Escondidos tras los Andes ecuatorianos, donde algunos creen que los gallos le cantan a Atahualpa, fueron descubiertos restos arqueológicos que podrían albergar la sepultura del último emperador inca. Una arqueóloga y el gobierno de Ecuador iniciarán una investigación en el lugar donde se cree que se trasladó la momia (huaca) del hombre que se opuso a la colonización española.
“Es un hallazgo absolutamente importante en la historia de la arqueología de Ecuador y la región”, dijo la ministra de Patrimonio, María Fernanda Espinosa, sobre las ruinas halladas por la historiadora ecuatoriana Tamara Estupiñán.
Exploraciones que comenzarán este año a cargo del estatal Instituto de Patrimonio Cultural y en las que participará Estupiñán develarán lo que esconde el complejo que aún estaba en construcción a 1.020 metros de altitud y declarado protegido.
En el flanco occidental de la cordillera, por donde se desciende a través de sinuosos y profundos encañonados, esta becaria del Instituto Francés de Estudios Andinos (Ifea) localizó en junio de 2010 lo que describe como un “sitio arqueológico inca”, el cual acoge una casa de hacienda y viveros de gallos de pelea.
En jurisdicción de Sigchos (70 kilómetros al sur de Quito), sobre una colina y entre la maleza, se aprecia un complejo de muros, acueductos y empedrados que está dentro de la hacienda Machay, que en quichua (variante ecuatoriana del quechua, lengua incaica) significa sepultura.
“Es un monumento inca de diseño imperial tardío con un camino que conduce a varios aposentos rectangulares, que son estructuras levantadas con piedras cortadas y pulidas alrededor de una plaza trapezoidal”, explicó Estupiñán.
La arqueóloga Tamara Bray, de la Wayne State University de Estados Unidos y que colabora con los estudios de la ecuatoriana, certificó que es una construcción incaica “con un fenomenal estado de conservación y de bastante importancia científica”.
Al ingreso a la ciudadela, por un ascendente camino amurallado que parte desde el río Machay, se conserva el “ushno”, gradas con forma piramidal que se suponen el trono del cápac (rey), mientras que un canal de agua forma una pequeña cascada definida como el “baño del inca”.
La hacienda Machay está cerca del caserío de Malqui (cuerpo momificado del progenitor de una nueva familia real), nombre que figura en documentos de finales del siglo XVI y que está en un cálido valle del litoral que alberga otras ruinas arqueológicas identificadas por Estupiñán y Bray en 2004.
El director del Ifea (con sede en Lima), Georges Lomné, dijo que el hallazgo corrobora una presencia incaica en tierras bajas fuera de su tradicional zona de ocupación.
“Malqui-Machay es parte de un complejo más amplio formado también por la laguna de Quilotoa y la zona de Pujilí (en la provincia de Cotopaxi, donde está Sigchos). Este conjunto (de edificios y territorio) pertenecía a Atahualpa. Era su dominio personal, como los reyes de Francia manejaban un dominio real”, añadió. Aunque es claro que la forma de producción incaica, en comunidades que rendían tributo a las del feudalismo francés que intenta asemejar el investigador galo.
Bray apuntó: “Se han encontrado muy pocos sitios incas en este tipo de entorno de bosque tropical. Creo que los incas tendían a usar este tipo de zonas como refugio”.
Para Estupiñán, Malqui-Machay, como identifica al área de los vestigios, sería la última sepultura de Atahualpa, el “último cápac del Tahuantinsuyo”, el imperio que abarcó territorios de montaña, principalmente, desde Colombia hasta Chile por el Pacífico, incluidos de Bolivia y la Argentina, donde cubrió todo el noroeste y llegó hasta Santiago del Estero y Mendoza.
Anotó que tras ser capturado por los españoles en noviembre de 1532 y ejecutado en julio de 1533, el “malqui” del emperador fue entregado a Rumiñahui, su hombre más leal, que lo llevó a Sigchos.
Esa región habría sido la retaguardia de Rumiñahui, según la historiadora, quien desde hace una década estudia a ese líder de la resistencia contra los conquistadores.
Atahualpa además ordenó en vida elaborar con su pelo y uñas los llamados “huauques”, efigies que le representaban y se pensaba que portaban a los espíritus tutores de los soberanos, una de las cuales bien podría estar en Malqui-Machay.
“Que la momia de Atahualpa haya transitado o quedado por un tiempo en este santuario me parece totalmente verosímil”, expresó Lomné, y apuntó que arqueólogos y etnohistoriadores de “referencias sólidas” se han interesado por las ruinas.
En el sitio está la vivienda de Francisco, uno de los hijos de la familia Moncayo, propietaria de la hacienda.
Allí, este zootecnista se dedica a la cría de gallos de pelea en cuyo canto, a decir de la historiadora, se escucha el nombre de Atahualpa.
Escrito está que después de ejecutar al inca, los españoles “llamaron Atahualpa al gallo y a su canto porque decían que cantaba por su muerte (…) hay una analogía por el sonido que emite y la bravura del animal, que se identifica con la lucha del cápac”, señaló Estupiñán.