas estimaciones y considerando los hallazgos de petróleo no convencional, es dueño de las terceras reservas de crudo, sólo detrás de Venezuela y Arabia Saudita, con un 9 por ciento del total mundial. Hay, con todo, una diferencia sustancial entre el viejo y el nuevo Irán en materia atómica: el objetivo.
La monarquía persa lo puso en marcha en los años 50, con fuerte cooperación internacional, pública y privada, particularmente de su principal aliado, Estados Unidos. Más tarde, en 1968, ratificó el Tratado de No Proliferación (TNP), por lo que su intento puede ser ubicado dentro de una tendencia de época en la cual el acceso y dominio de dichas tecnologías hacían al ADN del nacionalismo y las ideologías autárquicas en todas sus variantes.
La Revolución Islámicavino al mundo rodeada de enemigos y dotada de una ideología “evangelizadora”, esto es con la misión de exportar el islamismo chiíta adonde fuera posible. No sólo Estados Unidos e Israel consideraron al nuevo régimen una amenaza, sino también todos sus vecinos, musulmanes como Irán pero árabes y sunnitas.
La brutal guerra Irán-Irak, la primera Guerra del Golfo, librada sin un vencedor concreto entre 1980 y 1988 con un saldo de un millón de muertos, fue, en buena medida, utilizada por Estados Unidos y las monarquías conservadoras de la región como un intento de frenar ala Revolución. Claroque entonces Saddam Hussein era un aliado de Occidente y sus Fuerzas Armadas fueron equipadas generosamente por sus amigos, los mismos que, después dela Segunda Guerra(la que siguió a su invasión de Kuwait), terminarían por abandonarlo.
La liberación de ese pequeño Estado, obra de George Herbert Bush, fue continuada con una fuerte presión internacional en forma de sanciones económicas y, más tarde, en 2003, debido a los insondables entresijos de la mente de George Walker, por una invasión tan falsa en sus causas como ruinosa en sus consecuencias.
Estados Unidos se estaba equivocando de amenaza. La guerra en Afganistán era comprensible tras el 11-S, dada la protección del régimen talibán a Osama Bin Laden. Pero la otra acechanza era Irán, no el dictador que terminó siendo encontrado en un agujero y ahorcado.
Lo concreto es que las invasiones de 2001 y 2003 generaron una situación en la que Irán se vio rodeado al este y al oeste por tropas norteamericanas. Con Israel en posesión de doscientas o trescientas bombas atómicas nunca declaradas al mundo y con la experiencia reformista de Mohamed Jatami liquidada en 2005, volvió la hora de los más duros en Teherán.
Estados Unidos se ha ido de Irak, lo que no merma su influencia allí, y sigue en Afganistán. Sus portaaviones surcan el Golfo Pérsico. Sus reyes y emires aliados, para nada cortos de fondos por cierto, son armados hasta los dientes.
Las sanciones internacionales se están haciendo sentir, pero no hay registro de que ninguna tiranía haya renunciado a sus ambiciones nucleares, incluso a expensas del hambre de sus pueblos, algo de lo que Corea del Norte es un ejemplo flagrante. El sentido de la apuesta es claro: favorecer las condiciones para un cambio de régimen. Algo improbable, por otra parte, dada la presta y varias veces comprobada disposición del régimen a reprimir a sangre y fuego las disidencias. La movida, en todo caso, no hará más que alimentar la sensación de ahogo del régimen.
“Occidente no le está dejando a Irán más opción que buscar el arma nuclear”, dijo en El País del domingo último Hosein Musavián, un personaje curioso que ha sido negociador atómico de su país, defenestrado en 2007 bajo cargos de espionaje, luego liberado y hoy residente en Estados Unidos, aunque sin que se lo pueda calificar como un disidente. ¿Será que el tiempo de frenar a Irán ya pasó?