La originalidad de Bordes y texturas. Reflexiones sobre el número y la imagen radica, en primera instancia, en su apuesta temática evidenciada desde el mismo título: instaurar las bases de un estudio de esas relaciones algo esquivas, escurridizas y en otras, al menos, poco profundizadas. El eje que reúne a los textos compilados se estructura en su diversidad en torno al campo de investigación de las relaciones entre el arte y la ciencia, y más específicamente, entre la ciencia y el audiovisual, lo cual deriva en esa cuestión planteada en el título de las “reflexiones sobre el número y la imagen”. La compilación, llevada a cabo por Gerardo Yoel y Alejandra Figliola, parte de las I Jornadas Académicas y Muestra de Cine, Video y Arte Digital: Cine, Arte y Matemáticas: Bordes y Texturas, realizadas en Buenos Aires en 2005, en la que participaron especialistas de estos campos de investigación.
El terreno de estudio de estas relaciones es un terreno de litigio en el cual se tejen múltiples visiones, conjeturas, determinaciones, y tajantes posiciones políticas y estéticas. Si bien esos cruces atraviesan toda la historia del arte, hay algo innegable y es que desde mediados del siglo XIX hasta lo que va del XXI, con la profusión de las llamadas imágenes técnicas (la línea genealógica fotografía, cine, video y digital), esa contaminación y esa determinación del arte por la ciencia, se ha hecho más profunda y exige replanteos como los que se propone este libro para establecer un campo de reflexión sobre estos cambios y sus consecuencias. Y es que desde este foco de intersecciones, indefectiblemente, se debe pensar la relación que, cada vez con mayor sumisión, construimos con el mundo a través de nuestra percepción atiborrada de imágenes.
Y en nada de esto hay un sesgo de inocencia. Si el audiovisual se ve modificado por el desarrollo tecnológico, eso no responde, claro, a necesidades humanas, sino, podría decirse, a determinaciones ideológicas. Por lo cual, evidentemente, nuestra percepción se encuentra avasallada y determinada por discursos que se escabullen tras una marea incierta de representaciones virósicas. En esta línea de pensamiento, por ejemplo, discurren los dos textos de Jean Louis Comolli incluidos: Máquinas de lo visible y La excepción-notas sobre la televisión, más una entrevista realizada por los compiladores a este lúcido pensador francés, Cuerpos y tecnología. En esta última, el realizador y teórico sostiene: “La cuestión técnica es lateral, utilitaria. El problema reside en el hecho de que las sociedades occidentales tuvieron como objetivo una pretensión, en mi opinión exorbitante, de servirse de la ciencia y de la técnica para controlar el conjunto de la vida social, en definitiva el conjunto de las operaciones mentales. Este es el problema, no es la ciencia o la técnica en tanto tales, sino el hecho de que hoy son herramientas de control del tejido social”. Y en otro de los pasajes se refiere más puntualmente al tema designado por el título de la entrevista, es decir, a la problemática de la representación del cuerpo en el audiovisual. Allí, Comolli ve un punto de inflexión importante en la imagen que domina en la actualidad; la evidencia de control sobre el cuerpo representado, el dominio que impide que algo de los accidentes (y con ellos, algo de lo “real”) de ese cuerpo se inscriban en el cuadro: “Justamente porque es lo que está en juego. Se trata de una batalla que, como en todas las grandes guerras, es multipolar; uno de los frentes es el cuerpo, otro frente es la subjetividad, los dos están conectados. Por eso la publicidad ataca al cuerpo con semejante violencia, algo nunca visto en la historia de la humanidad. Nunca el cuerpo ha sido tratado como lo trata la publicidad. La mayor parte de la publicidad que podemos ver es sobre la sumisión del cuerpo, la exhibición sumisa del cuerpo”. Comolli, cabe aclarar, ha trabajado mucho estas cuestiones de las relaciones técnica-ideología en función de las estandarizaciones estéticas del cine, concibiendo a estas, de algún modo, como una consecuencia de las determinaciones ideológicas que digitan el desarrollo tecnológico.
Los numerosos textos compilados, más allá de la visión ultrapolitizada de Comolli, abordan el tema de estos cruces desde ángulos muy diversos estableciendo perspectivas múltiples para la reflexión. En “Lo observado”, Gerardo Yoel y Alejandra Figliola trazan un derrotero original y apasionante que traviesa la historia del audiovisual desde el corto de Edison que exhibe la ejecución pública de la elefanta Topsy, Electrocutando a un elefante (1903) hasta la trilogía Matrix. El centro aquí se establece en torno a la idea de lo “monstruoso” en la representación, o, tal vez de modo más justo, lo que es designado como monstruoso por la imagen dominante. Desde el linaje de los monstruos clásicos (“los grandes villanos del cine, esos que, como King Kong, Frankenstein o Nosferatu, no se acomodan al modelo social y deben ser eliminados”), se llega hasta la nueva concepción de lo monstruoso en la era de la vigilancia, en la cual, quien no es observado-vigilado es designado como lo “otro”. En ese derrotero, en el cual el científico desafía a los dioses mediante sus creaciones generando monstruosidades que se les vuelven en contra, se entrelazan virtuosamente bifurcaciones y desvíos que van desde el desarrollo tecnológico de la imagen, hasta la lucha por las patentes de la electricidad a comienzo del siglo XX, el invento de la silla eléctrica, y el control de la sociedad en la actualidad mediante la máquina de producción y transmisión de imágenes. “Si Topsy fue un monstruo porque no se adaptaba al trabajo, si los castrati adorados en el siglo XVIII, son desechados y convertidos en monstruos por ser incapaces de adecuarse al mundo globalizado; si Frankenstein es un mal sueño de la ciencia, Matrix es el monstruo que se instala en el actual temor a la pérdida de identidad y a la vigilancia: paradigmas del espanto del nuevo siglo. (…) Tal vez el impacto popular de Matrix se deba, al menos en parte, a que representa aquello que constantemente siente el hombre de hoy. Por un lado, la necesidad de ser observado por parte del mundo conlleva un desasosiego permanente, una sensación de pérdida de intimidad, de libertad, y, por el otro, el terror a ser excluido, a estar fuera del mundo”.
