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Del canasto con salames al óleo y las acuarelas

Por Santiago Baraldi.- Ángel Boixiader asegura que es más fácil ponerle precio a un embutido de los que vende que a un cuadro.

Ángel Boixiader no se cree un personaje, no hace alarde, va con su canasto de embutidos y conversa con la gente, con sus clientes. Sabe que detrás de cada uno siempre se esconde una historia. Por la tarde las pinta. En su refugio, junto a su compañera que firma como A Lapar, “juego de letras de a la par, estar de dos, de tener un proyecto en común”, explica. Es un pintor influenciado por escritores sarcásticos como Groucho Marx y Woody Allen, pero que encuentra en Salvador Dalí un referente; en su obra también hay provocación, no es indiferente. Las imágenes del cantante americano Frank Zappa junto Cristina Kirchner, por ejemplo, unidos por cigarrillos de marihuana: “Una pintura fascista, a decir de Peter Capusotto: ¡habla del faso…!”, asegura sobre la identidad de sus obras a las que denomina Arte Boixo.

Por la mañana, Ángel, de 52 años, carga su canasto de los mejores salames, bondiolas, jamones y quesos de la localidad cordobesa de Colonia Caroya y recorre las oficinas públicas de la ciudad para visitar a sus clientes. Fue en la delegación de la Administración Provincial de Impuestos (API) donde comentó que pintaba y le ofrecieron el hall para que mostrara su arte. Allí se colgaron diez cuadros suyos y él mismo se quedaba cerca para escuchar los comentarios: “Me causó gracia una señora que me comparó con Kandinsky, dijo algunas cosas que yo no sabía de él y me sirvió para aprender, pero no comenté que eran de mi autoría”, agregó Ángel, que además tiene parte de su producción expuesta en el taller de música de Omar Pogonza, en Italia al 1060.

La familia Boixiader estuvo años vinculada a la publicidad; su padre y su tío tuvieron agencia en Rosario y Buenos Aires y allí, Ángel, el menor de los primos, se ponía el traje y salía a vender. “Los otros quedaban en el tablero, dibujando, creando; algo de ellos aprendí, en el fondo me gustaba más eso”, admite. Luego tomó la decisión, se alejó de la agencia y la familia, dejó el saco y la corbata y buscó su propio destino. Se volvió a Rosario y agarró el primer trabajo que consiguió: vendió pescado a domicilio hasta que otro vendedor le ofreció los productos de Colonia Caroya. “Son productos probados, de primera calidad, con etiquetas y cerrados al vacío, no hay problemas con bromatología. Mis clientes saben que se llevan buenos productos. Me pasa algo curioso con esto de la pintura: un buen salame está en 30 pesos, pero cuando me preguntan por mis pinturas, no se qué precio ponerles…”.

Boixiader destaca el trabajo en equipo: “Hay una idea conceptual, ayudar a animar a otros con una productora a la que llamamos Dos Cabezas donde hacemos cosas combinadas”,  explica sobre el trabajo que hace junto a su compañera de ruta que le imprimió sus conocimientos en Bellas Artes. El humor está presente en sus trabajos y el nombre que elige para algunos de ellos: una mujer de espaldas, con sus piernas abiertas y la cola levantada en primer plano la llamó “Pan dulce para todos” y ya se la disputan por internet.

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“El Facebook es algo increíble, los trabajos los subo a mi muro y ahí recibo las críticas y elogios. Ya vendí algunas obras y a esta se la están disputando. Tengo que ver cuánto se puede cobrar por los cuadros”, apunta y a la hora de definir su estilo sostiene: “Hay un montón de autodidacta, tuve maestros y detractores. Salí con una mujer que estudió Bellas Artes, que me enseñó mucho, y en algún momento, le sugería algunas cosas, cuando yo todavía no me había largado, y me dijo: «bueno, seguilo vos, a ver ¿cómo lo harías?». Y yo me dije, «es el momento»”.

De ese momento recuerda que era con pasteles al óleo, que los estiraba con los dedos, “se pintaba con los dedos, y me animé, un caradura que no sabía de perspectivas o sombras, del manejo de los materiales, pero lo intenté desde la sensibilidad. Pintar con los dedos es una técnica muy interesante, me parecía que los dedos eran terminales sensitivas y había que dejarse llevar por ellos, sin filtro”, sostuvo.

Sobre su forma de trabajo reflexiona: “Lo bueno de trabajar en conjunto, a la par, es que hay comunicación, se aprende inevitablemente del otro. Es cuestión de animarse, todos tenemos algo adentro que podemos largarlo. Después vemos si tenemos los dones…Me gusta mucho Dalí y ahora estoy viendo algunos pintores nuestros que los estoy conociendo en los últimos meses, observando y leyendo mucho”.

Ángel señala que “por la mañana vendo y por la tarde pinto. Me gusta hablar con la gente porque me hace bien. La excusa de comerse un salame con un amigo, con tu hijo o tu mujer, pero un salame de primera, de 30 pesos, que lo guardás para esa ocasión. El culto a la amistad con un buen pedazo de queso, la picada con una cerveza que tanto nos une en las charlas amistosas. Creo en el culto a la amistad y sobre todo, al escuchar al otro, cosa que nos cuesta un poco. Lo trato de hacer lo más parecido, como cuando salía a vender publicidad, me hago una rutina con las visitas, a algunos lugares voy dos veces por semana, a otros una sola vez o me llaman cuando quieren algo. Todo el movimiento siempre por el centro, incluso tengo clientes en el Concejo”, asegura.

En su atelier, una pesada mesa con sillas de estilo sirve para desparramar sus tintas, colores y pomos, le gusta trabajar con música de fondo, se queja por que a su FM preferida que pasa rock en castellano, “la pisa una radio cristiana trucha y no se escucha muy bien”. Las letras y música de Charly García, Pappo y los Rolling Stone están entre sus preferidas y asegura que a la hora de pintar también lo “influyen, como Groucho Max o Woody Allen, amo la gente que tiene ese humor sutil, me gusta la gente que no es obvia”.

Ángel tiene como rutina pintar por la tarde “hasta que las velas no ardan, me obligo, no me quedo esperando la inspiración, creo en el laburo. Estoy en un momento compulsivo de trabajo, me obligo. Hay que hacer y provocar la ruptura porque somos un animal de costumbres y hay que romperlas. Ahora estoy trabajando con un remixado, donde hago una pintura, luego le hago una foto y a esa foto la llevo a tamaño de póster en papel cinematográfico con buena impresión; a esa imagen le agrego restos de CD, unos toques de pintura”, explica.

Sobre sus  cuadros asegura que tienen un equilibrio tal que “se pueden colgar de distintas formas. En la API una mujer descubrió en uno que la firma estaba arriba, como que estaba al revés, y de cualquier manera quedaba bien”, concluyó el singular pintor que camina las oficinas con su canasto.

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