En un país impredecible como la Argentina trazar un horizonte de largo plazo parece arriesgado, pero en el tramo inicial de este segundo mandato de Cristina Kirchner quedaron claramente recortados algunos ejes que marcarán su camino a 2015: la cuestión Malvinas, la re–reelección y la relación con la CGT.
Estas tres cuestiones dominaron la agenda política de la última semana en la que el país finalmente salió del letargo que suele recrear enero, el mes de la feria judicial y de las vacaciones para buena parte de los actores del poder.
En ese contexto y tras haber establecido una tregua no declarada por la enfermedad de la presidenta, el titular de la CGT, Hugo Moyano, regresó esta semana con fuertes cuestionamientos al gobierno y acciones dirigidas a no perder el centro del ring.
Juntó a sus más leales –muchos de los cuales no están convencidos de esta pulseada con la Casa Rosada pero siguen por ahora a su lado– y anticipó que buscará continuar al frente de la CGT, pese a que en público dice que está cansado.
A su favor tiene que todo el movimiento obrero reivindica sus reclamos para la eliminación del mínimo no imponible de ganancias, el fin de las excepciones al pago de asignaciones familiares, aumentos salariales regidos “por la inflación del supermercado” y la devolución de fondos a las obras sociales sindicales.
Dentro de un programa oficial de ajuste progresivo, esa agenda también debería ser planteada por quien conduzca a la CGT a partir de julio, cuando se tratará la sucesión de Moyano. Pero más allá del lugar que ocupe el líder camionero después de esa elección, es poco probable que su estrella sindical se apague.
Para el kirchnerismo es un desafío trascendente que está atado con su política de alianzas y construcción de poder. El primer objetivo sería aislar al referente de los gremios del transporte de las otras ramas de actividad.
En ese contexto, Cristina Kirchner anunció esta semana que analizará a través de una comisión conducida por la ministra de Industria, Debora Giorgi, la rentabilidad de las empresas para laudar en las paritarias y ante eventuales conflictos.
Antes, lo sentaba a Moyano y acordaban firmar por un porcentaje que marcaría la pauta para el resto de los sectores.
El PJ y Scioli
Moyano también ratificó su renuncia a sus cargos en el PJ después de que Scioli buscara contenerlo y ponerlo de su lado en la sostenida puja con el sector del ala dura del kirchnerismo referenciado en su vicegobernador, Gabriel Mariotto.
El arquitecto de la Ley de Medios, según adelantaron sus hombres de confianza, también intentaría un asalto a la Jefatura del PJ bonaerense, que formalmente quedó en manos de la ministra Cristina Álvarez Rodríguez, de buena llegada a Scioli y al vicepresidente Amado Boudou.
Pese a que el gobernador y Mariotto dialogaron en los últimos días en procura de mantener la cordura institucional, las diferencias entre ambos volvieron a quedar de manifiesto durante el acto encabezado por el vice en San Martín, donde fue nuevamente cuestionada la política de seguridad conducida por Ricardo Casal.
Aquella movida de Scioli para retener a Moyano en el PJ también había precipitado una jugada de manual: el planteo de una nueva reelección de Cristina.
“Con este escenario cómo hace para gobernar hasta 2015 si no tiene un horizonte en el poder. Sirvió para marcar la cancha”, comentó un dirigente importante que estuvo en aquella famosa reunión de Mar del Plata en la que Boudou y La Cámpora abrieron el juego a una reforma constitucional.
Así como Carlos Menem lo había hecho hasta el tramo final de su mandato, la posible re–reelección seguirá en el tapete y fue el propio Boudou, quien reiteró esta semana que se necesitarán cuatro años más de Cristina para “profundizar las transformaciones que necesita el país”.
Por ahora, los números no dan para ese intento que requiere de los dos tercios de ambas cámaras del Congreso, pero otro buen resultado electoral en 2013 podría envalentonar a muchos.
No obstante, algunos juristas del oficialismo ya plantearon alternativas en la mesa principal del poder como la de dotar de más atribuciones al jefe de Gabinete y convertir a Cristina en una eventual primera ministra en los siguientes cuatro años. Esa jugada, dicen los estrategas, no requeriría de una reforma de la Carta Magna, pero es difícil de llevar a la práctica y habría que buscar una figura decorativa para la Presidencia.
Malvinas
Mientras esos frentes se abren claramente para esta tercera etapa kirchnerista hay un factor aglutinante de toda la sociedad argentina que cruzará el período 2012–1015: la disputa con el Reino Unido por la soberanía de Malvinas.
La ofensiva diplomática nacional en todas las embajadas del mundo ya fue lanzada y los hombres del servicio exterior tienen en claro que la prioridad de Cristina Kirchner en el año del trigésimo aniversario de la guerra es la obtención de renovados respaldos internacionales en la pulseada con Gran Bretaña.
La pelea es de largo aliento pero no ahorra ámbitos: el secretario de Culto de la Cancillería, Guillermo Oliveri, está abocado a obtener el apoyo de los distintos credos: ya logró pronunciamientos de metodistas, bautistas, de la Daia y del Consejo Judío Latinoamericano. Para la semana próxima le queda la misión más difícil: el Episcopado nacional.
La llegada del príncipe William al Atlántico Sur y el consecuente movimiento de fuerzas británicas sirven para mantener el reclamo en la marquesina mundial. La cuestión Malvinas generó artículos de todo tipo en los principales diarios internacionales en las últimas semanas y los propios medios británicos proponen “soluciones” al conflicto, muchas insólitas, pero todas con un norte de devolución de las islas a la Argentina.
Por ejemplo, Phillip Hensher, columnista del diario The Independent, consideró que Londres debería vender las islas a Buenos Aires, práctica frecuente en tiempos de colonizadores.