Asoman las problemáticas
Los textos mencionados son apenas un esbozo de la multiplicidad de miradas que componen el libro. Y es justamente allí, en esa multiplicación inabarcable de los distintos focos reflexivos suscitados por ese cruce entre la ciencia y el arte, donde radica el mayor atractivo de este libro que desgrana, poco a poco y con profundidad, puntos diversos que van sacando a la superficie distintas problemáticas de la filosofía, la representación audiovisual, y la ciencia. La estructura general se basa en la división en cuatro grandes capítulos: “Filosofía, ciencia, matemática”; “Cuerpos y tecnología”, “Dispositivos e ideología”, y “Hipertextos, cartografías y densidades”, y en cada uno se establece un punto de investigación del que participan importantes pensadores actuales ligados a estos temas, desde Alan Badiou, el ya mencionado Comolli, Raymond Bellour, Lev Manovich y Jean Duchet; hasta los expertos argentinos Ángel Plastino, Fausto Toranzos, Gustavo Aprea, Carlos D’Attelis, Elena Valente; renombrados autores ligados al cine como Eduardo Russo, David Oubiña, y Jorge La Ferla, el realizador Marcello Mercado, el artista brasileño Arthur Omar y los compiladores del libro.
Si bien todos y cada uno de los textos van componiendo una red expansiva en torno al eje establecido, hay, desde ciertos puntos de vista, algunos cuya primera aparición en nuestra lengua les otorga un estatuto diferente. “Daniel Stern y el plano” y “El despliegue de las emociones”, de Raymond Bellour, publicados originalmente en francés en la revista Traffic configuran un centro admirable y una de las reflexiones más lúcidas y movilizadores en lo referido al cine y al pensamiento de su imagen. En ambos textos, parte de las propuestas del psicoanalista norteamericano Daniel Stern relacionadas con la experiencia subjetiva del infante y los llamados “afectos de vitalidad”, estableciendo un arco hacia “el pliegue” de Gilles Deleuze, se estudia y expone con su escritura y su originalidad las afecciones particulares que despierta el fenómeno fílmico en el espectador a través de su devenir estético, más allá de las connotaciones dramáticas de la intriga que apelarían, siempre, a suscitar “emociones comunes” (la risa, el llanto, el miedo, etc).
En “El futuro de la imagen”, el teórico y crítico ruso-norteamericano Lev Manovich sigue profundizando su incisiva visión de la aplicación de las nuevas tecnologías a la producción de imágenes y sus consecuencias estéticas. En este caso, desarrollando la genealogía de la imagen computarizada hasta llegar a la cultura visual contemporánea, se plantea ciertas preguntas a las que, sin proponer respuestas, utiliza como motor de una reflexión especulativa en torno a la utilización de los dispositivos tecnológicos y a la tensión generada entre la idea de aplicarlos para sostener un modelo representativo tradicional o utilizarlos para crear otro tipo de imágenes marcadas por la pérdida del índice fotográfico: “Qué clase de imágenes dominarán nuestra cultura visual de aquí a unas décadas? ¿Serán todavía similares a las imágenes que nos rodean en la actualidad, fotografías manipuladas digitalmente y combinadas con diversos elementos gráficos? ¿O serán totalmente diferentes? ¿El código fotográfico cederá su lugar a otra cosa?”.
Territorio inagotable
Las referencias a los textos aquí expuestas pueden funcionar apenas como el trazo de ciertos puntos por los que circula el pensamiento puesto en juego. Se podría mencionar que en la primera parte, menos volcada al audiovisual y más al pensamiento científico y filosófico, (Alain) Badiou reflexiona sobre las relaciones en las matemáticas y la filosofía; que en el último capítulo se reflexiona sobre la estructura hipertextual en la obra de Jean-Luc Godard (Douchet, Oubiña, y Valente) y Chris Marker (Russo), sobre la puesta en escena de la película Hamaca Paraguaya, de Paz Encina (Yoel), y sobre la compleja obra de Marcello Mercado (La Ferla). Pero aún así, es mucho lo que queda afuera, Bordes y texturas… tiene, sobre todo, la virtud de desplegar una problemática sin intentar clausurarla, sino, por el contrario, trata de establecer un territorio de reflexión tan rico como inagotable.