No sabe bien si fue un sueño, una aparición o una epifanía. Fueron imágenes, como en una película. Una máquina de coser, las manos de una mujer pasando por la aguja retazos de tela celeste y de tela blanca. Detrás de ella, otras más, en el Patio Cívico del Monumento, chicos que de los costados llegan con más tela. Por sobre ellos, el mapa político del país y de cada provincia, y otra máquina de coser de donde caía más tela celeste y tela blanca. Finalmente, el mapamundi donde en algunos países se repetían las máquinas de coser. Julio Vacaflor había estado en ese estado de trance: “No sé si un segundo o diez minutos, pero veía eso”. Era la mañana del 3 de junio de 1999. “Lo recuerdo bien, porque al día siguiente era el cumpleaños de la Pioja, mi mujer”, rememora el creador de Alta en el Cielo. Efectivamente, el 4 de junio le pone palabras a su idea loca de hacer la bandera más larga del mundo, pero a partir de las manos del propio pueblo. El primero en escuchar a Vacaflor fue su incondicional amigo Pancho: entre mate y mate, el productor del mítico programa infantojuvenil La Mamadera, ensayó un monólogo sobre cómo estaba el país en aquellos días, donde la economía menemista había hecho estragos en todos los bolsillos.
“Cómo puede ser que estemos tan hechos mierda habiendo tanta buena gente, gente que no está en los medios, de la que no se habla. No me bancaba perder el partido de la realidad mil a cero, por lo menos perder 990 a 10, que nos dejen meter un gol cada tanto”, ensaya hoy Vacaflor aquellas palabras que pensó entonces. “Es la primera vez que me pongo hablar de Alta en el Cielo, nunca me había escuchado, y yo le decía que no podía ser que estuviéramos tan hechos mierda y quejarse ya no daba. La política se caía a pedazos, no teníamos plata, no había crédito, no teníamos fe, no teníamos confianza, no teníamos laburo, no teníamos futuro… Sabíamos que íbamos camino al precipicio y seguíamos. Esta idea de hacer la bandera más larga no iba a detenerlo, pero algo podíamos hacer. Yo estaba detrás de él y después de ese monólogo, le toco el hombro porque no me decía nada y veo que estaba llorando…Me mira y me dice: «Sos un hijo de mil putas, Vaca, no te puede salir mal» Para mí fue Pancho el que me bendijo la bandera…”.
Los comienzos
La idea estaba en marcha. Luego llegarían una veintena de amigos más a la casa de Vacaflor y la Pioja, en el corazón de barrio Belgrano –dónde si no– y entre empanadas y pizzas, el dueño de casa lanza su idea quijotesca, casi naïf, pero que todos entendían a la perfección. Con experiencia en máquinas, son las mujeres las que comienzan a pensar en cómo deberían confeccionarla, qué ancho, qué tipo de tela, en qué lugar comenzarían a coserla, cómo conseguir las máquinas, la logística y todos los etcéteras que no estaban en la aparición que había tenido Vacaflor el día anterior, el 3 de junio, el día de cumpleaños de Manuel Belgrano.
Aquella armada Brancaleone al mando de Vacaflor llegó en la mañana del 17 de junio al Patio Cívico del Monumento a la Bandera. “Hacía un frío tremendo, viento y llovizna”. Y si bien los días previos los colegas amigos de Vacaflor le habían dado una mano y en los medios se invitaba a llevar tela para “coser la bandera más larga”, no aparecía nadie. “Ahí me sentí un idiota, que había convocado a mis amigos, que había enviado las gacetillas y ahí estábamos con las máquinas de coser y no había nadie”, recuerda. Hasta que a las 11 de la mañana, cuando paró la llovizna, llegó una mujer con un paquete: tela blanca y celeste. Vacaflor la grabó, la filmó, la comprometió a que estuviera en el final, el 20 de junio del 2012, el miércoles para el que, ahora, sólo faltan cuatro meses. “Uf, falta tanto para eso. Espero llegar”, dijo entonces la mujer. Firmó el libro de testimonios, les recomendó que se cuidaran del frío, y se fue. Su nombre es María Angélica Bucomino, y Vacaflor se enteró de su historia cinco años después, cuando Alta en el Cielo cumplía cinco años y prepararon un documental.
