El costo financiero directo del escándalo de pederastia supera para la Iglesia católica “los 2.000 millones de dólares”, en conceptos de reparación o cobertura de curas pedófilos, aunque no es comparable a la “pérdida de inocencia” de la víctimas, dijeron ayer dos expertos en el primer simposio sobre el tema organizado por la Iglesia en Roma.
“Es probablemente razonable estimar que el verdadero costo de la crisis, que la Iglesia tuvo que desembolsar a nivel internacional, se sitúa muy por encima de los 2.000 millones de dólares”, indicaron los estadounidenses Michael J. Bemi y Patricia Neal, en una contribución ante esta conferencia organizada en la Universidad gregoriana de Roma.
La suma incluye las indemnizaciones y el costo ligado a las investigaciones, los juicios y los tratamientos de las víctimas. Pero existen otros costos, que corresponden a lo que se podría haber hecho “con el dinero perdido para siempre”: “¿Cuántos hospitales, seminarios, escuelas, refugios para las mujeres maltratadas y sus hijos, estructuras de alimentación, clínicas gratuitas, etc., podríamos haber construido?”, preguntaron. “Pero no hay comparación posible”, dijeron, “entre cualquier suma de dinero y la pérdida de inocencia de niños y adultos vulnerables”, que se cifran por decenas de miles.
Los dos expertos, responsables de los programas Virtus del National Catholic Services (el Cáritas estadounidense) de protección de la infancia, detallaron todas las enfermedades psíquicas de las víctimas, los costos de largos tratamientos y los daños producidos en el interior de sus familias.
La única víctima invitada al simposio sobre pedofilia en El Vaticano, la irlandesa Marie Collins, de 64 años, abusada sexualmente por un sacerdote a la edad de 13 años, contó su calvario ante unos 200 expertos y obispos. “Esos dedos que abusaban de mi cuerpo por la noche me ofrecían la hostia a la mañana siguiente”, dijo al describir la pesadilla de los repetidos abusos del sacerdote cuando estaba hospitalizada lejos de sus padres en Dublín. También contó su larga depresión y “los dos años más difíciles” de su vida cuando a los 40 años, al decidir revelar la agresión sufrida, las autoridades católicas cubrieron a su agresor. “Mi fe en Dios no se vio afectada. Puedo perdonar al que abusó de mí. Reconoció su error. ¿Pero cómo sentir respeto por la dirección de mi Iglesia? Pedir perdón por los actos de los sacerdotes pederastas no basta, hace falta que reconozca su responsabilidad por el mal y la destrucción infligidos a las víctimas y a sus familias por el ocultamiento a veces deliberado y la mala gestión de los asuntos por los superiores”, dijo Collins. “Tratar de salvar la institución del escándalo causó el mayor de los escándalos”, insistió.
Antes, Sheila Hollins, psiquiatra británica, abordó el caso de “muchos sacerdotes” víctimas de abusos en su juventud, un traumatismo que “contribuyó a su incapacidad de comprender su sexualidad y su decisión de seguir solteros como sacerdotes”. O el de madres que criaron solas a sus hijos, con grandes dificultades sociales, que eran abordadas por pederastas que veían a sus “hijos como presas fáciles”. Hollins denunció la intimidación del sacerdote abusador: “Imaginen que es sacerdote y utiliza su autoridad espiritual para cubrir su crimen”.