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Malvinas, cómo las vio y sintió una rosarina

Por Santiago Baraldi.- María Zulema Amadei es arquitecta y escritora, y a los 70 cumplió un sueño: conocer ese “pedazo” del país.

María Zulema Amadei nació en Santa Fe, y aunque sigue siendo “tatengue” desde pequeña es rosarina por adopción. Es arquitecta y escritora, trabajó en la Escuela de Teatro y Títeres y fue directora en la escuela de Diseño del Paisaje y dicta cursos de crítica de arte. Pero por sobre todas las cosas Amadei es una mujer inquieta, curiosa: a los 70 años, tenía pendiente conocer las islas Malvinas. Pero no quería ir en esos cruceros pretenciosos que sólo bajan un día y llevan a los turistas a ver el resto de algún avión derribado hace 30 años durante la guerra o mostrar las trincheras cubiertas de turba. “No fui por la guerra, pero desde muy chica quería conocer Malvinas, porque siempre lo sentí como un pedazo de mi país: así como está Salta, también está Malvinas. Quería poner imagen a esa cosa que tenía en mi cabeza, y son mucho más grandes de lo que creía…”, confiesa. Es que hoy, mientras Malvinas está en agenda no sólo de la Argentina sino de la Unasur y –a instancias de Londres– de la Unión Europea, y cuando la gobernadora de Tierra del Fuego, Fabiana Ríos, le impide a dos cruceros atracar en Ushuaia, o desde el gobierno se exhorta a los empresarios a no importar productos ingleses, o un grupo de intelectuales eleva un documento al que denominaron “Malvinas, una visión alternativa”, o el mítico músico inglés, fundador de Pink Floyd, Roger Waters, asegura que “son argentinas”; Amadei fue un busca de su propia mirada, a tratar de entender el pensamiento de quienes viven allí y “no quieren saber nada con ser argentinos”.

Uno de los tres hijos de Amadei es instructor de alta montaña en el Chaltén, Santa Cruz, y en ocasión de ir a visitarlo el año pasado coincidió con ver allí, justo el 2 de abril, una obra de teatro: “Silencio Ficticio”, el unipersonal escrito y dirigido (con apoyo de Mauricio Kartum) por el ex combatiente Andrés Fernández Cabral. “Fue algo muy fuerte. En ese momento yo ya estaba juntando datos de cómo ir, dónde ir y ese día veo la obra. Me gustó porque no era «patriotera», era muy personal y finalizaba con un debate con el público, que fue muy interesante. En realidad el tema de la guerra no me movilizaba, Malvinas siempre fue una deuda pendiente: de chica quise conocer ese lugar que nos pertenece. Allí me enteré que había vuelos de LAN, una vez al mes, que hacían escala en Río Gallegos y en una hora estaba en las islas. Juan Pablo, del Chaltén, me dio el dato de una mujer que recibe turistas en su casa, y allí fui”, relató la arquitecta.

Amadei, antes de viajar, se sumió en libros e información y una vez allí quería caminar, hablar con la gente, recorrer y sobre todo cubrir fotográficamente otra de sus pasiones: el paisajismo, la flora y la fauna de las Malvinas. La semana en la que estuvo paró en la casa de una mujer uruguaya, “viuda del jefe de máquinas del barco Darwin, que abastecía a las islas durante largo tiempo”.

“Le llevé como obsequio un libro sobre la vida de la mujer de Luis María Vernet, que era uruguaya: «Nostalgias de Malvinas»”, contó. En efecto, María Sáez, la esposa del primer comandante argentino de las islas, había nacido en Montevideo y se estableció junto a él en la isla Soledad el 10 de junio de 1829. Y tuvo una hija allí: la llamó, precisamente, Malvina.

Pero para lo que pudo ver Amadei, eso es historia antigua. “Sobre los residentes, hay preguntas difíciles de responder. Hablé con pocas personas en realidad, porque no se ve a nadie en la calle. Me interesa muchísimo la naturaleza y conseguí que un señor me llevara a lugares que habitualmente el turismo no llega, a establecimientos, caminé mucho, me recorrí todo Puerto Stanley, y no me crucé con nadie…”.

Un lugar obligado fueron los cementerios, tanto el de Darwin donde están los soldados argentinos, como el cementerio con los caídos ingleses, “donde hicieron un bosque donde cada árbol pertenece a un combatiente”.

“En el cementerio está prohibido dejar cosas, hay carteles por todos lados. Cuando vuelve algún ex combatiente, en general, lleva una bandera argentina, se saca una foto y luego se arma un lío bárbaro. Los locales opinan que eso es algo feo… Porque ellos reciben a los familiares y no deben «ofender». Suena muy british, ¿no?”, se pregunta.