En su estudio, donde recibió a El Ciudadano, Vacaflor muestra las grabaciones, que se suceden en la pantallas de la computadora. Cada año que desfiló la bandera más larga del mundo está registrado. Testimonios de chicos, docentes, ciudadanos que quieren llevar a su bandera. Cada uno de ellos se escucha con un nudo en la garganta. Y aparece María Angélica Bucomino, Chispita, como la llaman, el primer retazo, la primera historia. Chispita, la que encendió ese reguero interminable de tela celeste y blanca que hoy tiene más de 30 mil metros, 30 kilómetros de historias. La graban en 2003 y relata que en el año 1995 tenía un taller de costura: “Como tantos, me fundí y tuve que cerrar. Nos quedamos sin trabajo mis compañeras y yo. Cuando escucho la convocatoria de hacer una bandera con retazos de tela me acordé que en el taller debía tener tafeta blanco y celeste. La encontré y sin más amor que otra cosa, la traje. Ahora, cuando yo veo esa bandera larga, hecha por el pueblo, que rodea a la gente, le digo a mi hija: «Lo que fue el final de mi medio de vida fue el comienzo de una gran bandera, nuestra bandera»”.
Otra vez, y como todas las veces que escucha el testimonio, Vacaflor no puede evitar las lágrimas. “Es decir que el primer retazo de Alta en el Cielo es de una persona que había sido derrotada por la economía de los 90, una desocupada”, resume. Cada retazo que iba a llegar tendría una historia detrás. La historia de Chispita Bucomino era la confirmación, para él, de que Alta en el Cielo tenía un sentido. “Fue el emergente de un momento coyuntural que vivíamos todos. El segundo día viene una mujer y nos dice que no se conseguía tela celeste y blanco en las textiles de Rosario. Se había agotado”.
Cosiendo futuro
El 17 de junio de 1999 se cosió la primera parte, eran casi 30 metros. “Terminó el día y queríamos ver cómo había quedado. El viento nos tiraba, pero la levantamos con una alegría… Al día siguiente vinieron los medios y el 19 se llegó al final de la costura: teníamos casi 130 metros. La desplegamos desde la llama votiva hasta la estatua de Belgrano, la recorro por abajo filmándola. Era el hombre más feliz, ver los distintos celestes y blancos, las costuras. La enrollamos bien y las damas rosarinas que trabajaron en las máquinas de coser le hicieron entrega para que la custodien a los ex combatientes de Malvinas. Fue de una emoción indescriptible. Fue una conmoción, había un silencio, ese silencio que presagia el abrazo con alguien. Algo impresionante. Ellas estaban paradas, una al lado de la otra, sosteniendo ese chorizo de tela, les temblaban las piernas. Cuando llegaron los veteranos se hizo un silencio que paraba los pelos. Fue un encuentro tremendo, ahí no estaban los medios, no hubo Himno, no hubo nada. Pero ese momento fue inolvidable. Ellos iban a ser quienes la iban a tener en custodia hasta el día siguiente, en su sede de calle Ayacucho. Ellos, el 20, la trajeron desde la avenida Pellegrini por la avenida Belgrano, algo impresionante. Mi hijo Joaquín adelante, como lo hizo todos los años. Ese 20 de junio mi hijo tenía 12 años y recuerda cómo le quedaron las manos de hacer fuerza y tirar la bandera para adelante, los milicos le querían decir por dónde tenía que ir y él no obedeció y siguió caminando por la avenida y la gente se fue sumando a llevar la bandera”.
Alta en el Cielo no paró más. Y por esos años el hoy fallecido periodista David Feldman hizo una síntesis que hoy sigue vigente: “El mástil de esta bandera es la gente”, describió. Luego se sumaría su colega Carlos Del Frade: “El sol de la bandera es la cara de tu hijo”. El sueño de Vacaflor se le había ido de las manos, había cobrado vida propia. El teléfono de su casa no paró de sonar en estos 14 años: comisionistas que vienen de lugares remotos con metros de tela, alumnos de las escuelas que llaman a la hora de la siesta y le preguntan a Vacaflor datos precisos de la bandera: “Estamos haciendo la tarea de matemáticas con Alta en el Cielo, cuánto mide, cuánto tiene de ancho, cuánto va a tener en el 2012. Te tenemos que sacar la superficie…”.