La arquitecta contrató un hombre que es fotógrafo de flora y fauna. “Fue muy interesante, porque en esas largas conversaciones uno entiende algunas cosas. Los militares argentinos que desencadenaron el conflicto, no sólo enviaron a la muerte a nuestros soldados, y desaparecieron millares de gente en nuestro país sino que les han hecho un favor enorme a los malvinenses”, arriesga. Y explica: “Después de la guerra les han construido caminos, molinos de energía eólica, los pusieron en el mapa del turismo internacional. Ellos, después de la guerra, se sienten más ingleses que nunca, sus hijos van a estudiar a Inglaterra, tienen una obra social fabulosa, consiguen créditos blandos para las camionetas 4×4, es decir que están en una situación de privilegio, muy lejos de querer ser argentinos…”.

Amadei agregó que para ir al cine, por ejemplo, “hay que hacer una hora y cuarto en camioneta desde Puerto Stanley (Puerto Argentino) hasta la base militar, donde también hay un gran supermercado exento de impuestos”, cuenta.

Y más: “Pude conocer dónde quedaba la vivienda de Luis María Vernet, nuestro último gobernador allí. Estuve en el corral donde amansaba los caballos: queda cerca de Darwin, recorrí bastante la zona. Ellos tienen un discurso armado que son un país independiente, pero que no pueden ser «del todo independientes» por «la amenaza de invasión» de Argentina. Y de eso los protege Inglaterra”, recuerda que le dijeron.

“La guerra les ha dado un lugar en el mundo, llegan transatlánticos y cruceros todos los días como un lugar más de turismo”, insiste Amadei.

Respecto del polémico documento que redactaron periodistas e intelectuales que denominaron “Malvinas, una visión alternativa”, con la firma de Jorge Lanata, Beatriz Sarlo, José Eliaschev, Santiago Kovadloff y Juan José Sebrelli, entre otros, Amadei aseguró que entiende que la propuesta es respetar la forma de vida de los actuales habitantes –“esto nunca estuvo en discusión ni lo está”, acota–, pero marca que, del otro lado, “es significativo que los ingleses recurran al principio de la autodeterminación que jamás ejercieron con respecto a sus invadidos y /o vendidos esclavos, por ejemplo”.

“¿O alguna vez les preguntaron si querían ser esclavos? Además, sostener esta postura en pleno debate, en un momento en que el gobierno y la oposición cierran filas en torno a un tema como Malvinas, me parece un gesto de intentar llamar la atención… Dar por sentado que la ocupación da derechos me parece insostenible”, observa.

Amadei también recuerda que “la prensa inglesa celebró esa nota, claramente leyendo que apoya su postura”.

“Es interesante ver el apoyo que han conseguido por la prensa en un momento en que Naciones Unidas, China y otros estados influyentes apoyen la posición argentina… Concuerdo con lo expresado por el ex canciller Dante Caputo, ya que hay maneras de respetar las formas de vida de los actuales ocupates, pero ellos son ingleses en el lato sentido del término, así que no pueden «autodeterminarse». En realidad, me suena como un claro embate en contra del gobierno nacional y el poco reconocimiento de su política exterior”, cierra la arquitecta.

Amadei describe que desde Puerto Argentino se ven dos enormes tanques abandonados que fueron de YPF, ahora herrumbrados, donde también Gas del Estado funcionaba. “Ellos mismos admitían que había un semiacuerdo en compartir la soberanía hasta un determinado tiempo. Después, la guerra del 82 a ellos le cambió la vida, como que la guerra les dio identidad. Antes eran ciudadanos de cuarta, ahora son de primera, hay una construcción social que ellos son un país, tienen su bandera, su moneda. Eso es lo que percibí de gente que vive allí. Ellos dicen que la figura política que le mandan de Inglaterra «funciona como la reina», que reina pero no gobierna. Tienen cuatro representantes que eligen por votación, como si fueran concejales. Ellos dicen: «Nosotros no somos una colonia, ustedes tienen una idea equivocada. Las Falkland son un país». Antes mandaban a sus hijos a estudiar a la Argentina y ahora van a Inglaterra; antes había un lazo, que se rompió con la guerra”.

En esa semana de verano Amadei observó una vida “muy chata, rutinaria, donde realmente mucha gente después del trabajo va a los dos pubs que hay, y luego va a su casa”.

“Los negocios están atendidos por chilenos o filipinos e incluso hay trabajos que los malvinenses no hacen. Vi a una chica negra lavando un auto y me acerqué a conversar: me dijo que la habían traído de la isla de Santa Elena, que está en medio del Atlántico. Entonces los trabajos que los chilenos no hacen los hacen los santilinos… La mujer que me recibió en su casa fue muy amable conmigo, pero por ejemplo sólo va a visitar a una amiga una vez al mes a tomar el té: cuando yo la invité un par de noches a ir a cenar, le pareció bárbaro. Ellos son muy de quedarse en sus casas”.

“Me preguntan qué hablé con los malvinenses… Sólo pude con tres personas: la señora que me alojaba, y los dos guías que contraté para recorrer la Gran Malvina o West Island, y con empleados de supermercado o mozos de lugares donde comí. Pero eran chilenos o filipinos, y opinaban que ganan más que en su país… Como pienso volver a conocer la otra isla, ya contaré más detalles,” finalizó.

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