“Es así todo el tiempo, todos los días, los 365 días. El otro día atendí en calzoncillos a un tipo de Catamarca que traía 200 metros de una escuela de ahí. La gente entra a mi casa, tomamos unos mates, es todo muy loco lo que sucedió con Alta en el Cielo”.
Todo registrado
En la pantalla de la computadora se suceden los testimonios y las imágenes de los 20 de junio pasados. Una mujer que no sabe que la están filmando, camina junto a la bandera tres cuadras zurciéndola en un costado rasgado; un abuelo y su nieto aparecen en todos los desfiles; un grupo de 15 personas que llegan en combi desde Puerto Deseado, recorriendo 2.100 kilómetros para traer la bandera que ellos habían confeccionado y para llegar a Rosario hicieron rifas, vendieron pastelitos, organizaron torneos de truco. Una docente que en su pueblo practicaron cuánto demoraban en llegar desde su escuela hasta la plaza y la primera cuadra la hacían en cinco minutos, la segunda en tres y ya la tercera en solo dos minutos: “Es que aprendimos a caminar juntos”, sintetiza. Historias increíbles, que siguen y siguen, como la bandera.
“Ahora desde Tierra del Fuego nos mandan 1.200 metros de escuelas de allá. Rawson mandó mil metros, Venado Tuerto 500 metros. Y yo me sigo preguntando: ¿por qué? Me llaman de Cañada de no se dónde y nos dicen que en el 2004 en su pueblo comenzaron a coser una que tenía 20 metros y hoy tiene 850 metros y la usan los 20 de junio en su pueblo. Es decir, cada lugar fue haciendo la suya”.
Vacaflor recuerda un año en particular: 2002. “Fue tremendo”, dice. “La semana previa al 20 de junio de ese año, la gente se sentaba a coser y se levantaba llorando, mujeres y hombres, cosían un tramo, o ver a 60 chicos que están esperando para coserla, más las maestra, más los padres, más los primos… Gente que se levantaba, me abrazaba y llorando murmuraba frases inentendibles pero que se entendían perfectamente. El llanto del 2002 era de bronca. Un llanto desgarrador, pero no rendido, era lo que yo había sentido aquel 3 de junio de 1999. Gente que me encontraba el 20 de junio y me agradecía porque nunca había ido a un desfile y ahora estaba levando la bandera con su hijo y llorando a moco tendido. Vivían con sus hijos algo que no es parecido a nada, no es un recital, no es un partido de fútbol, es un ejercicio de alegría interna. Sentían que formaban parte de algo. En el 2002 el desfile fue impresionante, es donde Alta en Cielo cobró más sentido su existencia: una bandera de la gente…”.
Del pueblo y para el pueblo
En Villa de La Cárcova, en José León Súarez, provincia de Buenos Aires, está el jardín de infantes donde asisten los hijos de los cartoneros del Tren Blanco. Allí, en 2001, Julia Villafañe, referente de uno de los lugares más pobres del conurbano, no quería quedar al margen de la bandera, y en una botella de dos litros y cuarto de gaseosa comienza en mayo a juntar monedas para comprar tela. Vacaflor cuenta la anécdota con los ojos llenos de lágrimas: “Juntan las monedas y llenan la botella, van hasta la tendera de Boulogne, compran la tela, hacen la bandera y la traen a Rosario el 20 de junio. Había que ver a los pibes llevando la bandera. En junio 2002, se repite la historia, pero ya la botella donde juntan las monedas era de un cuarto litro, y en junio de 2003, era de medio, llena de monedas. Con eso los chicos del jardín, donde iban hijos de cartoneros, juntaban para hacer su bandera. Esas tres botellas son un estudio sociológico de cómo estaba la Argentina en esos años. Ahí no hay consultoras ni estudios de economistas, solamente tres botellas llenas de monedas, cada año de un tamaño diferente. Lo notable es que la tendera jamás les cobró, donaba la tela. Yo nací en una villa y no tuve que leer libros sobre asentamientos irregulares: la gente muy pobre nunca tiene la oportunidad de dar, y cuando da nada es igual. Alta en el Cielo no tiene una bandera mejor que otra o una tela mejor que otra: es la más larga y unida de todas. Tiene la bandera del Colegio San Bartolomé y la de la escuela del barrio Las Flores. La de Santiago del Estero o la de Ocumazo, Jujuy; o la que vino de Canadá o de Vietnam, son iguales. Pobres o ricos, cuando miran, no saben cuál es su retazo. Alta en el Cielo tiene eso de mantener la igualdad de las personas. Si me preguntan para qué sirve Alta en el Cielo, digo que para nada: no cura enfermos, no hay menos pobres por eso, no recuperamos las Malvinas, no pagamos la deuda. Pero es una historia muy fuerte, porque está debajo de la piel en serio, en el amor y está arriba de la piel con el otro, porque nadie la puede llevar solo. La gente que la lleva no sabe quién es el de al lado, como dice Serrat están el noble y el villano, el prohombre y el gusano. Pero de verdad: es como en su canción, “Fiesta”, el 21 de junio el país vuelve a ser el de siempre con sus miserias y virtudes, pero hubo un rato en la que muchos pusieron ahí lo mejor que tienen. Es la construcción de algo colectivo de verdad, sin patrones, sin mandato, sin más que la voluntad propia”.
Un mantel en la mesa de todos
Julio Vacaflor tiene argumentos para explicar cómo enfrentó Alta en el Cielo posturas de extrema derecha: “Yo me metía con lo más caro del sentir nacional, ¡el pabellón nacional! Desde los primeros días traté de explicar el sentido que tenía al hacer esta bandera. Cuando la comenzamos a coser caía al piso… Cataratas de tela sobre el suelo, y eso a algunos le molestaba. Para nosotros podía tocar el piso porque no era una bandera ni de victoria ni de derrota, no estaba atada a ningún carro. Tal vez sí había derrotas en lo social, pero nada que ver con lo militar. Algunos milicos la miraban en el suelo y no le gustaba nada, pero no decían nada. Había que ver a los chicos jugando con esa bandera, sacándose fotos, levantándola, metiéndose abajo, jugando… La gente común, como siempre ocurre, va adelante de todo, no le vengan con pavadas. La gente común no abreva de las boludeces, entiende lo sencillo. No le pedimos prontuario, ni su historia a quien quiera llevarla. De hecho, a Alta en el Cielo la han cosido extranjeros, chilenos, colombianos, franceses, holandeses, como gesto de hermandad. Nunca fue una bandera chauvinista o de xenofobia, Alta en el Cielo no es eso, el desafío de hacer la bandera más larga y unida del mundo era para que los pibes sean parte de esta historia. Esos chicos que hoy son más grandes dicen: «Yo estuve ahí, yo la hice» y con él sus padres, hermanos, sus maestras, sus vecinos…Comenzó en el 99 y termina esta etapa colectiva de cosido el 19 de junio de este año: a las 17 se va a dar la última puntada. Y el 20, no sé, pero tiene que ser inolvidable”.
Finalmente, Vacaflor reflexiona sobre aquella “idea loca” que enseguida se le fue de las manos, como un Frankenstein celeste y blanco que pisa fuerte en cada rincón del país y que ya forma parte de los libros escolares. “Cuando voy a algún lado y te devuelven tu discurso es muy fuerte. En 2003 fuimos a Laferrere, con mil metros de bandera, la gente desplegando la bandera y me encuentro con un escultor que había hecho un Monumento a la Bandera en un lugar que había sido un basural, ahora recuperado por los vecinos. Cuando me dan la bandera de manera solemne, los busco a los chicos, se las tiro, la desplegamos y se arma un quilombo hermoso, juegan todos, los chicos, los padres, las maestra, la supervisora, los vecinos, todos metiéndose debajo, festejando, cantando… Después se enrolla, me la entregan y lo hacen como si me estuvieran dando la Patria. Cuando se la tiro a los chicos chorrea orgullo, felicidad, amor, dignidad, igualdad. En definitiva es el mantel de una mesa a la que nos sentamos todos. Éso es Alta en el Cielo. Boutellier decía que la patria es la infancia y Alta en el Cielo remite al patio de la escuela”.